Con la mano firme coloca un billete en el número 18. Lo pilla con una ficha de dominó para que el viento no lo vuele y apuesta al caballo que corría en el segundo carril de la pica.
“El número 18 es la fecha del cumpleaños de mi hija, pero ahora mismo vive allá afuera”, dice el jugador que empeñó $2 abrazados a la añoranza.
Para escoger un caballo en este juego de azar se vale cualquier pretexto: una superstición, un recuerdo u otra arbitrariedad.
“¡Vamos, vamos, vamos!”, gritan los apostadores mientras sus caballos comienzan a distinguirse entre los rastros de un celaje que paulatinamente recupera su forma original.
“El caballo ganador es el número cinco”, grita el piquero al divisar al caballo cuyo ombligo (tubo que sostiene al caballito) quedó más cerca de la meta sin pasarse de la marca blanca.
En esa ocasión no hubo ganador. Pero nuevamente la mesa, que tiene dos tablones con los número de los caballos pintados en color verde, se llena de nuevas apuestas.
Mientras el piquero gira la manivela que disparará la nueva corrida, algunas cosas, además del contorno de los jinetes tallados, desaparecen.
Historia prófuga
La historia de las picas en Puerto Rico está prófuga y su práctica en la actualidad está en declive.
Dentro de la literatura histórica puertorriqueña, el tema de las picas es casi inexistente. Sólo el término “pica” aparece en algunos libros recónditos: en un diccionario del vocabulario puertorriqueño, en la ley que regula los juegos de azar y algún reportaje que describe las fiestas patronales. Ni siquiera algunos eruditos en la historia y antropología de la cultura popular, como el historiador Francisco Moscoso o Néstor Murray, director de la Casa Paoli en Ponce; pueden decir con certeza la procedencia de este juego.
Según la Ley de Juegos de Azar de Puerto Rico (sección 80 y 81), las picas pueden “utilizarse únicamente en las fiestas patronales y por un término de no más de diez días”. Sin embargo, la participación exclusiva de las picas en las fiestas patronales, las expone a una desaparición más acelerada.
En la tradición, la fiesta del patrón era celebrada durante nueve días. Sin embargo, “ya casi no hay fiestas patronales”, repiten algunos piqueros. Y es que, en la actualidad, son cada vez menos los municipios que realizan estas fiestas y su duración es, generalmente, de cuatro días.
Por lo que, sólo queda recurrir a los piqueros, talladores de caballitos y algún aficionado a las picas que ayude a comprobar si este juego de azar se originó realmente en Puerto Rico como muchos creen.
Amantes de las picas
Muchas veces, cuando generamos una pasión en la niñez, nos acompaña toda la vida. Así lo confirman dos de los coleccionistas de picas en Puerto Rico: el artesano orocoveño, José Luis Peña y el coleccionista a tiempo completo, Julio‘Yuyo’ Ruiz.
“De pequeño siempre me han gustado los caballos”, explica José Luis mientras cincela una de sus artesanías en madera.
Ambos amantes de las picas emprendieron proyectos a diversas escalas en honor al juego de azar que los embelesaba en la infancia.
Por su parte, el artesano orocoveño, talló 24 caballos de dos pies de largo y 16.5 pulgadas de alto; tres veces más grande que los caballitos tradicionales de pica. Las tallas dan ganas de montarse en los caballos de pelo blanco y negro que corren en los cuatro carriles de la pica más grande del mundo.
“Mayormente el caballito de pica se hacía en madera de pino por su procedencia de los Estados Unidos. Pero ya se hacen en cedro, caoba y otras madera de Puerto Rico”, detalla el artesano mientras deja caer un rizo de la madera con su navaja, dando vida a un nuevo caballo.
Según Peña, “las picas llegaron a Puerto Rico a mediados de la década del 50’ cuando se prohibió su uso en los Estados Unidos. Esta prohibición provocó el traslado de la maquinaria del juego de azar al Caribe”.
Varios conocedores de las picas se han topado con maquinarias originales donde una grabación en el hierro dice el lugar de fabricación: Chicago, Illinois.
Uno de ellos es Julio ‘Yuyo’ Ruiz, quien poseía una pica original cuya procedencia era la Ciudad de los Vientos.
“Podemos considerar al caballito de pica como el segundo arte popular puertorriqueño luego de la talla de santos”, asegura el coleccionista.
Don Yuyo alberga en su casa la pica más pequeña del mundo. Pero, además de ser la más pequeña, sus 18 caballos de seis pulgadas de largo, tienen jinetes peculiares.
“Decidí hacer una pica cuyos jinetes fueran personajes puertorriqueños”, explica frente a los tres carriles donde Don Cholito, Roberto Clemente, Tito Trinidad, Daddy Yankee, la Comay, Cantalicio, entre otros, jinetean un caballo de paso fino.
Toda esta amalgama de personajes puertorriqueños hace de esta pica una pieza deliciosa; como aquel sopón caliente que acompaña la parranda de las 3:00 de la madrugada. Quizás hasta el mismo Cantalicio, el jibaro astuto de la cerveza Corona y protagonista de esta pica temática, aseguraría también que en este escenario “el sabor lo dice todo”.
Ambas piezas son únicas en su propósito. No obstante, hay otro detalle que ambas picas comparten: la pica gigante duerme en el almacén de una ferretería y la pica más pequeña del mundo duerme junto a su dueño en la privacidad de su casa.
Mientras tanto, en aquellas picas que mes a mes se mantienen despiertas en algunas zonas de la Isla; la dinámica es otra.
“Arre, arre, arre! Y el caballo ganador es el nueve”- se escucha el grito del asistente del piquero al final de la segunda vuelta.
De paso, vuelve el piquero a darle a la manivela. Giran y vuelven a fugarse los contornos de los caballitos en el tiempo. El jugador que le va al caballo 18 vuelve a apostarle $2. Giran, giran y giran, sin nadie saber de donde vienen y sin certeza a donde van. Sólo queda la impresión de que estuvieron aquí y allá.
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