No soy muy fanático del sistema de estrellas de Hollywood, ese que pone a las mismas caras híper reconocidas por su belleza e insistencia en cuanta película sale al cine, añadiendo el más grande tamaño de popcorn y refresco en la combinación. Me gustaría ver con más frecuencia un cine de alta diseminación con actores cada vez menos y menos conocidos, porque si quiero experimentar la vida de un pobre cantautor muriéndose de hambre, de nada me vale que se parezca a Tom Cruise el de las pistolas o Will Smith, el del carisma inagotable. Aclaro, eso no significa que nunca me guste el trabajo de los mencionados, sólo que verdaderamente me sorprende cuando un actor de las grandes ligas estadounidenses hace tan buen trabajo que olvido el bagaje cultural que lleva impreso en la cara hasta llegar a ser uno con el personaje ficticio que encarna, porque hoy en día no se da con mucha frecuencia. Me sorprende y me lo disfruto.
El actor estadounidense Robert Redford lo logra poco a poco en All Is Lost (2013). Parte por parte, Redford en pantalla deja de ser un actor hasta ser tan sólo un pobre diablo atrapado en su lujoso velero rodeado por la naturaleza arrolladora, que como bien sabe cualquier lector asiduo de Jack London, se traga por iguales a los preparados tanto como a los no tan bien preparados. El protagonista sin nombre navega un velero en el Océano Indio hasta que un choque con un furgón perdido y flotante lo obliga a utilizar todas sus habilidades como marinero para sobrevivir. Este señor mayor, blanco y con el conocimiento suficiente para navegar sin acompañantes, parece estar en medio de una crisis personal que no conocemos. Con poco diálogo, la película provee el mínimo contexto necesario: algo tiene a este hombre navegando sólo, probablemente para reflexionar o disculparse, y esas razones son suficientes para que se mantenga luchando contra tormentas, olas, el hambre y la sed para salvarse.
Tanto el libreto como la dirección de JC Chandor (Margin Call) en All Is Lost son minimalista pero efectiva. Con una historia y cámara que no se alejan mucho del velero herido y la faz de su capitán sitiado, este joven cineasta logra una eficiencia narrativa y cinematográfica cuasi-militar pero poética y evocativa. Conjunto a la actuación de Redford, el trabajo del director/libretista hace de esta película un ejercicio cinematográfico sobre la pequeñez del humano frente al poder de la naturaleza, el absurdísimo de la mala suerte y la lucha contra desesperación.