A la lógica del entretenimiento humano la penetra el valor de cambio; así surge la fiesta-espectáculo creada dentro de la sociedad de consumo. Consumimos diversión, no participación; vertemos pasividad donde debe haber desenfreno, acumulamos selectividades privadas, según Bataille en su teoría del erotismo, con imágenes de un nenderthal que se aleja de la pura respuesta instintiva para transformarse en un hombre en solitario. Ni modo: que siempre terminamos consumiendo, como huérfanos, las migajas del bacanal. Ante la consideración de un esquema que utiliza García Canclini, la fiesta urbana se centra en los espacios íntimos y cerrados, se conforma con ser sólo un apéndice de la vida cotidiana, y en ella, se disocian todas aquellas heterogeneidades que coexistían de forma natural. A la fiesta urbana le falta el cura para levantarle la sotana. Por su parte, la fiesta tradicional arropa la diversidad sin disgregación ni especialistas, posee un carácter fuertemente beato, y para ésta, como decía la Fiesta de Serrat, “ya se van nuestras miserias a dormir”. A la fiesta tradicional le sobra testosterona incómoda en los lóbulos de las orejas. Sin embargo, se acercarán de una forma indiscutible: en la pasión de multitudes, en la divinización de sus héroes populares, en la escenificación espectacular del bien y del mal, del orden y la justicia, o sea, en dos fiesta-espectáculos por excelencia: el teatro antiguo y la lucha libre. Ambas le presentan al público el canto popular de la vida y muerte. El dominicano Homero Pumarol, en el poema “Jack Veneno ha muerto” del libro Cartel Babilonia (2000), pone en conflicto y en evidencia dichas fiestas bajo la óptica caribeña de un exceso de luz. Nada raro de esperarse; cuando existe un espectáculo excesivo, se merece una iluminación asesina. El mismo Barthes ya lo aplica al mundo del catch: la cofradía está entre el público y los luchadores; la naturaleza espectacular del combate está sobre el tapete; lo que importa no es lo que se cree de la imagen, sino lo que se ve como creencia. La lucha libre refleja las pasiones, interesa el momento, el instante. A diferencia del boxeo, no se trata del triunfo, sino de asistir “al gran espectáculo del dolor, de la derrota y de la justicia”. El dolor no se convierte en sadismo sino en una pasión que refuerza el sufrimiento; necesita mostrarse y representarse en grande; no se perdonará que sea fingido, o sea, un artificio. De esta manera, sucede lo mismo con la derrota, la cual no se olvida; se permanece con ella. La justicia, a su vez, se trata de movimiento, no de contenido. Entonces, el público se exacerba cuando aparecen las contradicciones porque dentro del espectáculo no hay cabida para aquellos que no puedan ser lo que son, dioses, y se conviertan en aquello que no se quiere ser, humanos; logrando que el acto pierda su carácter inteligible bajo la lupa de la condición humana. Cuando esto sucede sólo queda un burdo teatro. No el teatro antiguo con su exageración trágica del espectáculo, donde ciencia y tiempo mítico circulaban no tanto bajo la moral sino bajo la lógica y el orden. Cuando se humanizan ambos, se pierde la magia. Y es exactamente esto lo que le sucede a estos dos tipos que se pasean por el parque Independencia buscando una prostituta que no quieren o no pueden encontrar. Deseo guía un carrito rojo mientras su acompañante, el hablante lírico, enrola un tabaco con una portada del National Geographic. Allí, de improvisto, se enteran de la noticia: Jack Veneno está muerto. Deseo, maternalmente herido, rompe a llorar incansablemente, “rompió aguas” dice. Y seguirá llorando porque allí no hay otra cosa que hacer sino dar vueltas a la redonda, fumar un porro y asistir a la nada de su existencia en medio del caos, el hastío y la barbarie. Junto a ellos corre el recuerdo de Jack Veneno, sus peleas, sus triunfos y sus enemigos, los roles de la lucha en un orden mítico que, como el carrito rojo, da vueltas al Parque Independencia. En movimiento perpetuo también están los “siete locos que iban corriendo, llorando, gritando/ ‘degracimao, hijoetumalditamai, mamagüebo’/ a un pintor que corría y lloraba y gritaba más rápido que ellos/ y que les había robado todas las piedras”. Jack Veneno es también el hijo de doña Tatica y un famoso luchador dominicano “campeón de la bolita del mundo”, como se denominaba, que le ganó la revancha a Rick Flair, que combatía a los rudos y que luchaba contra su archirrival, Relámpago Hernández. Este último, el mismo que se vistió de Santa Claus para sabotear la primera pelea por el título mayor la primera vez que se enfrentó al gringo, el mismo que se convirtió en diácono después de una vida de desvanes. Veneno también se materializó: obtuvo algunos puestos gubernamentales de la municipalidad por su labor en el deporte. Había dejado de existir Dominicana de Espectáculos, la promotora que por años había organizado los encuentros y que, ante la muerte de Arcadio Disla Brito, alias el Vampiro Cao, fue dirigida por Veneno. Junto a ella, toda una era en la vida y entretenimiento de los dominicanos. Sí, sin duda, hace rato se había acabado la fiesta. No en balde, alrededor del parque Independencia, en la zona colonial de Santo Domingo, icono del patriotismo dominicano y tumba de sus héroes nacionales, gira un tiempo muerto, circular, sin salida, intoxicado y bulliciosamente vacío dentro de un carrito rojo, junto al lumpenato y las palomas, añorando el tiempo mítico de las utopías, soñando con que una vez existió el balance y el orden del universo, aunque fuera en un ring de lucha. Significantes tan lejanos éstos como los días de gloria en que Jack Veneno le aplicaba la dormilona a uno de los rudos, el programa televiso Lucha Libre Internacional se convertía en el toque de queda de todo un pueblo y Rick Flair entregaba un título de ensueño a un caribeño pobre de San José de Ocoa, aunque fuera ante la amenaza eufórica de todo un coliseo tomándose el espectáculo con tanta seriedad como la vida. La angustia de estos dos refleja la pérdida de un paraíso construido, como la máquina de hacer pajaritos que pregonaba Charly García. Los mitos mueren, en la vida o en la muerte. Atrás quedan las marcas y la necesidad inmanente de ellos. En el presente sólo está “una mata gigante” que crece en el inodoro, y “los borrachos de a pie, los maniceros,/ las barrigas verdes de polyester de los policías,/ los carros públicos, las guaguas voladoras”. ¿Qué ausencia, entonces, carcome la existencia humana para que los muchachos de La Victoria añoren tanto que vuelva Relámpago a la pandilla de los rudos? ¿Qué poder crucifica a un dios sempiterno como Veneno, héroe popular, sino los deseos de revancha? Las infinitas ganas de que vuelvan los dragones.
Esta mañana en el carro rojo de Deseo dando vueltas al Parque Independencia mientras intentaba enrolar un tabaco en la portada del National Geographic lo pude leer con estos ojos JACK VENENO ha muerto. Deseo inmediatamente rompió aguas, así de feo, así de cero, así mismo, sí, ese es su deseo, y lloró y lloró y lloró porque además no encontramos una puta suficiente para los dos y porque no hay nada que hacer sino llorar y dar vueltas al Parque Independencia que es el parque más feo de la bolita del mundo. …y llorar y dar vueltas al Parque Independencia y al tabaco y terminar de enrolarlo a lágrima viva del mismo lado de la calle El Conde, entre los borrachos de a pie, los maniceros, las barrigas verdes de polyester de los policías, los carros públicos, las guaguas voladoras y siete locos que iban corriendo, llorando, gritando “degracimao, hijoetumalditamai, mamagüebo” a un pintor que corría y lloraba y gritaba más rápido que ellos y que les había robado todas las piedras que ahora ellos no tenían y que ya nunca nadie podría tirar. JACK VENENO ha muerto, el campeón de la bolita del mundo, el líder de la cuadra de los técnicos, que luchó en mi sueño a trío con Blue Demon y El Santo contra Frankenstein, El Hombre Lobo y La Mujer Maravilla; JACK con Forty Malt, un brazo de poder en cada cucharada, con el salami especial de mallita, con SangYang ahí van, champú, rinse y acondicionador BPT, con Avispa al pelo y piojo al suelo, JACK saltando con la bota preparada desde la tercera cuerda hasta el infinito; el hijo de Doña Tatica, el hombre de pelo en pecho, que venció a Rick Flair con la polémica por la faja mundial, que acabó con El Vampiro Cao y con La Gallina Relámpago Hernández. Relámpago te jodieron, Relámpago te agarraron comprando crack en Catanga, Relámpago qué mierda es el congreso, en mi inodoro ha crecido una mata gigante, hay telarañas en los lavamanos, tengo seis días sin luz, la policía pone cada vez más cara la yerba, mezclan la coca con azúcar de leche y al final uno parece cada vez más una gallina picoteando polvo en el vacío. Relámpago vuelve a la cuadra de los rudos, te lo piden los muchachos de La Victoria, Relámpago vuelve por Deseo, por Vickiana, por Luis Díaz, por Aramis Camilo y su organización secreta. JACK VENENO HA MUERTO Nietzsche lo sospechó desde un principio, Deseo aún no para de llorar y no hay una sola puta suficiente en todo el Parque Independencia.