Ante el desparrame del desarrollo urbano en Puerto Rico, específicamente en el municipio de San Juan, espacio matriz donde comenzó a darse un rápido proceso de planificación urbana en la Isla, cada vez es mayor el número de personas y comunidades que están optando por la creación de huertos comunitarios en el espacio de la ciudad. Tal parece que la promesa y la fe en el paisaje de un Puerto Rico desarrollado y urbano, promulgado alguna vez por el gobierno de Luis Muñoz Marín, primer gobernador electo de Puerto Rico, se ha ido difuminando.
Actualmente, se experimenta un abandono y deterioro en muchos espacios dentro de San Juan; este parece ser un síntoma común de ciudades en su etapa posterior a la modernización. Luego del triunfo del automóvil, las grandes autopistas, puentes, construcciones de vivienda de interés social, urbanizaciones cerradas, centros comerciales, establecimientos de cadenas multinacionales, ente otros edificios totémicos del desarrollo, la ciudad parece haber perdido toda su lógica y orden estructural. Entre un proyecto y otro ha quedado en el olvido la creación de espacios públicos destinados a la interacción social, el ocio (re)creativo, la seguridad y la calidad de vida de los habitantes. Las instituciones gubernamentales designadas a la planificación y construcción de nuestro entorno urbano han fallado en resolver las demandas de la vida de los ciudadanos.
Sin embargo, dentro del deteriorado tejido de la ciudad, individuos y organizaciones comunitarias han decidido ocupar y reapropiarse de su entorno con el propósito de hacer posible una vida en ciudad, embelleciendo y llenando los vacíos urbanos, brindándole nuevas significaciones al espacio, y transformándolo en un lugar abierto, sustentable, y socialmente justo. Este ha sido el caso de tres huertos urbanos comunitarios en el área metropolitana de San Juan: el Huerto El Labra de los Olores, en el sector El Gandul en Santurce; el Huerto Ecológico Comunitario Las Monjas y Buena Vista, en Hato Rey; y Bucaré Urban Garden, en Punta Las Marías, Isla Verde.
El Huerto El Labra de los Olores está localizado en la calle San Juan, Sector el Gandul en Santurce. Aunque no es muy conocido, el Labra de los Olores representa uno de los muchos ejemplos de rescate de espacios urbanos abandonados. Según Edwin Pérez, creador del huerto, el terreno fue rescatado por él y algunos miembros de la comunidad. El espacio era un vertedero que contenía grandes cantidades de escombros como vidrio, plástico, hierro y cemento, entre otros. Edwin, quien migró del pueblo de Isabela donde mantenía un campo de siembra, decidió mudarse al área metropolitana para construir un huerto y vivir en él. Es así como decide crear el Labra de los Olores. El nombre del huerto le hace honor a la transformación del espacio, pues según Edwin, durante el proceso de siembra las flores y el crecimiento de los frutos hacen brotar olores que cambian por completo lo que era antes un vertedero. La cosecha se reparte entre algunos miembros de la comunidad y en ocasiones sirve para realizar algunas cenas entre los feligreses de una iglesia ubicada frente a la pequeña siembra. El huerto exhibe un tipo de estructura abierta tipo casa ausente (vivienda que no tiene una estrutura tradicional) que sirve de hábitat para Edwin. El mismo está conectado a través de un puente chino (una especie de puente colgante pero colocado sobre la tierra) que permite el acceso a varios puntos del huerto. Dentro de esta improvisada obra arquitectónica se encuentran siembras de papaya, jengibre, plátano y hierbas medicinales, entre otras. El Labra de los Olores ha servido para la conexión entre miembros de la comunidad y turistas que visitan el área por su colorida y mística estética. Para Edwin, el huerto ha representado una forma para sacar adelante no sólo a su comunidad sino al entorno urbano santurcino.
Otra iniciativa de transformación urbana comunitaria es El Huerto Ecológico Comunitario Las Monjas y Buena Vista en Hato Rey. Esta iniciativa se desarrolló en un terreno baldío en Las Monjas que mide 120 pies de largo por 19 pies de ancho. Ana Andújar, residente de Las Monjas, así como otros vecinos de la comunidad se tomaron la iniciativa de limpiar y rehabilitar este terreno. Como continuamente la gente echaba basura al solar, los fines de semana Ana y un vecino le ofrecían mantenimiento. Ana se acercó a los líderes comunitarios de la Asociación de Residentes Las Monjas Renace, una de las doce organizaciones que componen las comunidades del Caño Martín Peña (conocidas como las comunidades del G-8), para identificar un proyecto que pudieran desarrollar en el solar. Paralelamente, Las Monjas Renace estaba en el proceso de identificar un solar para llevar a cabo su primer huerto comunitario además de poder identificar los solares baldíos.
Ana recuerda que comenzó a sembrar flores, pues según ella, las flores llamaban la atención a todo el que pasaba por el área. Pero tras el encarecimiento de los alimentos y la urgencia por la soberanía alimentaria, Ana, con la ayuda de otros miembros de la comunidad y el apoyo de organizaciones sin fines de lucro dedicadas a promover proyectos de agricultura sustentable, comenzó a sembrar otros productos en el terreno. De brigada en brigada el huerto ha ido floreciendo, transformando lo que en algún momento fue un terreno en desuso, lleno de basura, que servía de refugio para actividades clandestinas.
El huerto comunitario en Las Monjas es otro ejemplo de gestión comunitaria que intenta rescatar su entorno urbano. Tiene como propósito rescatar la comunidad y servir de espacio sustentable mediante la producción de alimentos frescos y ecológicos. Además, funciona como espacio para la interacción social y el intercambio de ideas entre los miembros de la comunidad y los visitantes.
Otro caso poco conocido, aunque admirable, lo es El huerto comunitario Bucaré que hace honor a su ubicación en la calle Bucaré esquina Laurel en Punta Las Marías en Isla Verde. Este huerto tomó por espacio una casa abandonada donde anteriormente existía una escuela Head Start que decidió mudarse del lugar por razones de deterioro en la estructura. Luego, este espacio se transformó en un terreno baldío que fue rescatado por iniciativa de un vecino, quien se comunicó con el dueño de la propiedad para crear un huerto allí. Esta persona y varios amigos decidieron comenzar a habilitar el lugar reciclando los escombros urbanos encontrados tales como metal, plástico y cemento. De esta manera lograron limpiar el terreno y comenzar a sembrar. El huerto se ha desarrollado a partir del trabajo colectivo que realizan algunos vecinos y amigos diariamente. Bucaré tiene como propósito servir de espacio para compartir conocimiento, compartir semillas y auto-consumir las cosechas. Este huerto además de ser un espacio urbano rescatado representa el rescate de un pasado muy ligado a la vida rural. Según el joven entrevistado, Bucaré se ha convertido en una parte importante de su vida. El huerto ha rescatado un terreno baldío así como una práctica fundamental en la vida, la siembra. Este sitio al igual que los demás huertos documentados representan espacios de rehabilitación del entramado urbano y del quehacer social.
Aunque la ocupación y rehabilitación de estos espacios designados a la siembra son limitadas para lograr una producción amplia de alimentos que sustente a las comunidades, dicha práctica envuelve un sentido de apropiación de la tierra, compromiso y responsabilidad social. Respondiendo a todos aquellos discursos sobre la tierra implementados a través de la historia en nuestro país que terminaron rompiendo los vínculos que los/las puertorriqueños mantenían con su tierra.
Como mencionó Edwin Pérez, fundador del huerto El Labra de los Olores, actualmente la tierra está para escarbarla y remediar lo que “el hombre ha ensuciado”, reconociendo el fracaso que ha representado el desarrollo y la planificación de la ciudad en Puerto Rico. Ante tal crisis urbana, si podemos llamarla de esta forma, don Edwin propone volver a la tierra, tratarla y recuperarla para el beneficio de toda la comunidad. La actividad del huerto se torna una obra heroica muy ligada al sentimiento de quienes trabajan la tierra, un intento de rescatar un pasado idílico que prometió la utópica idea de un Puerto Rico identificado con la tierra.
Además de esta vuelta a la tierra, el rescate y embellecimiento del espacio urbano, los huertos comunitarios también han servido, a escalas más pequeñas, de espacios núcleos para la comunidad. Articulan nuevas formas de convivencia, servicio, educación y recreación. El huerto comunitario representa un espacio integral que posibilita una mejor calidad de vida para estas comunidades. A pesar de las limitaciones lo importante de esta práctica, y lo que comparten con otras iniciativas en distintas instancias del mundo, es el empoderamiento de la comunidad sobre el espacio físico. Los huertos en Puerto Rico han sido un motor para el desarrollo no únicamente del espacio urbano sino de las comunidades más pobres. El huerto representa un dispositivo para reforzar las relaciones sociales, sustentar a la comunidad, y brindar seguridad al entorno comunitario. Constituye un nuevo espacio público para la interacción social y el alivio al deterioro urbano.
Esperamos que este tipo de iniciativas nos sirva de motivación para seguir rescatando el deteriorado entorno urbano así como para movernos hacia el desarrollo sustentable de las comunidades dirigiéndonos a su vez a la tan urgente soberanía y seguridad alimentaria.
La autora es estudiante del Programa Graduado de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico
Este escrito y el vídeo que lo acompaña es parte del curso CISO 5995 Pensar la ciudad, impartido por el profesor Jorge Lizardi Pollock, en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.