“Peering from the mirror
No, that isn’t me
Stranger getting nearer
Who can this person be?”
C. Mason, J. Patulka, A. Zuckowski, J. Maas
¿Una mujer con barba? ¿Una mujer barbuda? ¿Un hombre vestido de mujer? Pudieron haber sido algunas de la interrogantes que calaron en nuestra mente al conocer que Conchita Wurst (25 años), representante de Austria, se convertía en el más reciente triunfo del certamen musical Eurovisión en su edición número 59.
Ciertamente, la propuesta de Conchita levanta serios debates sobre el estatus actual en el que se encuentran los géneros establecidos en el mundo. Si bien habitamos en un tiempo y espacio en que se discuten y se deconstruyen nociones preconcebidas en términos de los roles y las jerarquías de poder entre los seres humanos, poder visibilizar una transgresión de los géneros desata una serie de reflexiones respecto a la evolución de las estéticas y performances que asumen ciertas personas.
En este caso, Conchita cuenta con barba en su rostro mientras presume una composición estética tradicionalmente atribuida a las mujeres (biológicamente hablando). La barba —esos vellos en la cara— siempre, o casi siempre, ha sido vinculada con la masculinidad. Solo basta repasar algunos de los más sobresalientes personajes de la historia —tradicional como contemporánea— para darse cuenta cuán presente ha estado este atributo en las sociedades. Algunas culturas relacionaban su extensión con sabiduría. Es decir, a más barba, mayor conocimiento o más respeto recibía quien la portaba.
En estos tiempo, luego de años de predominancia de los estilos clean cut en los hombres, que llegaron con el establecimiento de la metro sexualidad —término utilizado por primera vez en 1994 por el periodista Mark Simpson como una crítica a la generalización de la publicidad dirigida al lo “masculino”— las barbas han recobrado protagonismo en el media y, además, en las nuevas generaciones.
Claro, ya no hablamos solo de vellos por conocimiento, sino que la nueva ola de hipsters y neohipsters se han armado de este estilo para expresar sus preferencias alternativas en contra del estado o el mercado, que a la suma son lo mismo. Aun así, este fue el detalle que más llamó la atención del triunfo de Conchita. A pesar de que la mujer barbuda ha estado presente en la historia y en las fábulas circenses, con Conchita se propone una construcción de género que bien ejemplifica los lineamientos de las teorías queer.
Y es que estas teorías, trabajada por académicos como Judith Butler et al., proponen la construcción de géneros alejados de etiquetas establecidas y en constante mutación particularmente sobre la base del binomio hombre/mujer. Además, comenta Butler que una de las características principales de estas propuestas queer es que recogen diversas estéticas o comportamientos atribuidos a los hombres o las mujeres para germinar algo nuevo que no se ubica en ninguno de los dos. De ahí que podamos incluir, pero no limitar, a Conchita en estas corrientes queer. Esto, ya que si bien la propuesta de la (el) cantante de Austria usa aditamentos etiquetados a las mujeres, al incluir en su construcción una barba, que como ya se indicó ha sido uno de los símbolos de la masculinidad por excelencia, crea una nueva opción de género inclinada a la no ubicación de roles y estéticas.
1998 vs 2014
A pesar de todo el debate que ha impulsado Conchita Wurst, lo cierto es que no es la primera vez que una figura trans (que transgrede) se ubica en el primer sitial de Eurovisión. En 1998, Dana International (42 años) de Israel logró convertirse en la primera propuesta deconstructora de género en ganar este tipo de competencia en Europa con su tema Diva. Sin embargo, la diferencia de ese suceso con el triunfo de Conchita radica en las estéticas que bien podrían dialogar con los sucesos sociopolíticos y movimientos de la comunidad Lésbica, Gay, Bisexual, Trans y Queer (LGBTQ) en los que se posicionan cada uno de estos actores sociales.
Es decir, en el caso de 1998, vemos una propuesta estética que si bien deconstruye nociones establecidas de un género, se desliga un poco de lo queer por tratarse de la sustitución de una estética de género por otra. Hay que recordar que lo queer no se traduce en la trasferencia de un género a otro (ir de mujer a hombre o viceversa) sino de la no ubicación en algo específico. Es la constante mutación de lo concebido.
Entonces, a pesar de que las luchas por el reconocimiento de lo LGBTQ y, por extensión, de lo queer, datan de la década de los 1970 y 1980, en el año 2014 la solidificación y el reconocimiento de estas propuestas como opciones reales entre los seres humanos es mucho más latente que hace 15 años atrás cuando gano la israelí. Claro, aún tenemos países como Rusia o sectores de África donde las nuevas modalidades de género son perseguidas con resultados de cárcel o, tristemente, muerte. Esto sin minimizar las tan cercanas resistencias hacia estas personas que existen en lugares como Puerto Rico, Estados Unidos y otros.
Aun así, llega Conchita con su barba a visibilizar lo que por muchos años se ha escuchado de lo queer. Un paso más en esa hibridez de estéticas que se ubican en el todo y en la nada a la vez, a fin de mostrarnos que el mundo, como lo conocemos en términos de género, no es más que una construcción que se puede retar, moldear y, por qué no, cambiar, acorde con lo que se desea de uno mismo.
El autor es periodista y posee una maestría en Teoría e Investigación en Comunicación de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.