
Se ha preguntado usted si alguna vez el Quijote llegó a comprender que se enfrentaba a molinos de viento y no, precisamente, a un ejército. Probablemente no, sin embargo, es posible que sea preciso plantearse esta interrogante un tanto abstracta para entender la complejidad de la crisis financiera global. Durante mucho tiempo los inversionistas creyeron comprar tesoros y acabaron con cofres vacíos, del mismo modo que el ingenioso hidalgo luchó con ejércitos imaginarios. La ficción entró en la economía y sus efectos no son asuntos literarios. Si se rastrea sigilosamente el origen de la crisis financiera más grande que atraviesa Wall Street desde la Gran Depresión del 1929, es imprescindible pasar revista sobre la tan comentada burbuja hipotecaria. Como explicaron los economistas Alfredo González Martínez y José I. Alameda Lozada en la pasada edición de Diálogo, las dificultades comenzaron a raíz del crecimiento acelerado del sector financiero de la vivienda en los Estados Unidos, que a su vez generó un proceso especulativo. Es decir, se comenzó a invertir de modo riesgoso y sin ningún tipo de límite. Esta situación, enmarcada en una filosofía de no regulación a los mercados libres y una disposición muy grande de las instituciones financieras al préstamo, provocó que estos activos financieros afectados por la especulación crearan una suerte de cadena en la que la cantidad de instrumentos financieros contaminados acabó por derrumbar el sistema. Se invirtió en hipotecas tóxicas, llamadas así por tratarse de instrumentos financieros no asegurados y cargados del grave problema de la morosidad, entre otros. El dinero pasó de este modo a convertirse en información y no en un instrumento financiero fidedigno y rentable. A esto se le añade el gasto público que ha generado la guerra, un consumo acelerado por el préstamo excesivo y la confianza que había en la economía y la ecuación se sigue complicando. Nadie imaginó que el dinero ficticio no se materializaría. “Lo extraordinario es que cuando fue evidente que esto no iba a ocurrir, la ficción de las hipotecas siguió encandilando la vida financiera de medio planeta, hasta que, un buen día, la realidad volatizó a lo imaginario y comenzaron las quiebras”, así resumió la crisis el escritor Mario Vargas Llosa quien desde su perspectiva histórica y literaria se acerca al tema en cuestión. Y es que nadie podía sospechar que el toro y el oso –símbolos de la bolsa de valores- con su juego especulativo en el que las anticipaciones de los osos y las embestidas de los toros mueven el mercado, quedarían atrapados en su propio escenario de libertad. Situación que según el nuevo Premio Nobel de Economía, Paul Krugman pone de manifiesto que “el mercado no siempre tiene la razón”. Tanto es así que el propio Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos y uno de los más acérrimos defensores de la desregulación en los mercados libres, reconoció que cometió un error al confiar en que éstos se podían regular solos. “Hay que admitir dos cosas: que la historia de esta crisis es una historia del fracaso del mercado, y que en todas partes gobierna el desconcierto, o más bien la brillante ignorancia… El mercado ha fracasado porque los riesgos incalculables del crédito inmobiliario y de otros préstamos se ocultaron intencionalmente, con la esperanza de que su diversificación y ocultación acabaría reduciéndolos”, expresó el sociólogo alemán especialista en temas de globalización Ulrich Beck en el diario El País de España. “Ya nada funciona sin el estado”, añadió uniéndose así a la multiplicidad de opiniones que ofrecen expertos alrededor del mundo como respuesta a la crisis. La idea del rol del estado en la economía, es uno de los principales debates entre economistas a raíz de esta crisis. ¿Interviene o no el estado? Ésa es la pregunta. A juicio del profesor Alfredo González, la interrogante es mucho más compleja puesto que, como señala en su artículo La glorificación de la empresa privada: “Los líderes reniegan de la intervención gubernamental mientras el negocio sea lucrativo. La imploran cuando tienen pérdidas”. De este modo, se interpreta esa idea que González y Alameda elaboran acerca de la privatización de la ganancia y la socialización de la pérdida. Por su parte, el reconocido economista y Premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz opinó en una columna publicada en El País, España que “en la economía del medio ambiente hay un principio básico que es `el que contamina paga`”. Stiglitz añadió que “es una cuestión de justicia y eficacia. Wall Street ha contaminado la economía con hipotecas tóxicas. Debería pagar la limpieza”. Estas declaraciones obligan a pensar en el llamado riesgo moral dentro del estado de situación. Es decir, ¿qué pasará en el futuro si el Estado siempre estará para rescatar a la entidad en problemas? ¿Es premiar la toma de riesgos innecesarios? Parece una pregunta sencilla, pero es la puerta a todo un nuevo paradigma en cuanto a cómo se piensa la economía mundial y por consiguiente a la búsqueda de formas efectivas de hacer correr la rueda económica sin que se descarrile todo el tren. “Esta situación nos tiene reposicionándonos a muchos economistas sobre cómo deben funcionar óptimamente los mercados”, apuntó por su parte Deepak Lamba Nieves, economista y estudiante doctoral de Planificación urbana y desarrollo económico en Massachusetts Institute of Technology. El evidente ambiente de incertidumbre que ha provocado una contracción en la actividad económica, un freno por parte de los bancos en cuanto a la disponibilidad de crédito y un verdadero replanteamiento de los fundamentos económicos que han gobernado la economía hasta el momento no implican, según Lamba Nieves, que es momento de tomar posturas radicales. “Por un lado la poca reglamentación no necesariamente nos lleva a una reglamentación idónea, pero tampoco se puede empezar a reglamentar a lo loco. Hay que revisar ese andamiaje de política pública pero no podemos correr el riesgo de volver a la era en la que la reglamentación creaba un problema grave en el crecimiento económico”, advirtió Lamba Nieves quien ejemplifica esta posibilidad con el alto costo de viajar en los Estados Unidos en la década del 80. En ese entonces el mercado de vuelos estaba tan altamente reglamentado que no permitía nuevos competidores y sólo estaban accesibles pocos vuelos a un alto costo. Cuando se flexibiliza entran más competidores y bajan los precios. En cuanto al estado de situación el economista es claro en que no se trata de premiar “a los amigos de Wall Street para que sigan obteniendo ganancias después”. Indicó que no se puede perder de perspectiva que estas compañías asumieron el mayor riesgo posible y ahora al pueblo estadounidense, que es el que paga los impuestos, le tocará pagar las consecuencias. “Es hora de replantearse la idea de que se va a necesitar un gobierno más activo con un rol más grande en los mercados. Para muchos economistas es una herejía decir que toda la teoría neoclásica estaba incorrecta… La mano pesada del gobierno hay que ponerla a darse un apretón de manos con la mano invisible del mercado”, puntualizó Lamba Nieves.