Por: José A. Rivera González
“Tú eres caramelo y chocolate, tú eres el papito de mi vida”, y “campesino de mi tierra, qué marginado te tienen; con un cuadro de hijos sufres de miseria y padeceres”, son estribillos sacados de dos canciones que forman parte del repertorio que interpreta la vedette Iris Chacón; pero, además, son representativos de los polos que han guiado su carrera y su vida.
El fenómeno mediático conocido como Iris Chacón surgió en un momento de profundas transformaciones sociales, políticas y económicas. Era el tiempo de la integración de derechos civiles recientemente reconocidos en Estados Unidos; la revolución sexual desencadenada por el movimiento hippie; la lucha contra el servicio militar obligatorio; la Guerra de Vietnam; una etapa de fuerte persecución política a la izquierda en Puerto Rico, y el primer triunfo de un partido anexionista en la Isla, entre otros dramáticos cambios.
En ese tiempo, la televisión isleña enfrentó, posiblemente, una de sus batallas más duras para sobrevivir frente a las producciones enlatadas, millonarias y traducidas que llegaban de Estados Unidos, con personajes protagonistas novedosos para nuestra teleaudiencia, como detectives (El fugitivo), abogados (Perry Mason), adolescentes (Hawaiian Eye), médicos (el doctor Ben Casey), oestes (La ley del revólver), comedias de situación (El show de Dick Van Dyke), ciencia ficción (Dimensión desconocida) y de variedades (El show de Ed Sullivan), entre otros géneros que siguen vigentes en la televisión estadounidense.
Pero la televisión puertorriqueña no se cruzó de brazos y enfrentó el reto desarrollando un cuerpo de producciones en las que refrescó las cartas ganadoras del pasado según el gusto boricua, que le aseguró el favor de la teleaudiencia, abrumadoramente. Las telenovelas, los shows de variedades y las comedias de sketches, junto a las películas dobladas al español del inglés (en sustitución de las mexicanas y argentinas de sus épocas de oro) lograron la supervivencia televisiva de finales de la década de 1960 y en la de 1970.
Bajo ese caleidoscopio, surgieron producciones con interpretaciones muy particulares a los debates del momento, como las de Los alegres tres, donde se vio lo nunca antes visto en nuestra televisión: un catálogo de concursos que incluía desde competencias para hombres bellos (El show de los mamitos), hasta para mujeres pequeñas (El show de las enanitas). Como telón de fondo, el programa musical al mediodía incluía un puñado de atractivas jovencitas en minifaldas, que bailaban ritmos que se interpretaban en el show liderado por Silvia de Grasse, Francisco Damirón y José Ernesto Chapuseaux. Entre ellas, el diamante en bruto: Iris Chacón.
No pasó mucho tiempo para que el destacado actor dramático, comediante, libretista y productor Elín Ortiz rescatara de la pasarela de baile a la joven universitaria y le pusiera los pies en la tierra; solita ante la cámara, al alcance del pueblo. Fue un aprendizaje arduo, intenso y sacrificado para la muchacha quien, en sus inicios, ensayó coreografías, y gimió y desafinó canciones escritas por ella o su mentor. Pero, a pesar de la atención extraordinaria que provocó desde sus primeras apariciones televisadas, aún no se cuajaba el perfil definitivo de la personalidad mediática de la Chacón.
Aunque no fue una militante, desde sus comienzos, Iris Chacón se expresó como simpatizante de la independencia para Puerto Rico, y apoyó reclamos de minorías, pero sus entrevistas siempre iban más dirigidas a su anatomía que al ejercicio de sus neuronas. Para entonces, la entonces estudiante aspirante a estrella comenzó a llamar la atención por utilizar el último grito de la moda en cuanto al maquillaje, la ropa, los accesorios.
Pero dejando los rodeos a un lado, su éxito definitivo se selló cuando comprendió que tenía que darle la espalda al mundo (especialmente, a la cámara). Mientras cantaba “escribo tu nombre en las paredes de mi ciudad”, en referencia al grito de libertad que reclamaba la juventud de entonces, y se alejaba del lente en busca de un efecto dramático, Puerto Rico pareció ponerse de acuerdo en que Iris Chacón cargaba, al final de su espalda, todo el peso de nuestra identidad de pueblo.
En poco tiempo, los sectores más jóvenes y los populares se identificaron con ella y se sintieron reivindicados por la joven que retaba paradigmas sociales de la época al no avergonzarse de su voluptuosidad y desarrollarla hasta transformarla en su recurso artístico más poderoso.
Ortiz, quien al parecer recordaba a las rumberas cubanas del cine de oro mexicano que quizás lo encandilaron a él y a la mayoría de los varones de su generación, las revivió reinterpretadas bajo el concepto más moderno de vedette. Pero Iris Chacón no copió a Ninón Sevilla, María Antonieta Pons o Rosa Carmina, cuyas caderas cimbreantes, vientres espasmódicos y cinturas con voluntad propia las convirtieron en objeto de idolatría en las pantallas de plata latinoamericanas.
En su lugar, aprovechó la herencia de las danzas eróticas de aquellas, a la vez que abrevió los pantaloncitos que les cubrían el obsceno ombligo, extendió sus colas de volantes, les sustituyó los adornos de plumas por largas extensiones de cabello rojizo, y fusionó ritmos tropicales con mucha percusión. De este modo, logró enlazar a una generación adulta (que agradeció el homenaje a aquel pasado reciente) con la nueva de entonces, que pretendía arroparse con el concepto de “libertad”, en su sentido más amplio; con especial atención al de la sexualidad.
Novedades como el incluir a dos bailarines (Johnny y Papote) como únicos acompañantes en las coreografías de su primera etapa fue una de las muchas diferencias que distinguieron a Iris Chacón ante la proliferación de vedettes inspiradas por su éxito. En este punto, se le pudo apreciar embutida en un bodysuit que revelaba cada centímetro de su espectacular anatomía (según los estándares latinos tradicionales), con voz afinada tras muchas clases de canto, entonando “hoy bailo dichosa este vals”, como antesala a “qué es lo que tiene mi movimiento”, un contraste que elevaba el ánimo de la teleaudiencia, sobre todo, la masculina, al punto de que lograba un fuerte punto de convergencia entre hombres gays y heterosexuales (aunque por distintas razones).
Los logros que alcanzó y la demanda por verla crecieron como un maremoto. Contratos de exclusividad en hoteles de primera, en el exterior, en películas, en programas de televisión y en presentaciones personales no agotaban el interés de sus seguidores, que agradecían con silbidos, aplausos y vítores cada vez que la vedette le daba la espalda en sus espectáculos, y se doblaba para tomar un sorbo de agua estratégicamente colocado en el suelo.
Pero al margen de la fama también hubo los inevitables escándalos, inevitables para una figura mediática de la categoría de Iris Chacón. Su vida sentimental y desavenencias familiares llenaron las páginas de revistas de farándula. No menos importante, enfrentó la crítica, la censura y la explotación de instituciones como la Iglesia, aunque siempre contó con el respaldo del pueblo. El nacimiento de su hija con el músico Junno Faría, su esposo de décadas, fue uno de los acontecimientos más publicitados en el País, y lejos de mermar su fama, una vez más, la vedette logró equilibrar, en el mejor estilo Karl Wallenda antes de la caída, al mito sexual con la madre y esposa por excelencia.
El éxito de cara al mundo la llevó a importantes programas de la televisión estadounidense, como El show de Merv Griffin, y David Letterman, y de espaldas, catapultó las ventas de un producto para autos hasta entonces casi desconocidos, hecho que se discutió en las páginas del Wall Street Journal. En ese momento, escenas de su programa sabatino producido en Puerto Rico se incluyeron en importantes producciones cinematográficas de Estados Unidos, como reconocimiento a la penetración de Iris Chacón en el gusto de la comunidad latina inmigrante en general.
Hasta hoy, Iris Chacón nos ha abierto su “alma enamorada en cada noche y mañana”, según la letra de una de sus canciones, mientras sus seguidores alrededor del mundo reconocen que sus logros ayudaron a pavimentar el camino de muchas estrellas del espectáculo de hoy día. Por otra parte, su peculiar modo de balancear y deslindar la imagen pública de la persona privada ante la mirada pública refuerza su lugar de prominencia entre las grandes figuras del espectáculo puertorriqueño y latinoamericano, y en el corazón de un pueblo que reconoce, con gratitud y cariño, la trayectoria de una de sus estrellas más queridas.
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El autor es profesor de la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.