Un 23 de septiembre más nos toca. Un día al que la remembranza nacional casi ha invalidado. Una de esas fechas que se olvidan, a juzgar por qué. Sin embargo, es un suceso significativo en la historia de Puerto Rico. Fue una insurrección fugaz, pero que dejó en el bando secesionista del siglo 19 una herida, que al paso del siglo 20 y en medio del siglo 21 aún no cicatriza. El Grito de Lares es muchas cosas. Es una revuelta, una línea divisoria en la historia de la Isla, un estigma en la relación con la corona española de la época, un desfase político con consecuencias determinantes.
El año 1868 es una de las divisiones más importantes en la historia puertorriqueña, así como el 1898. Uno denota un levantamiento de armas tomar y otro un pase de batón colonial, una transgresión social. Cabe destacar que en las últimas tres décadas del siglo 19, la Isla vio numerosos cambios, precisamente por la sublevación y la entrega a la lucha social y política de valerosos líderes. Como bien señala el historiador Fernando Picó en su libro Historia General de Puerto Rico, “esos años evidencian ajustes al sistema político y a las bases económicas de Puerto Rico, lo que augura los cambios que se darán a finales del siglo 19”. Los ajustes vinieron por conducto de una línea de sucesos como: el destronamiento de Isabel II, los Gritos de Lares y Yara en Puerto Rico y Cuba, respectivamente, la primera república española, la reformación en el mercadeo del azúcar y la abolición de la esclavitud, según el profesor Picó. Así debemos entenderlo. Fue un periodo crucial que peligra en la memoria histórica o lo que es igual, la conciencia nacional. Pero, a la vez, aclarando que no es por aquello de que se debe conocer la historia para no estar condenado a repetir los mismos errores, sino para entender nuestro devenir y estar consciente de la realidad que nos ha tocado. Que el mundo no es así de facto, y que ha costado mucho tener lo que se tiene hoy. Lo demás es cuestión del azar, porque cada generación aprende a vivir según lo que le toca.
“A todos nos gusta ver nuestra propia historia de un modo triunfalista” dijo el historiador británico Geoffrey Parker en una entrevista con la revista Nuestro Tiempo en Navarra. Es un pensamiento válido que, en el marco de la historia insular, merece considerarse. Y es que la historia del Grito, me parece, ha sido obviada por la historia triunfalista o la historia anexionista. El Grito, se ha querido hacer entender como una derrota, cuando no lo es. El Grito es la evidencia de una identidad que se dio en el interior de la Isla. Que por vez primera pasaba algo determinante Isla adentro y no en San Juan, en la costa. Para bien o para mal, Ramón Emeterio Betances, Segundo Ruiz Belvis, José Julián Acosta, Mariana Bracetti, Lola Rodríguez de Tió, Manuel Rojas, entre tantos otros que tal vez quedaron en el anonimato o el olvido se atrevieron a dar un paso que definiría años de historia. Por lo que podemos decir que el triunfo del movimiento radica en eso, en que definió una era, una identidad –y todo lo complicado que eso trae- y el porvenir de Puerto Rico.
Todo comenzó con Betances y Ruiz Belvis fundando el Comité Revolucionario de Puerto Rico a inicios de 1868. La experiencia de Betances en la revolución de Francia lo aleccionó y lo preparó para los movimientos de independencia en el Caribe. El doctor de los pobres habría preparado Los diez mandamientos de los hombres libres, numerosas misivas en busca de apoyo, convocatorias y discursos que apelaron a campesinos y otros líderes a llevar a cabo la toma de armas en el interior oeste de la Isla más tarde ese mismo año.
Lo que sí sucedió fue que esa lucha se bastardizó y se tuvo que hacer prematuramente, por lo que no es raro escuchar que para algunos ahí estriba su derrota o fracaso. El Grito estaba pautado para el 29 de septiembre. Contaría con el apoyo de la nave El Telégrafo que vendría desde Santo Domingo con municiones y algunas tropas. También, con levantamientos en Camuy y otros pueblos aledaños. Sin embargo, fue por la intervención de un líder militar ubicado en Quebradillas, Juan Castañón, que la revuelta se adelantó y que la ayuda de afuera se intervino y nunca llegó. Se alteró todo el movimiento y, contrario a Yara en Cuba, en Puerto Rico el Grito duró un día y allá 10 años, desembocando en una tortuosa y aguerrida batalla por la independencia.
De este lado se proclamó la República de Puerto Rico al filo de la media noche en Lares, entre centenares de personas armadas y con muy poco entrenamiento militar. Manuel Rojas fue designado como comandante del ejército liberador. El mismo ejército que en algunas horas sería aplastado en su intento. Allí aupó la bandera bordada por Bracetti y se consumó brevemente un deseo de un sector separatista. Consecuentemente, los líderes fueron a prisión, torturados y tiempo después puestos en libertad por una amnistía lograda por Eugenio María de Hostos al otro lado del mundo. A tales efectos, Betances fue exiliado, así como otros tantos líderes.
A vuelo de pájaro esos son los hechos que aún son tema de discusión y de análisis en la historiografía. El Grito es, entonces, eso a lo que no se le ha tratado con el rigor y la atención que merece desde que pasamos por la escuela. Eso que nos estremece, si a caso, en la universidad. Eso que nos invita a pensar y entender que los logros y derechos no han llovido del cielo, sino que han sido el resultado de la entrega de nuestros predecesores. Que para bien o para mal, el Grito es parte de nuestra historia, y que su derrota, en lo que realmente estriba es en el olvido. Y por ello solo queda recordar.