Guillermo Rebollo Gil es ensayista, poeta, sociólogo, abogado y profesor universitario. También es parte del grupo de colaboradores permanentes de Diálogo Digital. A continuación, su más reciente colaboración.
Mientras conversábamos, ella hacía palitos en un papel como los presos de las pelis y los muñequitos hacen en las paredes. ¿Cuántos días (palitos) caben en 33 años? En la conve me contó de la vez que vio a Dylcia Pagán haciendo fila en un colmado, con los straps del traje de baño visibles por sobre su camisa. Me habló de cómo una mujer cualquiera que espera a pagar por picadera para un domingo de playa es un milagro siempre y cuando esa mujer hubiera pasado años haciendo palitos en las paredes de una celda.
Caben 12,053 palitos (días) en 33 años. Mi amiga y yo conversábamos sobre Oscar. Pero hablar de un preso político es también hablar de la vez que Elizam insistía en sacar a bailar a una amiga en común en el festival de Claridad y de cómo la amiga le dijo “acho, usted es la hostia. Por usté, la vida. Pero no”. Hablamos de cómo vivir en libertad es poder ofrecer ese rechazo sin culpa.
Lo que no daríamos ella y yo por sacar a bailar a Oscar. ¿La vida?
Tengo solo 844 palitos más de vida que los palitos que Oscar ha hecho durante su encarcelamiento. Ella tiene alrededor de 3,000 menos. Yo quiero que los palitos que le queden de vida a Oscar los pase en la fila del colmado en preparación para otro día de sol. Vivir en libertad es vivir en espera del día en que esperaremos en fila tras nuestro prisionero político más antiguo como si nada, como si los milagros también se pudieran contar haciendo palitos en un papel a lo largo de 33 años. De más está decir que no creemos en milagros. Creemos en bailar y en llenar papeles con rayas verticales y diagonales.
¿Por qué mi amiga hacía palitos? “Para llenar el tiempo hablando de él, mientras saco cuenta del tiempo que hemos vivido sin él aquí entre nosotros”. Cada palito entonces es un fragmento de lo hablado —de nuestro deseo compartido de tenerlo cerca mientras conversábamos. A eso se le llama amilagrar: sacar cuenta del tiempo que invertimos conspirando cotidianamente, como si nada.