No hay que haber nacido en los años 20, ni mucho menos haber vivido el crecimiento del nazismo en la Alemania de los llamados “Golden Twenties” para comprender la decadencia y fragilidad emocional que carcomió ese país ad portas de la Segunda Guerra Mundial. Basta con entrar al Kit Kat Klub que, en esta ocasión, abrió el director Axel Cintrón en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré.
De entrada, una imponente y meticulosa escenografía a cargo del propio Cintrón, Lorna Otero y Gregorio Barreto recibe a los invitados al Cabaret –musical basado en la novela de Christopher Isherwood, que continúa este fin de semana en cartelera en la Sala René Marqués.
La tónica es excelente desde que el espectador pisa el teatro. Mesas, torsos desnudos, caricias indiscretas, risas cómplices, roces desvergonzados, piernas elásticas… En fin, la atmósfera perfecta para escapar de un país que se desmorona. (Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia).
Entonces, el inconfundible redoble de la música compuesta por John Kandler con letras de Fred Ebb inaugura un espectáculo que poco tiene que envidiarle a otras versiones del clásico.
Ernesto Javier Concepción ofrece un Emcee a ratos juguetón, en otros momentos, más cínico, que demuestra su dominio escénico. Interpreta con tanta fuerza que casi opaca los constantes problemas técnicos con su micrófono –que en varios momentos dificultó que se le entendiera. Aún así, Concepción superó los escollos y logró imprimirle su sello al personaje a cargo de guiar al espectador a través de la historia. Además, su Emcee se convierte durante toda la presentación en analogía de la sociedad alemana, a punto de quebrarse.
Sara Jarque, por su parte, entrega una Sally Bowles impecable. Como prometió en varias entrevistas previas, demuestra que se concentró en desarrollar la personalidad frágil de esta cantante inmadura, aspirante a actriz, que pretende escapar de la realidad política a través de su búsqueda de la fama. Esquiva, a ratos ilusa y naif, presenta la imagen de una niña caprichosa para quien la vida es un juego, pero que acaba perdiendo la partida. O ganándola, depende del cristal desde dónde se mire. Su química durante su tormentosa relación con Clifford Bradshaw, personaje a cargo de Jorge Castro, luce muy convincente. Castro, en su rol del atormentado escritor norteamericano, le otorga una importante dosis de ternura a la trama.
El resto del elenco, compuesto por una balanceada combinación de actores veteranos y otros más jóvenes, añade el ingrediente adecuado para la puesta en escena.
Destacan Johanna Rosaly, René Monclova, Junior Álvarez y Alfonsina Molinari. Esta última, muestra una Fräulein Kost como otra víctima de las circunstancias de la Alemania pre-nazi; una mujer frívola y calculadora que sólo piensa en ella. Por su parte, Monclova y Rosaly imprimen un aire de ternura a la pareja de enamorados Herr Schultz y Fräulein Schneider. Salvo la insípida interpretación de Jonathan Cardenales como el abusivo Max –dueño del Kit Kat Klub–, quien sólo logra rescatar su personaje en las escenas en las que no habla, el resto del reparto demuestra que Puerto Rico tiene poco que envidiarle a las grandes producciones de Broadway.
La orquesta, coristas y la dirección musical de Aida Encarnación merecen una nota aparte por su gran aportación al peso melódico de la obra. Encarnación dirigió magistralmente al equipo; tanto que hasta convence al espectador de que actores a quienes conocemos más por su talento dramático que vocal, se complementen de tú a tú con experimentados del género musical como la propia Jarque.
Pero, definitivamente, Cintrón es el artífice de la calidad de este Cabaret. Su dirección –más que probada en otras puestas en escena, como Chicago y Nine– no deja espacio para prácticamente ninguna equivocación. Se cuida cada detalle, desde la escenografía, pasando por los movimientos no verbales hasta llegar a un clímax decadente, en que la única esperanza que queda es rendirse ante una realidad aplastante de la que ya no nos salva ni el “glamour” de las copas o la risa frenética del Emcee. Aún así, Sally nos invita a disfrutar, porque a fin de cuentas, la vida misma es un Cabaret.
El autor es escritor y periodista.