“Me llaman calle, calle de noche, calle de día…”,
‘Me llaman calle’, Manu Chao, 2006
Suena fuerte, pero… lo mejor que le pudo haber pasado a Minelli fue que su jevo la lanzara por las escaleras desde un segundo piso de un edificio abandonado y que luego la agarrara por las greñas y la encerrara durante varios días en un cuarto inhabitable antes de que ella escapara “rompiendo una persiana” para, llena de hematomas, cicatrices frescas y con un ojo lastimado y la visión afectada, ir a buscar ayuda médica al hospital Hermanos Meléndez de Bayamón.
“Ese día me dí cuenta que tenía que darle fin a todo lo que me sucedía”, recuerda Minelli en entrevista con Diálogo, sus ojos asimilando la estética de una piscina olímpica. “Ha sido muy dura mi vida, pero ese día finalmente entendí muchas cosas”.
Eso sucedió en Bayamón, durante la madrugada de un primero de enero, hace “cuatro o cinco años atrás”. Minelli es el seudónimo que estamos usando para contar la historia de esta chica, una ex prostituta alcohólica confesa, de 39 años de edad, que acepta que tras esa experiencia buscó enderezar su vida solo para volver a los caminos del alcohol (“todavía lucho con eso”). Una relación enfermiza con un adicto al crack al que llamaremos Manuel culminó con Minelli, prostituyéndose durante casi año y medio, obligada física y sicológicamente por su pareja. Durante ese tiempo, el abuso corporal y mental era la orden del día para ella. Porta una cicatriz arriba de su ceja izquierda (“por ese ojo veo doble”) y otra al lado de su ojo derecho; múltiples marcas de hematomas en su cuerpo le recuerdan también aquellos funestos años.Todo comenzó cuando fue despedida de su trabajo en el Hospital Psicopedagógico de Bayamón.
“Como no tenía nada que hacer, yo me iba a beber a distintos negocios, especialmente en la Calle Comerío de Bayamón, y allí conocí a este muchacho. Era un muchacho alto, atractivo, de buena familia, su mamá era doctora. Me enamoré de él sin saber que era adicto y que vendía droga. Estuve como un año con él, antes de que me dijera que quería que fuera con unos amigos de él a vacilar, a beber y a bailar, que pagaban por eso y que ese dinero se lo llevara a él. Yo hacía todo lo que él me decía porque estaba muy enamorada, incluso obsesionada, digo yo. Ese día fui con sus amigos pero no me imaginaba que iba a terminar con ellos buscando sexo. Me negué y ellos le dijeron que no me enviara más, porque no quise hacer nada al final. Ahí empezaron los golpes”, comenzó a relatar.
“Para la próxima vez, que fue la primera vez que me prostituí, lo hice porque él me golpeaba, pero también porque estaba muy enamorada. Desarrollé una dependencia de él. Todo el dinero que hacía se lo daba y él lo usaba para comprar drogas”, explicó, indicando que anterior a esto Manuel había hecho lo mismo con otra muchacha y que él había llegado a prostituirse para conseguir dinero. “Traté de salirme de esa situación e incluso me fui por siete meses al Hogar Compromiso de Vida en Villa Capri en Río Piedras y luego al Hogar Nuevo Horizonte frente al Residencial Manuel A. Pérez. Pero cuando salí, volví a buscarlo. Él hasta me llevó en varias ocasiones a casa de familiares míos, pero pasaban dos o tres meses y yo volvía a buscarlo”.
Durante ese año y medio en la prostitución, Minelli dice que le sirvió a todo tipo de hombre y que siempre se embriagaba para hacerlo. “Habían muchos que me daban asco. Una vez, uno trató de pegarme porque quería sexo anal y yo no quise. Otro quería sexo oral y yo no quise y Manuel estaba pendiente en la acera y cuando vio lo que sucedía le dio una paliza y le robó la billetera. Otro cliente que tenía era un doctor que llegó a pagarme $500 por una noche y cuando llegué donde Manuel, le dije que quería enviarle al menos $50 a Santo Domingo a mi mamá, pero él no me dejó. ‘Ese dinero es para nosotros’, -me dijo- pero se los fumó en crack”, recordó.
En una ocasión, la Policía vio a Manuel pegándole a Minelli en la calle y lo arrestaron. Por no esperar el proceso burocrático de la querella, ella lo dejó de una noche para otra y luego fue a sacarlo “porque lo amaba”. Otra vez, Manuel le pegó a Minelli y ella fue al Hospital, y el médico le preguntó si el ojo que tenía hinchado era producto de una golpiza que le había propinado su pareja. Ella lo negó ante la incredulidad del galeno que le instó a buscar ayuda. Pero luego del suceso que relatamos al principio, se dio cuenta de lo que vivía.
“Pasó lo que pasó aquel día de Año Nuevo. En esa ocasión él me encerró durante cuatro días en un cuarto en un edificio abandonado en el que vivíamos junto a otros deambulantes. Yo logré escaparme rompiendo una persiana el 5 de enero, el día de mi cumpleaños. Fui al hospital. El mismo médico de la primera vez me atendió y al verme llamó a seguridad para que no me dejaran ir. Ahí mi caso fue referido a la Procuraduría de la Mujer, que me envió a otro hogar y luego me ayudó a conseguir un apartamento y me dio dinero para sobrevivir”, dijo, señalando que actualmente existe una orden de arresto contra Manuel, a quien no ve pues “ni me atrevo a pasar por Bayamón”.
“Luego de recibir la ayuda de la Procuraduría, acabé mis estudios de escuela superior e incluso entré a la Universidad Metropolitana a estudiar enfermería. Estuve saliendo con otro hombre durante un año, pero cuando la relación no fue bien volví al alcohol y dejé de estudiar justo a punto de empezar a hacer la práctica. Me quedé sin hogar y ahora estoy tratando de recuperarlo todo de nuevo. No ha sido fácil bregar, porque tengo dependencia de alcohol, pero quiero estar bien… estoy tratando, estoy tratando”, nos contó.
La vida de Minelli fue fuerte desde pequeña. Nació en Santo Domingo y se crió en la localidad de Monte Cristi. A los tres años de edad pasó por un suceso que definitivamente marcó lo que sería una vida llena de sufrimientos. Como en Santo Domingo los apagones de luz suceden a diario, las botellas de gas propano rondaban su casa. Sus padres la habían dejado sola con su hermano recién nacido y ella, niña inocente de tres años de edad al fin, le dio de beber gas propano a su hermanito, acabando con su vida. Sus padres se echaron la culpa uno al otro, y finalmente se divorciaron. Minelli se fue a vivir con sus abuelos, quienes, con el tiempo, también se separaron. El esposo nuevo de su abuela era un sátiro y a los ocho años de edad abusó sexualmente de ella, tocando sus órganos sexuales.
Hace 20 años llegó a Puerto Rico para tratar de arreglar la relación con su padre, lastimada desde aquel suceso cuando tenía tres años de edad. “Cuando yo nací, papá quería un niño. Y luego, cuando llegó el niño, yo se lo quité”, dijo, adjudicándose una culpa que realmente no es de ella, y aludiendo a su padre, quien es contable en una agencia del Estado Libre Asociado.
De adulta, ha procreado tres hijos, todos de padres diferentes y concebidos mucho antes de sus experiencias en la prostitución.
“Son muchas cosas que yo tengo que arreglar, especialmente la relación con mis hijos. El sicólogo que me estuvo atendiendo dice también que hasta que yo no arregle la situación con mi padre no podré estar bien y en algún momento tendré que hacerlo. Es difícil para mí todo esto, pero quiero que mi testimonio ayude a que otras muchachas no pasen por lo que yo estoy pasando. Yo creo que me voy a superar, pero me va a tomar mucho tiempo. Son muchas las cosas que me han pasado”, afirmó a Diálogo al final de esta entrevista, realizada en una casa en Río Piedras.
Nota del Editor: Diálogo quiere agradecer al estudiante de maestría en sicología social-comunitaria, Juan Carlos Cusman Vega, y al ex deambulante y obrero social riopedrense, Iván Reyes, por su ayuda para conseguir esta entrevista.