Hablemos de una práctica agrícola que sea económicamente sostenible, ecológicamente sensitiva y socialmente justa.
Hablemos de una práctica agrícola que está consolidándose como disciplina científica, como paradigma de agricultura sustentable y como movimiento social.
Hablemos de la agroecología.
Tengamos la conversación de qué es, de su presencia en el mundo y en Puerto Rico. De por qué puede ayudarnos a combatir el cambio climático mientras nos ofrece más y mejores cosechas libres de químicos. Y de por qué si sus beneficios son evidentes, no se plantea como política pública de los gobiernos.
Algo más que agricultura alternativa
De acuerdo a Nelson Álvarez Febles, uno de los estudiosos y pioneros de la agroecología en Puerto Rico, esta práctica se refiere a “todas las variantes de agricultura alternativa que tienen la salud del ecosistema, la viabilidad económica a largo plazo y la responsabilidad social como metas”.
Esas características encajan en lo que Laura Silici, del Instituto Internacional para el Ambiente y el Desarrollo (IIED), describe como la evolución del concepto de agroecología, que se investiga desde el 1970.
Según Silici, en tanto disciplina científica, la agroecología estudia cómo los diferentes componentes de un agroecosistema –microorganismos, hongos subterráneos, el suelo, y las plantas, insectos, animales y humanos– interactúan.
Como conjunto de prácticas, por su parte, esta busca promover sistemas de producción agrícola sustentables que optimicen la calidad de las cosechas por encima de aumentar la producción per se. Como movimiento social y político, la agroecología aboga por la soberanía alimentaria.
“Es lo que define a la agroecología: la integración de lo agronómico con el contexto social, de la ciencia con la ética, y de una ecología moderna que integra flora, fauna, montañas y ríos, y las sociedades humanas en el concepto de ecosistema”, resumió Álvarez Febles en entrevista con Diálogo.
El también sociólogo y abogado detalló que en la agricultura ecológica se recogen conceptos que se vienen desarrollando bajo una variedad de nombres y enfoques, desde la agricultura orgánica, la biológica, la biodinámica, la sostenible y la alternativa hasta la permacultura y el manejo integrado de plagas.
Para salvar los suelos y el planeta
El cambio climático, junto a la subsiguiente pérdida de biodiversidad y la erosión –e incluso desertificación– de suelos a nivel internacional, comparten un elemento en común: la práctica agrícola convencional o industrial.
En lo que representó un hito académico en el 2008, Rattan Lal, profesor de la Universidad de Ohio, calculó que los suelos del planeta han perdido sobre 80 mil millones de toneladas de carbono, que se ha distribuido mayormente en la atmósfera y en menor proporción en los océanos.
Si bien Lal atribuyó este fenómeno al efecto de malas prácticas agrícolas desde hace siglos, fue enfático en que el manejo agroindustrial del suelo desde la Revolución Verde a mediados del siglo pasado ha exacerbado la presencia de dióxido de carbono (CO2) en el ambiente.
Un año después, Sara Scherr y Sajal Sthapit, del Worldwatch Institute, establecieron que más del 30% de los gases de invernadero –incluyendo el CO2– son emitidos por el sector que trabaja los suelos.
Y en el 2014, la autora Kristin Ohlson publicó The Soil Will Save Us, un libro que recoge las experiencias de agricultores y granjeros que, a través de prácticas ecológicas, han comenzado a producir alimentos en tierras donde antes era básicamente imposible. Entre sus testimonios, destacan los siguientes:
En Zimbabue, Allan Savory desarrolló la técnica de manejo holístico: mediante el control del tamaño y la cantidad de tiempo que el ganado pasta para imitar el comportamiento de los animales antes de la presencia humana, Savory ha logrado reverdecer el suelo desértico surafricano sin la necesidad de agua, fertilizantes o arado.
En Australia, Bob Wilson decidió combinar la siembra de tagasaste y plantas subtropicales para, junto al manejo holístico de su ganado de reses, mejorar la salud del suelo arenoso de su finca. No tan solo el terreno de Wilson aumentó su productividad con la combinación de cultivos y animales, sino que desde el 2011 disfruta de la Iniciativa de Cultivo de Carbono, créditos que el gobierno australiano otorga a quienes capturan, con sus prácticas agrícolas, el CO2 atmosférico. Australia es el primer país con este tipo de política pública.
Iowa, North Dakota y Arizona son otros de los lugares que visitó Ohlson y donde las prácticas agroecológicas han comenzado a recibir un mayor auspicio del gobierno local, estatal y federal –así como de los consumidores– por producir alimentos de calidad libres de agrotóxicos y al mismo tiempo, restaurar los suelos y capturar CO2 atmosférico.
Dicho de otro modo, es un win-win situation.
El estado de la agroecología en Puerto Rico
De acuerdo a la base de datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, en la Isla hay siete operaciones agrícolas certificadas como orgánicas.
En Hatillo se encuentra la Empresa Agrícola Toledo, dedicada a la producción de frijoles. En Jayuya está la Finca Gripiñas, con una producción de guineos, café, toronjas, malanga, chinas y calabacita. En Sabana Grande ubica la Bananera Fabre, y como indica su nombre, producen guineos.
En el sureste del País, en Patillas, está localizado Desde Mi Huerto, una finca dedicada a la venta de semillas orgánicas de plantas medicinales, flores, frutas, vegetales y tubérculos. En Camuy está Finca Orgánica Mi Casa, que produce frutas, hierbas, semillas y vegetales. Completan la lista las Estaciones Experimentales Agrícolas de San Juan y Lajas de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Pero ese número deja afuera una cantidad indeterminada de fincas que también son agroecológicas. Aunque no hay registro oficial del Departamento de Agricultura (DA) sobre esto, la Organización Boricuá de Agricultura Ecológica detalla en su portal ocho operaciones adicionales: la Finca El Guajonal en Yabucoa; la Finca El Josco Bravo en Toa Alta; la Finca El Paraíso en Arecibo; la Finca La Tierra Prometida, y la empresa Productos Montemar, ambas en Aguadilla.
Están, además, la empresa Siembra Tres Vidas en Aibonto; la Hacienda Jeanmarie en Aguada; y la Escuela Segunda Unidad Botijas #1, en Orocovis. Esto, sin contar los demás proyectos y huertos ecológicos comunitarios que se desarrollan a lo largo del País.
Precisamente en aras de promover el desarrollo de huertos –y en vías garantizar una mayor producción local de alimentos, como propone el Plan de Seguridad Alimentaria para Puerto Rico publicado en el 2013– el DA emitió ese año la Orden Administrativa 08. Esta medida autorizó a la Administración para el Desarrollo de Empresas Agropecuarias (ADEA) a ofrecer incentivos a comunidades organizadas con propósitos agrícolas que trabajen en huertos ecológicos.
Aparte de eso, el DA puede incentivar la producción agrícola de cualquier finca o empresa –sea agroecológica o industrial– siempre y cuando sus niveles de operación alcancen potencial comercial.
“Si tú tienes una empresa que es económicamente viable y hay una producción suficiente para llevarla a niveles comerciales yo te doy incentivos”, explicó Myrna Comas Pagán, secretaria de la agencia.
Por lo general, una finca que produzca sobre $500 en alimentos –la cifra que fija el Censo Agrícola federal– puede ser considerada para recibir incentivos.
“Yo creo en la coexistencia y creo en el respeto a cada estilo. Nuestros agricultores han pasado tiempos bien duros, bien difíciles, y esos momentos los han llevado a adoptar unas técnicas de producción que están avaladas por ley y que merecen respeto, igual que la agricultura orgánica que está creciendo”, afirmó Comas Pagán.
Aun con el incipiente número de incentivos para proyectos agroecológicos, el modelo predominante de la agricultura en Puerto Rico –desde el nivel estatal, pasando por las universidades, las asociaciones de agricultores y terminando en las empresas nacionales e internacionales agroindustriales– es la producción industrial.
El choque de paradigmas
Antes del proceso de industrialización de Puerto Rico, impulsado por la Operación Manos a la Obra entre 1947 y 1973, la agricultura en la Isla era rural.
En los patios de las casas se sembraba, se tenían gallinas o cabros –y el que más, una vaca– y de eso se comía. En ese sentido, la producción y consumo de alimentos giraba en torno a la autosuficiencia, uno de los asuntos que enfatiza la agroecología actualmente.
Pero con la posguerra y la creación del Estado Libre Asociado en 1952, se dio en el País una gradual urbanización y transición hacia una economía de enclave industrial. El modelo se fundamentó en la exportación de productos creados en la Isla por compañías de capital extranjero (principalmente estadounidense) que se beneficiaban de infraestructura, mano de obra barata, arreglos legales y exenciones tributarias.
Esta política de desarrollo nacional, como señalan los economistas Argeo Quiñones e Ian Seda Irizarry en Wealth Extraction, Governmental Servitude, and Social Disintegration in Colonial Puerto Rico, es la raíz del modelo económico actual. Y bajo él, la producción industrializada de alimentos derrumbó la agricultura rural, posicionándose como paradigma.
“El paradigma [de producción agrícola] dominante propone modificar los ecosistemas para adaptarlos a estrategias homogéneas de cultivo, en vez de adaptar las siembras a los ecosistemas, como hace la agricultura familiar y campesina”, explicó Álvarez Febles.
El agroecologista agregó que con la industrialización agrícola “se promueve una agricultura de clima templado, monocultivos y estrategias de ganancias a corto plazo, que depreda la naturaleza y produce grandes daños al suelo, el agua y la biodiversidad. Y destruye la cultura rural, la cultura del agro, como ha pasado en Puerto Rico”.
La pregunta sería cómo revertir ese modelo de producción alimentaria. Pero en el proceso de elaborar una respuesta convergen una multiplicidad de factores, tanto en Puerto Rico como en el resto del mundo.
El poco interés o incentivos gubernamentales en operaciones agroecológicas a pequeña y gran escala; la parcialización a favor de intereses de la industria agroalimentaria; y, con la excepción del Plan de Seguridad Alimentaria para Puerto Rico del DA, la inconsecuencia de políticas alimentarias por el cambio de funcionarios –cada elección, cada cuatro años– son algunos de los obstáculos que retrasan la restauración de modelos agrícolas sustentables.
“Además, la agroecología como estrategia agroalimentaria política y productiva requiere otra forma de pensar la realidad, salir del paradigma mecanicista”, teorizó el autor de El huerto casero: Manual de agricultura orgánica (2008) y La tierra viva: manual de agricultura ecológica (2010).
La academia también ha adoptado una postura reticente. Tanto Ohlson como Silici señalan que la falta de una metodología –y la pluralidad de técnicas que adopta la agroecología, contrario a un proceso científico homogéneo– ha provocado incredulidad sobre las posibilidades de este modelo, lo que ha llevado a las universidades a rechazarlo.
Lo curioso del asunto es que sin importar qué tipo de metodología científica o técnica agroecológica se utilice, los resultados son los mismos: cultivos de calidad, mejores suelos, mayores ganancias para agricultores, y alimentos más saludables para los consumidores.
En la Isla, entre el Recinto Universitario de Mayagüez (RUM) y la UPR en Utuado se ofrecen 17 programas en ciencias y tecnologías agrícolas conducentes a grados asociados y bachilleratos (en el listado no aparece el Programa de Educación Agrícola, del RUM). Pero de estos, solo en la UPR en Utuado existe un programa que trabaja propiamente lo orgánico o ecológico. Mientras, en la Universidad Metropolitana se ofrece un certificado de agricultura urbana ecológica.
“Hay un dicho que dice ‘en palacio las cosas van despacio’, y así veo los procesos a nivel de la academia y el gobierno. No solo están las resistencias usuales a los cambios, sino también los intereses de aquellas personas y corporaciones que se benefician del tipo de agricultura depredadora de los recursos”, lamentó Álvarez Febles.
El experto criticó que “aún se usa maquinaria pesada para ‘limpiar’ las montañas, y vemos cerros pelados para sembrar cuerdas de plátano sin zanjas ni otras medidas para proteger de la erosión, y el uso de herbicidas a base de glifosato para arrasar con la vegetación”.
Sin embargo, existen esfuerzos independientes. Grupos como la misma Organización Boricuá de Agricultura Ecológica, y agricultores como Ian Pagán Roig y el Proyecto Agroecológico de la Finca El Josco Bravo, también ofrecen formación que no parten de la academia: talleres y capacitaciones en agricultura ecológica, biodinámica, permacultura, y medicina natural.
“El empuje de otras opciones a la agroindustria convencional –las orgánicas, ecológicas, permacultura y biodinámica en Puerto Rico– parte de personas y organizaciones que con mucho esfuerzo, dedicación y convicción trabajan de forma autogestionada”, puntualizó Álvarez Febles.
Aquí nuestra serie especial de Diálogo Verde 2016: “No te comas el mundo”
- La agroecología, una manera de salvarnos
- “Destrezas de vida” en la educación agrícola
- Jóvenes, universitarios y agroecologistas
- El valor de la comida que se sirve a conciencia
- Egresados de la UPR apuestan a la agricultura
- Comprometidas con la agricultura las mujeres boricuas
- Luz Celenia Caraballo, incansable caficultora
- Tostones, sopas y sandías boricuas llegan a Estados Unidos
- Subsidios e incentivos para comenzar en la agricultura
- La investigación agrícola: aprender haciendo
- Nuestra tierra: nuestro futuro