Gas lacrimógeno:
Gas tóxico que provoca irritación en los ojos y abundantes
lágrimas.
La marcha organizada por distintos sectores del País como epicentro del Paro Nacional decretado en Puerto Rico para el 1 de mayo de 2017 aún no comienza. Miles de manifestantes todavía no se desplazan hacia la Milla de Oro. Aún nadie corre desorientado. Todavía ningún periodista siente picor en el cuerpo. A nadie le arden los ojos, y nadie teme por su seguridad. Todavía ningún cristal roto parece narrar más que horas de manifestación pacífica. El firmamento luce grisáceo, y horas más tarde esa misma nubosidad parecerá descender del cielo para transitar entre los manifestantes mientras les resta el aire, pero eso todavía no pasa.
Ahora, que dan las diez y media de la mañana, mujeres, hombres, niñas, envejecientes, agricultores, profesores, abogados, universitarios, líderes eclesiásticos, empleados del sector público, comerciantes, representantes de decenas de organizaciones sin fines de lucro —y más— marchan rumbo al corazón de Hato Rey, desde el comienzo de la avenida Chardón, a pasos de la entrada principal de Plaza las Américas.
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(Ricardo Alcaraz/Diálogo)
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(Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Este mismo desplazamiento se replica justo en estos momentos en múltiples puntos del país —la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras, el Departamento del Trabajo, el Estadio Hiram Bithorn y el Coliseo de Puerto Rico—. Pero acá, desde este punto, la Colectiva Feminista en Construcción, proyecto político que agrupa a feministas desde las intersecciones de género, raza, clase y sexualidad en lucha contra el capitalismo y el patriarcado, convocó a una Marea Feminista, y paso a paso, más de cien personas producen un oleaje de indignación desde plenas, banderas y voces esforzadas.
Exigen la auditoría a la deuda pública, repudian la Junta de Control Fiscal, las medidas de austeridad propuestas al país por este organismo y el Gobierno de Puerto Rico, la homofobia, la corrupción, la desigualdad social, la violencia de género. Verlas avanzar es lo mismo que presenciar cómo, desde el movimiento, luchan contra las distintas expresiones y relaciones de opresión y poder: racismo, sexismo, machismo, colonialismo, xenofobia, capitalismo. Evocan una primavera feminista.
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(Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Algunos rostros llevan en su voz y en el ceño indignaciones traducidas a consignas de protesta, pero otras caras, una solemnidad que pareciera llegar desde un cansancio muy profundo, de esos que, de tan hondos, solo permiten estar, estar sin más, sin gritar, sin bailar, sin sonar panderos, estar. Algunas presencias suman fuerza, incluso desde el silencio.
12:00 p.m.
Desde el cielo parecen miles, y lo son. A las 9:00 a.m. los organizadores de la manifestación pacífica estimaron que unas tres mil personas habían llegado a la Milla de Oro, pero acá ya es mediodía, y hay más. Dicen presente la Unión de Trabajadores de la Industria Eléctrica y Riego, la Hermandad de Empleados Exentos No Docentes y la Coalición de Residentes de Vivienda Pública del Área Metropolitana, entre otros. Se siente. Suenan panderos, palmadas, baila una niña con un cartel en mano:
“Yo quiero tener una universidad en donde estudiar. Hoy marcho por ella”, lee el rotulito que sostiene con dedos tensos. Pero no hay tensión en el aire. Hay miles conglomerados en un mismo espacio con ganas de defender un país. Desde arriba, el sol logró abrirse paso entre las nubes, y pica. Picor. En un rato habrá mucho picor.
Por ahora hay bullicio, murmullo y panderos, pero calma. Carmen Reyes Ortega, de 52 años, trabaja como tecnóloga radiológica en el Centro Médico de Puerto Rico, y llegó hasta acá por sus compañeros, que aunque llevan más de 30 años trabajando no se atreven a jubilarse, pues temen por su seguridad económica.
La manifestante lo narra, mientras agarra un cartel cuya consigna lee: “Second invasion: Financial Oversight and Management Board”. La primera invasión, explica, tomó lugar en 1898, en el enmarque de la Guerra Hispanoamericana, cuando Estados Unidos invadió Puerto Rico. Lo dice, y mira al gentío con la vista semi nublada. Pestañea con nubes en los ojos.
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(Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Entonces pasa: una voz —que luego sabremos que fue la de la animadora Millie Gil— anuncia que la Fuerza de Choque llegó a la manifestación. Gil pide ayuda a la prensa, que ayuden a documentar, dice, y enumera las razones: esto es una manifestación pacífica, quien lance botellas no representa la esencia de la protesta. Su voz, aguda, cruza el aire, y periodistas comienzan a abrirse paso entre el gentío.
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(Carla Pérez/Diálogo)
Permiso, permiso, permiso, permiso. Permiso, permiso. Permiso, permiso. Gracias, permiso. Permiso. Gracias, gracias. Permiso. Permiso, gracias. Y ahí, de frente, la formación de oficiales de la Policía de Puerto Rico y la Fuerza de Choque extendiendo sus brazos hacia manifestantes, lanzando gas pimienta, y produciendo en el espacio un sarpullido humano.
Poco más de una hora más tarde, oficiales volverán a rociar gases lacrimógenos a manifestantes y periodistas. Cuando eso pase, ya varios habrán comenzado a temer por su seguridad. El sol habrá decidido marcharse, dejando a los presentes sumergidos en un saco de humedad, una nube de humo.
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(Ricardo Alcaraz/Diálogo)
Pero antes, una universitaria, cubierta por una bandera de Puerto Rico, se parará frente a una segunda formación policiaca que aparecerá desde la avenida Chardón. La joven les hablará con la mirada y varios manifestantes se sentarán tras ella. Eso: un símbolo de país en pie ante un cuerpo opresor. Minutos más tarde, el retazo de tela mono-estrellada presenciará cómo se comporta un cuerpo cuando le falta el aire.
2:30 p.m.
“Mami, mami, estoy bien”, grita un universitario mientras corre en dirección opuesta a los gases lacrimógenos lanzados, por segunda vez, por la Policía de Puerto Rico. Detrás del joven de algunos veinte años, se dispersa otra marea de cuerpos. La mayoría lleva sus manos a la nariz y a la boca para evitar tragar gas. Algunos lo logran, otros ni un poco. Hay tos. El humo parece alfombra. Avanza, alcanza a quienes corren. Los pasos no parecieran importar. El gas tóxico siempre alcanza la piel.
Te amarra los pulmones, como si los abrazara demasiado fuerte, una cercanía tóxica. Los comprime hasta hacerte extrañar en segundos cómo se sentía eso de inhalar y exhalar. El aire te escarmienta. El gas se te impregna en el cuerpo, intentar alejarse es cuestionarse cuántas carreras son inútiles, cuántas veces siente uno que está por vencer algo y segundos más tarde siente en el cuerpo un rubor, un picor insistente que llega como para recordarte que ahí está, presente y en todo su esplendor, eso que creíste haber vencido.
Transcurrirán las horas y al filo de las siete de la noche, quedará en Hato Rey una Milla de Oro distinta a la que recibió a los miles de manifestantes que participaron en la marcha multi-sectorial organizada como epicentro del Paro Nacional. Ya no habrá gas pero quedará gris en el aire, denso, pesado. El Popular Center, símbolo del capitalismo, quedará con cristales rotos, y tres empleados, uniformados, intentarán desdibujar un grafiti de las paredes del edificio que leerá “que paguen los ricos”. A algunas consignas no las borra el tiempo.
En los bordes de la carretera, quedarán siete, ocho tiestos hechos trizas, policías en distintos cruces de la avenida, y restos de una manifestación en la que hubo miles en defensa de su derecho a respirar sin lágrimas. Centenares hilvanados en repudio a medias violencias que rompen, no cristales, sino un país.
La mirada de nuestro fotoperiodista, Ricardo Alcaraz, capturó más: