Un mes después del atentado más letal del extremista movimiento Talibán en Pakistán, algunos se cansaron de las manifestaciones de protesta y comenzaron la difícil tarea de construir alternativas comunitarias al terrorismo.
El ataque del 16 de diciembre a una escuela en Peshawar, la capital de la noroccidental provincia de Jiber Pajtunjua, mató a 141 personas, entre ellas 132 niños.
En lugar de sumarse al coro que exige penas severas para los atacantes, la independiente Fundación de los Ciudadanos (TCF, en inglés), reaccionó de manera muy diferente y se comprometió a construir 141 escuelas para la paz, una en nombre de cada persona que perdió su vida ese día.
“Dedicamos este esfuerzo a los niños de Pakistán, su derecho a la educación y sus sueños de un futuro de paz”, declaró Syed Ahmad Asaad Ayub, el director de esta organización sin fines de lucro, en un mensaje por correo electrónico que dio inicio a la campaña de construcción.
“Con los enormes desafíos que enfrenta la nación, creemos con fervor que solo la educación tiene el poder de iluminar las mentes, inculcar la ciudadanía y desencadenar el potencial de cada paquistaní”, subrayó.
En su guerra contra la educación occidental y laica, que para el grupo es “antiislámica”, el Talibán paquistaní destruyó más de 838 escuelas entre 2009 y 2012, se atribuyó la responsabilidad del tiroteo casi fatal de la activista Malala Yousafzai, la ganadora del premio Nobel de la Paz en 2014, y emitió numerosos edictos contra el derecho a la educación de mujeres y niñas.
En el atentado contra la escuela en diciembre, nueve hombres armados arrojaron granadas de mano contra el edificio y dispararon contra todo objetivo en movimiento, durante ocho horas. El Talibán reivindicó el atentado como una respuesta a la operación militar en curso que busca expulsar al grupo radical de Waziristán del Norte, una región tribal fronteriza con Afganistán.
Mientras que los grupos armados y las fuerzas militares responden a la violencia con más de lo mismo, TCF quiere alejar la mira del derramamiento de sangre y enfocarla en soluciones a largo plazo para el futuro de este país profundamente problemático.
La organización humanitaria, fundada en 1995, ha construido 1.000 “unidades” escolares, que consisten en instituciones primarias o secundarias con capacidad máxima para 180 alumnos, en las zonas más empobrecidas de aproximadamente 100 pueblos y ciudades en todo Pakistán.
Los 7.700 maestros y profesores empleados por la TCF, con la misma proporción de hombres y mujeres, pasan por un riguroso programa de formación y dan clases gratuitas a 145.000 estudiantes, según el vicepresidente de la fundación, Zia Akhter Abbas.
Los expertos señalan que la iniciativa de la TCF podría ser fundamental en los próximos años, sobre todo teniendo en cuenta que el Estado solo invierte 2,1 por ciento de su producto interno bruto en la educación.
“Nuestro trabajo es asegurar que donde sea que estén nuestras escuelas no haya niños que se ausenten de las aulas, especialmente las niñas. Creemos que el cambio en la sociedad vendrá automáticamente una vez que estos niños educados… se conviertan en adultos responsables”, destacó Abbas a IPS.
Las escuelas están diseñadas para “servir como un faro de luz que limite el avance del extremismo en nuestra sociedad”, añadió.
El proyecto recibió el apoyo de un amplio espectro de la sociedad pakistaní. Las Escuelas para la Paz son una “maravillosa manera de honrar a las víctimas inocentes”, opinó Usman Riaz, de 24 años y alumno de la universidad estadounidense de música Berklee College of Music, quien recientemente donó las ganancias de sus conciertos en Karachi a la TCF.
Las ayudas, en todo caso, no alcanzan para convertir el plan en realidad. La construcción y el equipamiento de cada escuela cuestan alrededor de 148.000 dólares, lo que lleva el costo de las 141 proyectadas a 21 millones de dólares.
Pero con una construcción en su haber de 40 a 50 escuelas por año, la TCF confía en que podrá cumplir su promesa en un plazo de tres años.
La lucha contra el extremismo
Sacar la mira del terrorismo para enfocarla en la educación ayudará a combatir el extremismo religioso, según los expertos.
El destacado educador y activista A.H. Nayyar dijo a IPS que es fundamental que el país comience educar a los niños y niñas que, de otro modo, se convertirían en “carne de cañón para los extremistas”.
De hecho, parte del Plan de Acción Nacional del gobierno, cuyos 20 puntos fueron acordados por todos los partidos políticos para erradicar el terrorismo, incluye el registro y regulación de los seminarios religiosos, conocidos en Pakistán como madrasas, con el fin de combatir al extremismo en su raíz.
Como surgieron miles de estas instituciones religiosas en todo el país para llenar el vacío educativo, a las autoridades políticas les preocupa que los niños y niñas sean adoctrinados a una edad temprana, con interpretaciones distorsionadas de textos religiosos y la enseñanza de la intolerancia, que tiene un papel importante en estas escuelas.
Algunas fuentes dicen que hay entre dos y tres millones de estudiantes matriculados en las casi 20.000 madrasas repartidas por Pakistán, pero otros aseguran que ese es un cálculo conservador.
Si bien algunos hablan de incorporar estas instituciones al sistema de las escuelas públicas, expertos como Nayyar creen que eso no combatirá la “enseñanza forzosa de… la historia falsificada y distorsionada, el excesivo énfasis puesto en las enseñanzas islámicas…, la enseñanza explícita de la yihad y el combate armado, los textos que fomentan el odio contra otros países y pueblos de otras religiones, etc., y la glorificación excesiva de los militares y las guerras”.
Nayyar y otros estudiosos independientes reclaman la modificación del plan de estudios de la escuela pública en este país.
Pero hasta que las autoridades no se den por aludidas, los esfuerzos independientes, como la obra de la TCF, mostrarán el camino.