La noche previa al comienzo de las ventas del modelo iPhone 4S de la compañía Apple, ya había cientos de personas que circunvalaban en filas las instalaciones de sus tiendas y otros distribuidores autorizados de la empresa alrededor del mundo. Con sillas desplegables y armados con otros artefactos de la marca, todos esperaban con ansias el nuevo producto. Hasta el cofundador de la compañía, Steve Wozniak, se unió a las filas que se acumularon en California, indicando que quería compartir la experiencia con los fanáticos de sus productos, y que sólo deseaba poder hablarle a su teléfono.
El móvil no tenía un diseño físico nuevo; era el mismo que su predecesor, el iPhone 4. Sin embargo, algo había distinto: un dispositivo llamado Siri, que Apple describe como un asistente personal inteligente. Siri es un agente de inteligencia artificial que recupera información mediante comandos de voz. Las tecnologías de comandos de voz no son novedosas, pero a diferencia de ellas Siri “entiende” el lenguaje natural del usuario -sea inglés, francés o alemán- y le hace preguntas para obtener resultados más precisos.
"Si vamos a crear máquinas esclavas,
¿por qué hacerlas humanas y con sentimientos?"
Todos querían probar a Siri primero, hablar con ella. Incluso, dos días después del lanzamiento de este nuevo dispositivo, ya había varios blogs dedicados a publicar las conversaciones que algunos usuarios sostenían con Siri. El resultado del lanzamiento el pasado mes generó cuatro millones de dólares en el primer fin de semana de ventas para la compañía. Se espera poder distribuir 26 millones de unidades mundialmente antes del fin de año.
Cuando Wozniak proclamó que sólo quería hablarle a su teléfono, se hizo evidente que el uso del celular había cambiado para siempre. La tecnología trasciende la necesidad y se convierte en un instrumento que incita la curiosidad en el consumidor y en un factor de motivación en su compra. Podríamos inferir que ahora la tecnología celular no suple necesariamente su función primordial sino que también brinda nuevos puntos de atracción a los aparatos que se venden. Algo subyace de este evento económico-tecnológico: la inteligencia artificial ya no es una investigación de laboratorio o tema de película de ciencia ficción sino una utilidad al alcance de todos. Nos cuestionamos entonces, ¿qué es eso que llamamos inteligencia artificial?
Hablemos de inteligencia artificial
Steve Jobs, cofundador de Apple, apostaba a conectar la tecnología con la emoción. Parecería paradójico brindarles adjetivaciones humanas a instrumentos materiales, pero Jobs se refería precisamente a tratar de cerrar esa brecha entre la creación y la pasión. La inteligencia artificial trata de vincular ambas, mediante la emulación de funciones que los humanos asociamos con inteligencia natural, pero realizadas por una máquina.
¿Cómo un artificio podría emular lo natural? Para Marcel Castro-Sitiriche y Fernando Vega-Riveros, profesores del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Computacional de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez (RUM), la inteligencia artificial es un planteamiento complejo desde su nivel epistemológico.
Cuando Vega-Riveros comienza sus clases, les pregunta a sus estudiantes qué entienden por inteligencia. Suelen asociar inteligencia con conocimiento y solución de problemas, pero casi nunca señalan aspectos como lo afectivo, lo creativo y, como indica el profesor, mucho menos el concepto de conciencia. Explica que no es la conciencia moral, sino la del ser, del ser hombre o mujer, ser una persona en un contexto particular. “Es lo que en inglés llaman consciousness, que no es lo mismo que conscience. Esos aspectos no se nos ocurren hasta que hablamos con un psicólogo o un filósofo, pero usualmente pensamos en lo meramente intelectual”, explica el profesor.
Añadir el concepto de lo artificial a este debate filosófico hace más complejo el término general, y -dice Vega-Riveros- “pone más divertida la discusión con filósofos y psicólogos”. Y es que de inmediato surgen preguntas sobre qué es entender, qué es comprender, y qué es la mente: ¿es parte del cuerpo o está aparte de éste? Y por otro lado, ¿es un estado funcional del cerebro?
A partir de preguntas como éstas, la ciencia ha trabajado múltiples enfoques para abarcar la inteligencia artificial. Actualmente científicos trabajan con dos modelos: aquellos de bajo nivel, modelos del cerebro enfocados en la neurociencia, específicamente en las redes neurales; y los modelos de alto nivel, sistemas basados en conocimiento que tratan de explicar cómo es que procesamos la información a nivel de conceptos y teorías.
Ante la diversidad de definiciones y modelos, entre los científicos no se ha logrado establecer cuál modelo es más apto para estudiar la inteligencia artificial. Castro-Sitiriche comenta que la inteligencia artificial -o inteligencia computacional, como también es conocida- es un campo de estudio en evolución.
¿Cómo funciona la inteligencia artificial?
En un laboratorio del Centro de Investigación y Desarrollo del RUM, un estudiante graduado de Ingeniería Eléctrica enciende un monitor para mostrarme visualmente la corriente alterna eléctrica que está generando su inversor. Este aparato construido por Ricardo Maldonado transfiere la energía almacenada por planchas solares e invierte el voltaje a uno apto para el consumo energético en el hogar. Su investigación está destinada a comunidades de bajos recursos en Bangladesh, donde el tendido eléctrico es escaso. Lo más apremiante en esta etapa de su investigación -la cual se encuentra en fase de prueba- es abaratar el costo del inversor, en el cual invirtió doscientos dólares.
Ricardo Maldonado, estudiante graduado de Ingeniería Electrica. Foto por Ricardo Alcaraz
Lo particular de la investigación de Maldonado es que utiliza inteligencia artificial para determinar el momento en que el sistema alcanza los niveles óptimos para tomar la mejor decisión en un ambiente determinado. La estrategia de inteligencia artificial que utiliza su investigación se basa en los modelos de emulación de inteligencia grupal a nivel biológico, como el que ocurre en las escuelas de peces o los enjambres de abejas. Al igual que Maldonado, otros estudiantes del RUM utilizan la inteligencia artificial en su campo de estudio para desarrollar nuevas vertientes en sus investigaciones.
Ahora bien, ¿cómo se aplica? La operación de un aparato de inteligencia artificial consta de un proceso cíclico de percepción, decisión, actuación e interacción, conocido como el ciclo de percepción-acción. En primer lugar, el agente inteligente (el robot, el agente financiero, el agente de juegos, entre otros) interactúa con un entorno. Percibe este entorno mediante sensores. El insumo de los sensores interacciona con el entorno a través de sus actuadores, es decir, sus partes (un brazo mecánico, un control remoto). La función del agente de inteligencia artificial radica en su toma de decisiones para efectuar una acción. Es aquí donde yace el reto para los investigadores de la inteligencia artificial: lograr que una máquina ejerza una operación que requiera adaptarse a situaciones imprevistas. Su aplicación no tiene límites. La inteligencia artificial se utiliza en la medicina, las finanzas, la electricidad, los juegos, la Web, las industrias manufactureras, la tecnología computadorizada, así como la robótica, entre otras.
El profesor Vega-Riveros trabaja en una investigación usando inteligencia artificial para desarrollar mejores buscadores en la Web. Le quiere ganar a Google, dice simpáticamente. Utiliza modelos de alto nivel, en este caso la semántica. Se requiere que la computadora procese la información que viene textual en lenguaje natural -que es el inglés- y contestar algo que tenga sentido. El investigador crea un banco de oraciones, donde extrae una representación moldeada en un mapa de conceptos. Introduce, entonces, la información de las oraciones con su representación a un algoritmo, el cual debe poder aprender esas representaciones y generalizarlas para otras oraciones que aún no ha visto. El problema que se comienza a investigar es cómo el agente inteligente puede determinar cuándo dos oraciones dicen lo mismo, es decir, son semánticamente equivalentes.
En este sentido, nos preguntamos, ¿la máquina puede crear significados? ¿Hacer sentido? “Aparentemente para un observador externo, la máquina está entendiendo. La estoy entrenado porque le hago un algoritmo de aprendizaje y le doy al igual que una persona muchos ejemplos para que practique”, explica Vega-Riveros. La realidad es que no puede hacer sentido por sí sola.
El profesor sugiere que esto se debe a que el conocimiento es un fenómeno social. “No puedo decir que tengo un conocimiento como individuo. Mi conocimiento es algo que se da en sociedad, son acuerdos sociales, como el lenguaje, la física, la química… utilizamos modelos del átomo, del Big Bang, pero son nuestros modelos como especie humana, inteligibles sólo en un contexto particular”, expresó. El conocimiento y la inteligencia entendida como un proceso social y no individual trascienden a ser un problema filosófico, sobre el cual los científicos aún no tienen consenso.
¿Un humano artificial?
En Japón, un roboticista llamado Hiroshi Ishiguro tiene un doppelgänger -un doble- humanoide atendiendo su oficina. Ishiguro está convencido que en un futuro ya no importará la diferencia entre humano y robot, pues serán visualmente idénticos. El humanoide realiza tareas por Ishiguro cuando éste se encuentra en su docencia. En entrevista con National Geographic en su edición de agosto 2011, Ishiguro planteó que el uso ideal de su humanoide es dejarlo con su madre, quien vive lejos de él. Cuando le cuento esto a Castro-Sitiriche, suelta una risa nerviosa y me indica que modelar un humano artificial sólo tiene un propósito válido cuando se utiliza para tratar de entender mejor las funciones del cerebro. Para él, no es cuestión de ser conservador, sino que es una gran complejidad ética.
El roboticistia Hiroshi Ishiguro con su humanoide
Y es que, según Castro-Sitiriche, para modelar el cerebro humano, no es necesario crear un humano artificial como meta. Explica que no tiene temor a la toma de conciencia, rebelión y dominancia por parte de los humanoides, como en las películas de ciencia ficción. Su preocupación recae en la utilidad que podría tener el crear un robot con cualidades humanas y las consideraciones de los impactos –positivos o negativos– que surgen con nuevas tecnologías. “Supongamos que se lograra crear un humano como máquina. Si fuera realmente equivalente, tendría que tener los mismos derechos humanos. En ese sentido, lo que usualmente se quiere es esclavizar esa máquina y no tener competencia. Si vamos a crear máquinas esclavas, ¿por qué hacerlas humanas y con sentimientos? ¿Para qué?”
No obstante, faltaría muchísimo tiempo para desarrollar una inteligencia artificial que equipare la humana. El cerebro tiene 100,000 millones de neuronas, químicos y funciones ligadas a la inteligencia emocional. Actualmente, los investigadores sólo pueden utilizar organismos cuyos cerebros tienen miles de neuronas, como por ejemplo, las moscas o las ratas. Hay mucho conocimiento por afinar sobre la complejidad cerebral humana.
Se están perfeccionando agentes robóticos que ejerzan tareas que conllevan una dimensión humana, como androides que estén a cargo del cuido de ancianos. De hecho, los usos apropiados de la tecnología en ramas como la salud auguran un mejoramiento en la calidad de vida de una población global que se vislumbra tendrá un tiempo de vida más extenso que generaciones anteriores. Si bien Ishiguro no tiene reparos en dejar su humanoide con su madre, pues dice, “soy yo mismo”, no todos los que trabajan con la inteligencia artificial articulan estas coyunturas de socialización de igual modo. A Castro-Sitiriche le inquieta el que no se tome en cuenta las consideraciones de un producto creado que por naturaleza no es una herramienta neutral. Sobre el cuido de ancianos por parte de agentes inteligentes, es un debate que ha oído bastante, no obstante, piensa que es una justificación al criterio personal y no una solución general. “Entiendo que los asuntos sociales se deben atender de modo social y no relegarlo a la comodidad de la tecnología. Es una lucha fuerte que tengo dentro de la Ingeniería. Tiene que ser tecnología y algo más, y ese más suele ser más importante”, comenta.
No hay una connotación de temor en las declaraciones de investigadores de la inteligencia artificial. No prevén que los agentes artificiales tomen “conciencia” humana. Más bien, hay una inquietud sobre el poder pronosticar los efectos a nivel social que puedan acarrear las nuevas tecnologías inteligentes. Académicos podrán establecer proyecciones, pero al final, es aquella fila de fanáticos de Apple los que dictarán las nuevas pautas sociales. Ya hay al menos dos generaciones que nacieron dentro de la cultura tecnológica, quienes han experimentado en su cotidianidad el alcance de las mismas. Sociólogos, psicólogos y filósofos podrán debatir en lo que resta de siglo si estamos ante el umbral de un cambio de paradigma en las relaciones sociales, las que estarán fundamentalmente mediadas por la tecnología. No hay vuelta atrás. A fin de cuentas, el humanoide Ishiguro ya está tomando recados para su creador y cuatro millones de personas alrededor del mundo preguntándole a Siri What is the meaning of life?
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