La verdad periodística es algo más que una mera fidelidad a los hechos. Es un proceso que va desde la identificación de un acontecimiento o suceso que se constituirá en un relato noticioso, la publicación del mismo y la interacción entre lectores y periodistas. Esa búsqueda desinteresada de la verdad es lo que se supone distingue al periodismo de otras formas de la comunicación.
No obstante, la difusión de información útil para la ciudadanía, necesaria para la toma de decisiones con criterio en un sistema democrático, ha entrado en un preocupante proceso de degradación. Los legendarios valores de la responsabilidad social de la prensa (los medios deben ser un foro para las ideas y ser veraces, precisos, justos y honestos) han entrado en una etapa de mutación.
En parte, como consecuencia del desarrollo de la sociedad red, el surgimiento de los conglomerados de la comunicación, la crisis económica y las tramas empresariales y profesionales de los medios periodísticos. En la sociedad contemporánea el ecosistema mediático es más entretenido y espectacular, pero en demasiadas ocasiones peca de irrelevante.
La mutación del “cuarto poder”
Lamentablemente, la prensa, el llamado cuarto poder, se ha ido vaciando del sentido cívico y el coraje para denunciar, criticar o enfrentar democráticamente decisiones ilegales, injustas o inicuas. Hay teóricos que entienden que ya no es un “cuarto” poder, sino un “segundo” poder como consecuencia de su cada vez más estrecha relación con el sector corporativo y otros grupos hegemónicos.
Pocos dudan, ya sea desde el cinismo o la pesadumbre, que hoy el ejercicio periodístico se ha convertido en otro negocio más, siendo la información una de sus mercancías más preciadas por el valor simbólico que tiene en la articulación de la esfera pública. En ese contexto de irrelevancia y connivencia con el poder de muchos medios de comunicación es que debemos considerar el escándalo de las filtraciones de Wikileaks.
Escándalo mediático de alto vuelo
Julian Assange y su página digital “Wikileaks” conmocionaron al mundo filtrando cientos de miles de documentos relacionados con la guerra de Irak, el conflicto de Afganistán y los despachos secretos y confidenciales de las embajadas estadounidenses en casi todo el mundo. Periódicos de prestigio de Europa y Estados Unidos acogieron y revelaron el contenido de la mayor filtración de documentos secretos a la que jamás se haya tenido acceso en toda la historia, según expresó uno de los diarios participantes, El País de España.
Se trata de una colección de más de 250.000 mensajes del Departamento de Estado de Estados Unidos que descubren episodios inéditos ocurridos en los puntos más conflictivos del mundo, así como otros muchos sucesos y datos de gran relevancia que muestran el lado oscuro de la “diplomacia” norteamericana.
También hay bastante de chismografía de embajadas: que si la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet comentó alguna vez que la mandataria argentina Cristina Fernández era una persona inestable; se ofrecen detalles morbosos sobre la enfermedad de Fidel Castro; registra las expresiones burlonas sobre la ideología de izquierdas del Presidente español José Luis Rodríguez Zapatero; o las observaciones sobre “las fiestas salvajes” del Primer Ministro italiano, Silvio Berlusconi.
Como en todo escándalo mediático, las filtraciones de Wikileaks denotan una dramaturgia de la ocultación por parte del Departamento de Estado norteamericano, muy típica de las tramas de la política internacional y coherente con las “mentiras de estado” que ese país circuló previo a la invasión de Irak, cuando tejió el relato de las armas de destrucción masiva como justificación para la guerra.
Las filtraciones de Wikileaks dispararon el escándalo, además, porque como explica John Thompson en su ensayo El escándalo político, la información revelada implica una transgresión de valores o códigos (de las relaciones exteriores), denota elementos de secretividad y porque los acontecimientos y la condena que recae sobre la conducta puede dañar la reputación de los responsables (sin duda, este episodio le pasará una factura alta al presidente Barack Obama y a la secretaria de Estado, Hillary Clinton).
Por otra parte, el caso de Wikileaks ejemplifica la imposibilidad del control de la información en una sociedad profundamente marcada por el desarrollo de las nuevas tecnologías, la visibilidad que brindan los medios de comunicación y la cibersociedad. “Por mucho que los líderes políticos traten de administrar su visibilidad, no la controlan completamente; el fenómeno de la visibilidad puede salir de su cauce y, en ocasiones, actuar contra ellos”, ha planteado Thompson sobre el tema.
La cibersociedad y el derecho a la información
La tensión entre un modelo de sociedad de la información y el conocimiento que sólo privilegia el uso de las nuevas tecnologías en función de las políticas neoliberales y, por otra parte, el que reivindica el sentido de lo social es uno de los grandes debates de la actualidad. Teóricos de la comunicación emblemáticos como Armand Mattelart se han expresado en favor del derecho a la información –vista esta en su sentido amplio, no sólo la periodística- que debe tener la ciudadanía.
De otro lado, hasta la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) cuenta con unos “Indicadores para el desarrollo mediático”. Dos de los criterios fundamentales son la pluralidad informativa y la circulación de contenidos diversos ya que denota que el medio en cuestión sirve igualmente a todos los sectores de la sociedad.
El revuelo creado por las filtraciones de Wikileaks tiene mucho que ver, aparte del valor periodístico o la pertinencia de los contenidos divulgados, con la revolución cultural que ha generado el desarrollo del ciberespacio en lo que respecta a la circulación libre de contenidos y las posibilidades que las nuevas tecnologías ofrecen para romper el cerco informativo impuesto por estados y/o corporaciones en aras de su beneficio y en perjuicio de la ciudadanía.
Tal y como ocurre en las sugestivas novelas de Stieg Larsson, dónde la nativa digital, Lisbeth Salander, ayuda al veterano periodista, Mikael Blomkvist (emigrante digital), a descubrir la ilegalidad oculta y la injusticia.
Con su “imprudencia”, Julian Assange hizo constar, además, que la prensa debe recuperar el género del reportaje de investigación como punta de lanza de su labor de fiscalización, en aras de la transparencia y en defensa del ciudadano. Y que los medios hegemónicos no deben perder de vista que, en medio del ruido y la saturación del ecosistema de la comunicación de la sociedad contemporánea, la información útil para la ciudadanía crea audiencias duraderas y construye sociedades democráticas. De eso también trata la verdad periodística.
El autor es periodista y catedrático asociado en la Escuela de Comunicación de la Universidad de Puerto Rico.