Son pocos los artistas plásticos que han logrado apoyar sus carreras con la gracia del estado y -por consiguiente- con las demás instituciones del país. Esa suerte de reconocimiento les ha permitido asegurarse un empleo, comisiones para trabajos particulares, y otra serie de beneficios que directa e indirectamente se convierten en caudales.
Eso incluye la realización de presentaciones en las principales salas de exposiciones del estado y privadas, la publicación de catálogos y libros, la compra de obras, y otra vez -por consiguiente- su inserción en los círculos culturales que garantizan reconocimiento, exposición y la validación a su trabajo. Todo esto puede estar genuinamente de la mano de una obra meritoria, pero no necesariamente siempre es así.
Son pocos los artistas que igual consiguen capitalizar la divulgación de sus ejecutorias en los medios de comunicación masiva, con tanta efectividad que ni siquiera se les pide el fruto de una nueva creación, el requisito mínimo es ¨estar¨, tal y como ocurre con el cantante de moda o la ¨socialité¨. Estar entre los que lucen, estar entre los que no dicen nada pero sonrien para el lente, estar.
Nada de eso es malo, por el contrario, el que lo consigue que así sea. La dificultad está cuando se los toma a esos artistas como ejemplo y representación de una ¨escena artística¨ que en realidad no representan. No siempre la etiqueta se la pone el mismo artista, pero viene a bien reconocerlo como equivocado cuando se sabe que no es así.
Por eso me lo tomo con cautela y con cuidado cuando advengo en conocimiento de actos de protesta o defensa de la cultura, el arte o de otra índole, provenientes de personajes, significados por la masa como heroicos. Es pertinente establecer diferencias entre la defensa del colectivo, y la defensa del Yo, ya que la línea puede ser muy fina.
El trabajo de un artista es por lo general muy personal e íntimo, y una de sus responabilidades es tener claro cual es su propuesta y poder defenderla. Pero cuando se trata de situaciones que afectan a un grupo de personas -sean artistas o no-, a una sociedad, a todo un pueblo, y el artista asume la posición de levantar su voz es necesario que la acción igualmente paresca y sea genuina, para que tal acto sea incorruptible.
En asuntos del arte, las condiciones son propicias desde hace mucho tiempo para voces y acciones agudas, por sobre todo, de los que amasan trayectoria, horas vividas y muchas canas. Ya sabemos que cada generación tiene sus luchas y sus gestas, pero aquí la escena del arte es muy reducida y todas las manos y todas las gargantas son necesarias para lograr cambios.
Censuran caricaturistas, ahogan a la Escuela de Artes Plásticas, se reduce la cobertura de la plástica en los medios de comunicación masiva, las instituciones invisibilizan el trabajo de los más jóvenes, las pocas ayudas del estado recaen sobre los mismos y así, el catálogo se mantiene abultado, mientras prevalece el Yo de algunos por encima del bien común.
Cada cual que defienda lo suyo, sí, hasta lo último. Pero que no se abracen al pueblo para abrogarse defensas mediáticas cuando mantienen tantas campos ocupados, y por tantos años.
Se me hace urgente que seamos todos más honestos y comencemos a sacar el agua de esta embarcación para hacer espacio y que la nave no naufrague. Que se sienten los Narcisos o que se paren como tiene que ser, de frente y con toda la cara. Que también ayuden a sacar el agua.
El autor es bloguero y gestor cultural. El comentario fue publicado original en http://www.elnaufragiodelaspalabras.com/