Desde que tengo uso de razón, Puerto Rico lleva la crisis a cuestas en los hombros. Nunca he vivido algún tiempo en que la sociedad respire hondo y pueda exhalar paz ante el panorama social de la Isla.
Durante todos los años que llevamos “ajustando” nuestro bolsillo para ayudar a neutralizar la crisis que enfrentamos, el enfoque hacia estas medidas ha sido económico y con la deshumanización cada vez más evidente en el proceso para el supuesto “desarrollo”. Parece como si nunca nos hemos cuestionado por qué las medidas que se adoptan, laceran tanto nuestro diario vivir y nos dejan con menos en nuestras carteras pero sobre todo en nuestra convivencia colectiva.
Vemos la crisis en números, analizamos la crisis en cuentas por pagar y la normalizamos tanto que la hacemos nuestra. Sin embargo, las repercusiones de todo este proceso, se traducen en una crisis social de valores que sigue aumentando con los días.
No es casualidad que la tasa de enfermedades mentales vaya en aumento, que la criminalidad encuentre modalidades para ejecutar y que las medidas de austeridad de más atropello estén ocurriendo en la Universidad de Puerto Rico y las escuelas públicas del país.
El enfoque para mejorar y restablecer la economía puertorriqueña ha sido de todo menos empático en el proceso. La sensibilidad ante las repercusiones que tienen las medidas en la sociedad es inexistente. La voluntad de los gobiernos que hemos tenido durante todos estos años ha enmarcado su propósito en el anhelado desarrollo económico que continuamente atropella el bienestar colectivo que debería estar por encima de cualquier interés pecuniario. Entonces, ¿hacia dónde se dirigen los verdaderos intereses de quienes nos “representan”?
No es de extrañarse que las reacciones de algunos sectores de la sociedad estén enmarcados en la violencia como única opción para que se les escuche. Y no celebro esas acciones, considero que esos efectos violentos e inconformes son el reflejo de una sociedad enferma y asfixiada que una y otra vez clama por ser parte de la conversación.
Mientras la perspectiva pública continúe dirigiéndose a los intereses de unos pocos sin considerar las repercusiones sociales y psicológicas que tendrá en el colectivo, la resistencia será aún más intensa. Porque a fin de cuentas, como dice un gran amigo: “¿Para qué queremos desarrollo económico si no produce bienestar social?”.
La autora es estudiante de maestría del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico-Recinto de Río Piedras. También es egresada del Recinto Universitario de Mayagüez (RUM).