Si algo nos ha reafirmado el movimiento del “15 M” español, las revoluciones en el Medio Oriente o la huelga de estudiantes en la Universidad de Puerto Rico, es que la Internet, las nuevas tecnologías de la comunicación o las redes sociales ya son un vehículo imprescindible para las reivindicaciones democráticas, las protestas ciudadanas y las expresiones solidarias.
El caso del 15 M
El movimiento del 15 M, una sentida y heterogénea manifestación popular contra la corrupción, el clientelismo y el manejo deshonesto de la crisis económica, llevada a cabo a pocos días de las elecciones autonómicas y municipales en España el pasado domingo, aprovechó al máximo las redes sociales para convocar con velocidad y cierta coherencia a miles de personas decepcionadas con la vieja política partidista y las perversiones de la democracia representativa. Un debate, por cierto, que el intelectual Jacques Ranciere documenta y analiza con mucha agudeza en su libro “Odio a la democracia” (Buenos Aires: Amorrortu, 2006).
Como ha explicado el columnista del diario El País, Lluís Bassets, en su blog personal (“Del alfiler al elefante”), la protesta del 15 M (el nombre se refiere al 15 de mayo, fecha en que comenzó) ha sido muy sugerente ya que “es síntoma y estímulo a la vez”. Y añade que los manifestantes, en su mayoría jóvenes excluidos del mundo del trabajo y el consumo, profesionales que apenas llegan a los mil euros mensuales y trabajadores agobiados por los aprietos económicos, “quieren perfeccionar el sistema aunque tengan la apariencia de atacar el sistema… hacen política en estado puro aunque se la tache de antipolítica”.
La democracia digital
Ya a finales de los ‘90 el sociólogo Manuel Castells adelantó que la Internet cambiaría dramáticamente nuestras formas de socialización, de acceso a la información y al conocimiento y hasta el perfil de nuestras democracias, que serían más horizontales, menos autoritarias y más plurales. En ese período comenzó a manejarse el concepto de cibersociedad para explicar los aspectos de organización social, los mecanismos de relaciones entre ciudadanos y las posibilidades de ejercer las prácticas democráticas emergentes que las nuevas tecnologías harían posible. Entrábamos en el estadio de la comunicación mediada por la electrónica y lo digital.
En ese contexto es que debe interpretarse la aparición de los medios de comunicación alternativa (la telefonía móvil, los blogs, las plataformas digitales y las redes sociales) que en muchas ocasiones han logrado romper el cerco informativo de la prensa corporativa o de los medios peligrosamente influenciados por el poder del Estado. La llamada “Primavera del Medio Oriente”, la huelga de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico o la vigente lucha contra el gasoducto, son ejemplos de lo anterior.
Más felices juntos que separados
Los científicos sociales nos han dicho que la ciudadanía se refiere al proceso a través del cual las personas o grupos toman decisiones para cambiar sus situaciones y su entorno, así como las políticas que les afectan. Supone un compromiso ético, con la justicia social y la equidad, con el reconocimiento de la diversidad y la autogestión. Y se trata de articularla desde abajo, a partir de la construcción de los derechos.
Las redes sociales se han presentado como un vehículo efectivo para promover esos esfuerzos. Así lo intuye el escritor y periodista español Vicente Verdú, quien afirma que en la red y en la dinámica de las múltiples tecnologías de comunicación se está formando una generación más feliz junta que separada y más entusiasmada cooperando entre sí que compitiendo.
Las tecnologías no tienen espíritu ni valores. Somos nosotros quienes les brindamos sentido a partir los usos que hacemos de las mismas. Los casos antes mencionados nos recuerdan que la clave está en no adoptarlas como simples objetos de moda, sino como herramientas para la convivencia democrática.
El autor es Catedrático asociado en la Escuela de Comunicación de la UPR y periodista.