Este escrito es una muestra del trabajo realizado por los y las estudiantes del curso Acercamientos Irreverentes a la Literatura Puertorriqueña Reciente (ESIN 4992/ESPA 4992) en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. En el mismo echamos una mirada crítica a gran parte de la literatura publicada en Puerto Rico durante los últimos cinco años, cruzando los géneros de poesía, cuento, novela, ensayo y novela gráfica. El curso cumplió el propósito de armar, en conjunto, un marco teórico para mejor entender y comentar la literatura local más reciente, y también hizo las veces de taller de creación literaria. Puedo decir, sin riesgo alguno de rayar en hipérboles cursilonas, que como profesor y compañero, tuve la oportunidad de conversar y conspirar con un puñado de los más novísimos y prometedores escritores y escritoras del patio. Ahí vamos. – Guillermo Rebollo Gil
I
Mi abuelo Bernardo Pino desembarcó del Marine Tiger en 1946 con una cosa segura: el apellido prestado. Pino lo robó del esposo de su abuela porque “padre es el que cría, no el que engendra” y Sandoval (el de la madre), el que aparece en los archivos del barco, lo enterró el patriarcado gringo tanto pronto pisó tierra.
El fracasado sabor de la jamonilla que regalaba la PRERA (alias Puerto Rico Emergency Relief Administration) provocó el naufragio. Sus panas de Río Piedras lo despidieron con júbilo porque sabían que ya no había madre que volviera a comer jamonilla frita curada en huevo…de la PRERA. Y para eso Nando tenía que irse. Irse de Buen Consejo a Spanish Harlem y de Harlem a Fort Greene Projects conviviendo con una minoría que se desasía del nigger. En los projects junto a mi abuela Lola Pino, una prieta de Mayagüez con quien tuvo nueve crías. Hasta la posteridad mi padre, sus hermanas y hermanos llevarían la etiqueta nuyorican.
Nuyorican es un homosapien destinado al fiel cuestionamiento suicida de ese concepto llamado identidad o pertenecer irrevocablemente a algo. Por tal razón, las y los nuyoricans, en un intento de asimilarse y sobresalir del melting pot o lo que quiera decir eso, hablan inglés en la escuela, español en la casa y no faltan a la parada puertorriqueña, etcétera. No obstante, lo que es absolutamente irreductible es que la prole de la diáspora percibe ese apestoso antagonismo que se empeña jerarquizar los que están adentro y los que nacieron afuera.
Pedro Pietri y Tato Laviera también eran nuyoricans. ¿Quién más hubiera denunciado el corte de pastelillo que dio La carreta? ¿Quién habría escrito un obituario de sus propios fantasmas? ¿Quién hubiera dignificado la inteligencia y supervivencia de abuela?
A Laviera y a Pietri los conocí en el baño, a pesar que eran amigos del clan Pino. Abuela Lola, según la historia, les cocinaba arroz y habichuelas. Sin embargo, sus escritos estaban en un rinconcito (del baño), medio escondido, junto a revistas viejas de The Economist y catálogos de ropa. Papi solo hablaba silencios. Nunca mencionó a los poetas. Nunca explicó por qué estaban en el baño. Escuché, mientras hablaba por teléfono, que uno de ellos dos había compartido aguja con una de las crías que murió porque se metía hasta el dedo. Ahora bien, papi era inmisericordioso si utilizabas la palabra “negro” para describir el color de piel de un african american. Cada vez que en las noticias escucho negro me acuerdo de los regaños de Papi y sus discusiones con el tío Bernardo porque Papi, a pesar de ser blanco, se consideraba moreno americano.
II
La cría de la cría arribó a Washington, con pulmones sanos, apellido prestado, nombre árabe, pasaporte expirado y tercera del clan Lola-Nando que completaría un bachillerato. La esperaba un shuttle que la llevaría al apartamento, localizado cerca de un Metro Station y de un barrio gentrificado. NoMa había sido un hood afroamericano hasta que llegaron los hipsters montando mercados orgánicos solidarios y restaurantes caros, bastante caros. La cría llegó a Washington, se topó con el anglo parco, con la prisa del frío, las mañanas sin good mornings y el café aguado de Starbucks. En Puerto Rico hay Starbucks. En NoMa no había Starbucks, sino café solidario igual de caro. La cría de la cría abandonó Washington sin superar la incomodidad que le provocaba leer y escuchar America sin tilde.
III
Aplazar mi salida es casi políticamente incorrecto si el motivo se convierte en apología al grotesco patriotismo de Yulín. En cada cruza calle leo un alto, un detente, una censura al boleto de partida, que reposa junto al anuncio de chatarrazo. A Nando casi lo expulsaron porque ni siquiera terminó el cuarto año. Pero, ahora, la cría de la cría, a punto de graduarse de bachillerato, podría montar una micro empresa aunque haya estudiado periodismo. Ahora, la cría de la cría podría trabajar en Fortaleza como social media manager dándole updates al Twitter aunque ni siquiera haya votado por Alejandro. Ahora, la cría de la cría puede llevar junto al reloj, sin ningún remordimiento, el nombre Oscar López Rivera mientras dirige las comunicaciones de la Policía.
IV
Es que somos una Isla y nuestra frontera es agua, me comentó una amiga luego de cambiar el boleto de partida.