Busco en el libro de mi vida
a la matriz con salida,
a la fuente explosiva que me dio la vida.
Busco en su corazón el instinto,
pero esta vez es distinto
porque ya no tengo inocencia de niño.
¿Arrullar o abrazar? ¡Jamás!,
púas tenía su corpiño.
Hoy noto la ironía…
Cuando yo lloraba, tú reías.
¿Que mi nacer no fue tu placer?
Eso no me afecta, me hace crecer.
¿Que no amas lo que no conoces?
Eso en ti es entendible, tu corazón es un saltamontes.
¿Que mi mirada es retante?
Como la tuya, dormilona y desafiante,
nuestro diálogo parece incesante.
Somos espejos, mi imagen te mortifica,
te mata, te mueres de envidia,
pero me diste la vida.
¡Qué contradicciones decirte querida,
amada, respetada y digna!,
pero soy tu mayor estigma.
¿Fruto del amor o el odio?
¿O fruto del placer y el ocio?
¡Basta, alto! la hora del respeto llegó,
la hora del amor nunca se palpó,
la hora de parirme te quebró,
la hora del respeto se faltó
y sin sinsabor, tu maternidad se llevó.
¡Basta, alto! la hora del respeto te la llevaste,
te la robaste…
¡Qué ladrona, qué infame!,
pero, sobre todo, eres mi madre.
Desde esa calurosa estación,
desde ese balcón infernal
donde tú dabas tu alocución,
recuerdo tu persuasión,
tu manera de escarbar en el panal,
de herir sin espada,
de quebrar con miradas,
de amar sin amar,
de llorar sin llorar.
Sentía rencor y coraje,
pero luego compasión afable,
sentía ira y ausencia,
pero me confortaba tu existencia.
Tus razones sin fundamentos
ni siquiera pintaban al viento,
lo dejaban sosegado e incierto.
Ahora contemplo la cama hirviente
y me quiebra que te quemes.
Tu alma me teme,
tu consciencia se remuerde.
No te condenes,
que en mis manos está tu salvación,
si sólo yo te ofreciera
lo que suplicas hoy.
Está bien, te lo doy,
lo tienes desde que se desligó el cordón,
no te arrastres, aquí tienes mi perdón.