“El mundo ya no es digno de la palabra
Nos la ahogaron adentro
Como te (asfixiaron),
Como te desgarraron
a ti los pulmones
Y el dolor no se me aparta
sólo queda un mundo
Por el silencio de los justos
Sólo por tu silencio
y por mi silencio, Juanelo”
Es el último poema del conocido poeta mexicano Javier Sicilia, escrito en la angustia de saber sin vida a su hijo Juan Francisco Sicilia Ortega, asesinado junto a otros cuatro jóvenes y dos adultos el pasado 28 de marzo. Las siete personas aparecieron en una camioneta atados de pies y manos. Habían sido asfixiados. Y con ellos sus familias, sus amigos, que como Sicilia, se quedaron sin poesía.
“No podemos permitir que ni un niño, ni un muchacho más, mueran; no son bajas colaterales, no son números, eran vidas que cegaron. El Ejército nos debe devolver la dignidad y la confianza a este país. No queremos verles fuera de sus cuarteles. Y a los políticos les repito: Si no pueden, váyanse”, reclamó Javier Sicilia en la manifestación que encabezó el miércoles en su ciudad, Cuernavaca, Morelos. Una convocatoria que fue replicada simultáneamente en 35 ciudades del país. Bajo el lema de “¡Estamos hasta la madre!”, decenas de miles de mexicanos dijeron ‘basta’ a la violencia y reclamaron al gobierno replantear la estrategia contra el narcotráfico. Desde la pequeña ciudad de Cuernavaca, el grito de Sicilia rebotó en 21 de los 32 estados de la República azteca, en la primera movilización nacional en estos cuatro años que dura la mal llamada guerra contra el narco, emprendida por el gobierno de Felipe Calderón, y que ya se ha cobrado la vida de cerca de 40.000 personas.
“Sentimos la necesidad urgente de parar esta situación intolerable de violencia que el pueblo de México no pidió y no merece (…) El objetivo de esta guerra nunca ha sido la seguridad y la vida de los civiles, por ello el Estado nunca ha contemplado las dos medidas más obvias y fundamentales de combate a la violencia criminal: la despenalización de las sustancias ilegales y el combate a las causas económicas y sociales que hacen de la delincuencia la única opción para miles de mexicanos (…) e incluso pasó por alto las medidas preparatorias que hubieran hecho esta guerra menos costosa. Haber limpiado primero las fuerzas policiales de la infiltración del narco”, reclamaron en el manifiesto leído en la capital.
“Nos reúne el dolor y la indignación, por Sicilia y por los 40,000 mil muertos”, exclamó la actriz Ofelia Medina en el mismo mitin en la Ciudad de México. Y es que aunque el asesinato de Juan Francisco Sicilia es uno más en esta larga lista, el desgarro de su padre ha tocado el corazón de la clase media mexicana y ha confirmado que nadie, por más alejado que esté de la delincuencia, está libre del yugo de la violencia. “El hijo de Javier Sicilia es la gota que derrama el vaso, cae en un ambiente cultural de clase media, entonces desenmascara ese enunciado recurrente que murió por estar metido en las drogas. Estamos hasta la madre, es una guerra que está encubriendo un montón de putrefacción. No aguantamos un muerto más”, explicó Maria Baranda, una de las organizadoras. “Ya se rebasó todo lo tolerable, es una estrategia absurda de muerte” arguyó el estudiante David Ordaz. “Necesitamos una nueva clase política, esta está demasiado corrompida y tiene muy pocos valores, sus ambiciones nos han llevado a esto”, aseveró Juan Ignacio Garigay, de Zacatecas, un estado mucho más golpeado por la violencia que la Ciudad de México. “A mí me da pena ajena de lo que ha provocado Calderón con su declaratoria de guerra, se tiene una visión de combate al crimen político militar y esto debe ser por la vía política y social”, espetó el general retirado Francisco Gallardo, que también asistió a la marcha. “Nos estamos sintiendo vulnerables, yo sufrí un asalto y un secuestro y es terrible como esa violencia destroza tu vida, altera tus relaciones, con tu familia, con los otros, se queda en tu vida”, contó la coreógrafa Cecilia Plató. “Mi primo Enrique Saravia vivía en Durango. A principios de este año lo secuestraron, pidieron un rescate, se pagó y de todos modos lo asesinaron. Dejó familia e hijos, y así son 40,000 muertos. Mi primo, como no era famoso ni su papá era poeta, no hubo marcha cuando él se murió, pero estamos de luto por todos”, agregó Alejandro Bracho. O como las palabras de Luísa Dávila madre de dos chavales asesinados en Ciudad Juárez junto a otros 13 amigos en una fiesta hace poco más de un año y que fueron leídas en la manifestación de la capital: “Mis muchachitos estaban en una fiesta y los mataron, uno estaba en la prepa y otro en la universidad, no estaban en la calle estudiaban y trabajaban porque aquí en Ciudad Juárez hace dos años que se están cometiendo asesinatos, muchas cosas y nadie hace algo y yo solo quiero justicia, no solo para mis dos niños sino para todos”.
Así decenas de miles de personas, poetizadas, politizadas, muy diversas, pero indignadas y al margen de cualquier interés partidista, gritaron al unísono: “¡ni un muerto más!”. No fueron tantos para los 112 millones de habitantes que tiene México, pero su salida simultánea a las calles es muy simbólica en un país donde todo lo que rodea al narcotráfico está contagiado por el miedo, la sombra y las dudas. Incluso los muertos se van a la tumba bajo la sospecha, con aquello de “algo habrán hecho”. El miércoles sin embargo, algo muy diferente se percibía en el ambiente, un hilo de esperanza, un anhelo de cambio que reflejaban las camisetas de tres jóvenes, que desfilaban por Ciudad de México: “Egipto, Túnez, Yemen y ahora México”.
Aunque tal vez su sentir sea demasiado osado, realmente fue una jornada sin precedentes. Hasta ahora, ni los llamados de empresarios prominentes que sufrieren secuestros o asesinatos, ni los homicidios múltiples de ciudad Juárez, demasiado alejados del centro del páis, ni el desprecio oficial por la vida de los niños que murieron quemados en la Guardería ABC, habían logrado una movilización nacional. El analista político John M. Ackerman decía en el periódico La Jornada, que “ahora sí erraron el blanco”. Javier Sicilia es un hombre culto y de izquierda que difícilmente podrá ser domesticado. Calderón lo llamó poco después de conocerse la noticia. El miércoles, horas antes de las marchas, ambos se reunieron. Aún así, al acabar la manifestación en Cuernavaca, Sicilia anunció que no iba a parar. Se quedó en plantón en la plaza mayor de su ciudad y permanecerá ahí hasta el miércoles que viene. Es el plazo que le da al gobierno para que señale a los culpables. Si no lo hacen convocará una marcha nacional en la Ciudad de México, “exigiendo la renuncia del propio Gobernador y el alto impostergable a esta guerra, en donde la inmensa mayoría de los muertos los seguimos poniendo la sociedad civil”.
Las primeras investigaciones apuntan a ex militares y soldados en activo como responsables de este asesinato múltiple. No sería la primera vez, pues el ejército mexicano ha recibido numerosas denuncias por vulneraciones a los derechos humanos y por asesinatos, que el Ministerio de Defensa calificó sin ningún pudor como “daños colaterales”.
Un eufemismo que se regocija en el dolor de la sociedad, que cada día aumenta. De hecho, mientras la ciudadanía marchaba pacíficamente por todo el país, otros 61 cadáveres fueron localizados en ochos fosas clandestinas en San Fernando, Tamaulipas. El mismo lugar donde hace siete meses fueron ejecutadas 72 personas indocumentadas. Las autoridades estatales señalaron que podrían ser los pasajeros de un autobús secuestrado hace un par de semanas.
Ese mismo día también, en una entrevista en medios locales, el máximo responsable de Seguridad, Genaro García Luna aseguró, que esta violencia comenzará a disminuir “en siete u ocho años”.
Frente a esa osadía e insensibilidad de la clase política mexicana, las protestas del miércoles recuperaron la palabra, la poesía. En el Zócalo de la Ciudad de México resonó un poema de otro mexicano ya clásico, Jaime Torres Bodet, que rededicaron a todos esos miles que ya no están.
“Yo soy tu verdadera fosa.
Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo”.
*Lea el reportaje en Periodismo Humano