Su historia terminó en el piso de un hospital. Su corazón no pudo más, luego de dar a luz a una criatura que tenemos la esperanza no tenga el mismo desenlace. Ese fuerte corazón, no pudo más con el sufrimiento de décadas migratorias que marcaron su existencia y transformaron su destino. Allí murió, rodeada de extraños que trataron de revivirla a una vida de sufrimientos, adicción y violencia. Un triste desenlace para una joven de apenas 34 años.
Pero esa no es mi memoria de ella. La recuerdo como una pequeña alegre, con una personalidad magnética, inteligente, vivaracha; con un futuro prometedor. La recuerdo con las mismas oportunidades que mis hermanos y yo: niños de colegio, una familia amorosa, dedicada y visitantes regulares de la iglesia.
¿Qué nos hizo diferentes? A los aproximadamente nueve años, sus papás decidieron migrar al destino más popular de los puertorriqueños, Florida. Allí se establecieron en búsqueda de la bonanza económica que los eludió por tanto tiempo en la isla. Sin duda alcanzaron el bienestar económico por un tiempo, pero los efectos secundarios no los pudieron anticipar.
En el hogar de Mickey se encontraron que todo no era fantasía. Sus hijos tuvieron que lidiar con un idioma que no era el suyo, en un sistema educativo que no ve con buenos ojos aquellos que no hablan el idioma del colonizador. En la escuela se enfrentaron con el prejuicio de parte de compañeros de clase y maestros. En más de una ocasión fueron víctimas del odio racista, con sobrenombres como Spik.
De momento, una niña con relativa buena conducta en las escuelas en su país, se convirtió en problemática y agresiva. Claro, esta es la versión de sus maestros, que no tomaban en cuenta los abusos racistas de los cuales tenía que defenderse. Más tarde su madre muere de cáncer a la edad de 40 años y su vida desemboca en un espiral que termina en aquel fatídico hospital.
A pesar de que su vida representa un solo un caso, es evidencia de que la migración a los Estados Unidos de América tiene sus complicaciones y no es siempre la mejor opción. En la búsqueda del sueño norteamericano, se juegan otros asuntos que pueden ser aún más centrales que lo económico.
En estos tiempos de crisis son muchas las familias puertorriqueñas que están tomando la decisión de migrar a los Estados Unidos. Esta migración es motivada por la búsqueda de un mejor futuro personal y familiar. Sin embargo, considere el momento histórico de esta ola migratoria.
Estados Unidos se encuentra en una crisis social dónde el racismo resurge como unos de los problemas más graves de este país. El Ku Klux Klan se moviliza sin miedo, propagando su agenda de odio en contra de todo lo que no sea blanco; y aunque el puertorriqueño según el censo, se define como blanco, su color de piel, su acento y su lugar de procedencia nunca serán aceptados por los supremacistas. Todo esto sustentado y validado por un candidato presidencial que promueve el odio racista, sexista, y homofóbico, entre otros. La crisis que vive Estados Unidos lo ha llevado a retroceder a los años 60, con un sector de la población cansado de los abusos y reclamando sus derechos civiles.
Es en este clima que los puertorriqueños migran a los Estados Unidos buscando un sueño que no existe. Bueno, para algunos puede que se materialice en términos de una estabilidad económica, pero cuidado que el sueño no se convierta en pesadilla cuando sus hijos tengan que lidiar con la opresión del racismo, la ignorancia y el odio.
Como dice el refrán popular “cuidado que el remedio no sea peor que la enfermedad”. No me malinterprete, algunas personas encontrarán que su futuro mejora con la partida de la isla. Pero la migración tiene mucha caras y debe prepararse y preparar a los suyos sabiendo que la movida no es solo económica, sino que trastoca lo social, lo cultural y la seguridad física y emocional de todos los involucrados.
Por ende, antes de relocalizarse investigue acerca de las opciones de escuelas para sus hijos. Particularmente, busque información acerca de cuántas personas latinas hay en ese plantel, cómo trabaja la escuela con personas que el inglés es su segundo idioma y si tienen grupos de apoyo para estudiantes que cumplen con este perfil.
Identifique, además, grupos en la comunidad que puedan facilitar la transición a su nuevo vecindario. En mi experiencia, muchas veces hay familias puertorriqueñas que han pasado el proceso y están dispuestas a ofrecer asistencia a otras familias en esta transición.
Otras fuentes de apoyo pueden ser grupos de su religión predilecta, y equipos deportivos, entre otros. Si su hijo o hija no domina el inglés y tiene el tiempo y los recursos, refuerce el mismo antes de mudarse a través de tutorías o cursos intensivos.
De la misma manera, mantenga el contacto constante con sus amistades y familiares en la isla. Hoy día hay múltiples maneras de hacer esto ya que los medios electrónicos proliferan. Plataformas como Facebook, Skype y Facetime son claves para mantener el contacto con familiares y amistades.
Finalmente, esté atento a las necesidades emocionales de sus hijos. La transición no solo será difícil para usted, sino para ellos también. Mantener espacios y ritos familiares donde se promueva la comunicación abierta es esencial. Además, de ser necesario, puede identificar un psicólogo o psicóloga que los ayude en este proceso de vida. No existe una píldora mágica que facilite esta transición pero la comunicación, sensibilidad y el apoyo social pueden ser claves para la adaptación y felicidad de usted y los suyos.
La migración es una decisión trascendental en la vida de una familia. La misma no simboliza que usted se ha quitado del amor o el compromiso con su país. Sin embargo, aunque lo que esperamos es una oportunidad a la prosperidad y el progreso, recuerde que de su familia no estar preparada hay otra cara de la migración que puede afectar la vida de todos los involucrados.