Dicen que hay dos muertes, la terrenal y la de la memoria. Una peor que la otra, más dolorosa, de mayor infortuna. Pero con Ivania Zayas Ortiz no hay olvido. Queda el recuerdo. Y mientras haya memoria, hay vida. Una vida perenne, ininterrumpida por el arte, las pasiones y la incesante música, con la que anduvo por esta tierra maltrecha. La mujer del sombrero, la que con su guitarra armonizó, con su voz alentó y con su mirada cautivó, hoy vive con esplendor entre las calles Añasco y Balboa de Blondet en Río Piedras. Inmortalizada en un mural.
Cada cual cosecha lo que siembra, y cuán cierta es esa trillada frase. Basta solo con pararse en la esquina de la Balboa para contemplar la veracidad de ese refrán. Ivania está recogiendo los primeros frutos de esa siembra con la que prendó a tanta gente. Amigos, familiares, colegas y personas que la conocieron de lo lejos a través de su arte se congregaron en un mural de Río Piedras, para así, darle color al recuerdo y consagrar a la inmortalidad a la mujer del sombrero.
Observar el mural desata pasiones, melancolía, alegría y música. Sobre todo música. En los altoparlantes que instalaron resonaban melodías de la nueva trova, la contracultura, el son cubano, el changüí, el rock, la balada y la salsa. En las calles Baldorioty de Castro y la Cabrera se oían los ran-chan-chán de las guitarras acústica y eléctrica, la intensidad de un bajo, la dulzura de una viola, la sutileza de una harmónica y las voces de la amistad. Se cantaba, se bailaba, se pintaba.
Era un festín artístico, bajo una luna y un cielo traicionero que, ocasionalmente, soltaba unos chubascos. Y aunque entraba ya la madrugada, la carpa naranja, que se hacía roja con el intenso foco que alumbraba el muro, albergaba una veintena de camaradas y una entrañable familia, que irradiaba una energía envidiable. Era el primer día de un trabajo nacido del corazón de Blanca “Blanqui” Rovira Burset, Amarilis “Ama” Torres Carrasquillo y Rubén “Sheto” Luciano, amigos de Ivania, que conglomeraron al resto. Y llegaron sin mucha insistencia, con mucha voluntad, probando que,”con amor, unión y paciencia se fluye”, como dijo Torres Carrasquillo.
Todo comenzó días antes, con un sueño revelador de Rovira Burset, con quien Ivania compartió innumerables veces desde aquella primera vez que se conocieron en una bohemia en una finca guaynabeña. “Soñé con un mural para Ivania en estos días”, contó. Su inquietud la llevó hasta Amarilis, que congenió al instante. Ya se ponía en marcha un gesto de comunidad.
“¿Quién puede hacerlo y dónde?”, pensaba Amarilis. Rubén “Sheto” Luciano, un experimentado grafitero y colega de la fenecida cantautora, fue la persona idónea. “Sheto se mostró dispuesto rápido, y me dijo: ‘eso lo hago yo'”, mencionó. Y así, de un miércoles a un sábado ya contaban con el bastión, la pintura, las brochas y pinceles para hacer del mural, una realidad.
Comenzó en el atardecer del pasado sábado, 28 de febrero. Proyectaron imágenes de Ivania con su icónico sombrero, guitarra en mano, mirada pícara y sonrisa coqueta. Sheto, con su pincel, trazó lo primero sobre aquella pared gris. Tras los primeros trazos, los primeros colores, y con ellos, la noche fresca. Así, les alcanzó la madrugada.
El domingo no distó mucho de ese bembé. Llegaron los hermanos y sobrinos de Ivania, que miraban con orgullo y nostalgia el mural. También pintaron y se unieron al recuerdo. Luis Ángel, su único hermano, cantó, y los ojos lagrimosos de muchos era una cuestión natural. Había una creciente emoción a medida que se adentraba la noche. Comentaban lo lindo de la unión de estudiantes y vecinos, así como lo incrédulos que estaban por la ayuda y disposición de la Policía. Aquel Mr. con macana mostraba humanidad, compasión y profunda empatía. Miraban el mural y se lo agradecían a Ivania, porque en él ya estaba y está ella.
Decorado con flores rojas, amarillas, naranjas y azules, Blanqui, apostada frente al mural, lo miraba y narraba cuando cantaba junto a Ivania, las canciones de Silvio. “No puedo dejarte de ver, arañando el silencio con tus ojos, tratando de decir algo que las palabras nunca hubieran dicho mejor […] cuida bien tus estrellas, mujer”, declamó bajo aquel cielo metropolitano con dispersas estrellas. Sin embargo, cohibidos por la lluvia, cesaron labores a las tres de la madrugada para disponerse a un tercer día de trabajo el lunes.
Puntuales, ya a las seis de la tarde, las latas de pintura estaban abiertas y comenzaban la última noche de un esfuerzo conjunto y lleno de un cariño especial. Algunos dejaron flores plásticas para colgar junto al mural y añadirle más color, y con ello más vida. Las escenas de juntes musicales, los cassettes de clásicos populares y los abrazos se repetían como en los otros dos días, hasta llegar el amanecer… El martes aguardaba otra función.
De esta forma, la mujer del sombrero vivirá, eludiendo el trágico olvido, con el que se muere más de una vez, porque “la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”, según Gabriel García Márquez. Y ahora Ivania vive más que nunca. Vive acá.