
No es Navidad si no se presenta El Cascanueces. Es una de las tradiciones universales de esta época festiva. Las compañías de ballet preparan cada año su versión llenando los teatros a cabalidad con niños ansiosos de vivir las aventuras de Clara, ver cómo baila la española con sus castañuelas y presenciar la magia del Reino de las Nieves. Desde su estreno en 1892, esta pieza artística- con música de Pyotr Ilyich Tchaikovsky y coreografía de Marius Petipa, se ha propagado por todos los rincones del mundo convirtiéndose en el ballet navideño por excelencia.
Sin embargo, es razonable preguntarnos cuál es el encanto de El Cascanueces. ¿Cómo este ballet se ha mantenido en la cultura universal por 122 años? ¿Cómo atrae a tantos espectadores cada año? La contestación se encuentra en todos los elementos que se reúnen en su puesta en escena, pues no hay otro ballet que te haga sentir como un niño que, por arte de magia, ha conseguido viajar por mundos inimaginables.
Clara y sus amigas en el baile de la “Marcha de los soldados”
El Cascanueces comienza en una fiesta de víspera de Navidad donde Clara, nuestra protagonista, recibe un cascanueces (soldadito de madera) de parte de su padrino Drosselmeyer. Al terminarse la fiesta, Clara deja a su cascanueces en la sala de la casa pero vuelve más tarde a jugar con él. Se queda dormida y entra en un sueño en el que ratones invaden su hogar y unos soldados entran a salvarla. El cascanueces cobra vida y la rescata. Más tarde, se convierte en príncipe y la lleva a viajar por el Reino de las Nieves y el País de los Dulces.
De este ballet conocemos muchas cosas. Sabemos que es una tradición navideña en todas partes del mundo. Hemos escuchado sus canciones, como la Marcha de los soldados y la variación del Hada Grajea, múltiples veces sin darnos cuenta. Vemos como los teatros se abarrotan cada año de balletomanos que no se cansan de ver este clásico con la misma coreografía, el mismo vestuario y la misma música.
Betina Ojeda y Luis Víctor Santana, bailarines principales de Ballet Concierto, en el Pas de Deux del segundo acto.
Sin embargo, la experiencia de ver El Cascanueces cambia todos los años. De alguna manera inexplicable, este ballet indaga en lo más profundo de nuestros corazones inocentes y saca la emoción infantil que aún nos queda haciéndonos querer, por un instante, viajar con Clara hacia mundos jamás conocidos. Para una ex-bailarina, significa recordar tiempos en los que vivía la alegría de este ballet en carne propia. Ante los ojos de un niño, representa la posibilidad de que existan reinos por descubrir y aventuras por vivir. Para un adulto, es encarnar la infancia navideña, esa sensación de que, al ser Navidad, todo va a ser feliz.
El Cascanueces no es solo un ballet. Es el cuento navideño más querido lleno de ilusiones, fantasías y andanzas. Al final nos preguntamos, ¿volveremos el siguiente año? Siempre se vuelve porque una vez vives tanta magia, no hay forma de escapar.