La gente cambia. Y con la gente, la ciudad. De acuerdo con las necesidades propias de cada época, son notables las transfiguraciones que no son exclusivamente humanas, sino que se dan en el reino animal, incluso en el vegetal. No es menos cierto que otras cosas, acaso más profundas, permanezcan inamovibles. Para percatarnos de estos cambios hace falta una mirada que los fije. Y eso es lo que el escritor y también periodista cubano Leonardo Padura hace en sus novelas: recoge la ciudad, se apropia de ella para devolvérnosla latiendo fiel y renovada en cada libro. A su arribo a la Isla, Padura, quien llegó invitado por La Escuela de Arquitectura y La Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, tuvo una agenda apretada que apenas le dejó pegar un ojo. El escritor dictó varias conferencias y además presentó su más reciente novela: “El hombre que amaba a los perros”. La obra, narra la muerte de León Trotsky, líder bolchevique, quien muriera asesinado a manos de su verdugo, el catalán Ramón Mercader, en el año1940 en México. El texto toca, mediante el asesinato de esta reconocida figura, la sucesiva caída de la utopía política y social del siglo XX. En una sala que bien podría parecer un iglú, conversé con este cubano cincuentón de mediana estatura. Es correctísimo. Sus gestos son pequeños y mira a los ojos cuando habla, lo que le confiere una transparencia, una credibilidad de ésas que poca gente tiene, esto creó una especie de campo fértil para la amistad. Todas sus novelas, pero especialmente las protagonizadas por el ya conocidísimo detective y nostálgico Mario Conde, presentan la amistad en todas sus variantes. Es un rasgo distintivo, casi un salvavidas. En estos libros –seis en total–, la amistad juega un papel fundamental, y es que opera quizá a modo de justificación existencial. Parecería que las historias estuviesen en función de estos pasajes entrañables que salvan y, a su vez, también redimen. “En una sociedad como la cubana la familia y los amigos adquieren una connotación especial”, dice mientras se toca la espesa barba que apenas si deja entrever una boca. “Cuba se ha formado de tal manera que ni siquiera con dinero puedes resolver todos los problemas, hay problemas que nunca se resuelven con dinero. Y existen los que son más fáciles resolver con un amigo, con un familiar, porque se convierten en una especie de solución, pero también de refugio”. Del mismo modo en que define la amistad como uno de los “valores supremos”, más aún en la sociedad cubana, fustiga enormemente a la generación que le precede a la suya. “Esta otra generación que nace y crece en la sociedad cubana, lo hace luego del derrumbe del socialismo en el este de Europa. Todo aquel sueño igualitario desaparece y nos deja una secuela que es una enorme crisis económica, social, de valores y uno de los valores que más se perdió es la credibilidad”. Habla pausada, serenamente. “¿Cuál es el modelo a seguir de un joven cubano, su misma sociedad? En donde ve que su padre médico, para vivir depende de los regalos de sus pacientes, o ve que un ingeniero prefiere ser taxista porque gana más, o un profesor de historia prefiere ser guía turístico porque gana más con los turistas. No hay paradigmas, no hay en quién creer”, enfatiza. Esta incredulidad que le achaca a las nuevas generaciones, sobre todo a la de su País, se da como un relevo atlético. “Mi generación se desencantó, porque creyó. Durante cincuenta años, no holgadamente, pudimos vivir. En el año 89 y 90 todo desaparece. Llega ese periodo de decepción, de gran desconsuelo y pesimismo. Nuestra generación, tuvo entonces, nostalgia por los años ochenta, lo cual es una actitud natural del ser humano”. Leonardo Padura trabajó como periodista en algunos medios de La Habana por casi una década. Llegó incluso a ser corresponsal en la Guerra de Angola. Evento que, según él, lo marcó fuertemente. De hecho, el periodismo es para Padura un reposo, una escritura en la que se adentra cada vez que puede. “El periodismo fue mi gran escuela. Entre el periodo de mi primera novela “Fiebre de caballo” y la primera novela de Mario Conde, “Pasado perfecto” trabajé como periodista. Fue también ahí en donde me formé como escritor”, sostiene. En las novelas en donde aparece este entrañable policía que, más que policía, es la antítesis de un oficial policiaco, Padura conversa con toda una tradición de la denominada “novela negra”. Es claro a la hora de aceptar y aplaudir a sus referentes. “La novela norteamericana del siglo XX me ha enseñado como ninguna otra la importancia de poder contar una historia, de saber contar una historia. La novela policial, también la más reciente como Vázquez Montalván en España, me han marcado profundamente. Aparte de eso la literatura cubana y la escrita en lengua española, siempre es una fiesta leer a un escritor como Rulfo, Cortázar o García Márquez”, explica. En la actualidad y desde siempre Leonardo Padura ha vivido en su Habana natal, junto a los familiares que le quedan, a sus perros, al lado de su padre masónico que aún escribe sus cuartillas en una vieja Olivetti, junto a sus amigos que son todavía solución y refugio. Su raigambre a la tierra en que nació y creció, es digna de la envidia de cualquier árbol. Si hasta el momento nada lo ha movido de su país, ya nada lo hará. Su sencillez al hablar, la claridad de sus palabras ganan otro carácter si se leen sus libros, y es que parece ser que todo lo guarda para la hora de escribir sus novelas, es ahí cuando nos sacude, o cuando conocemos potenciado el “factor humano” de este cubano. “Muchas cosas han cambiado”, admite. Su obra precisamente eso es lo que logra, evidencia las mutaciones de una sociedad tan disímil como lo es la cubana. Las novelas de Padura constituyen más que una crónica, una radiografía de toda una sociedad que permuta constantemente, pero que en el fondo, aún conserva una memoria que, como él, es y será inamovible. Luego de la plática nos abrazamos, más tarde pide permiso para fumar un cigarrito. Imagino esto como un buen signo. Christian Ibarra es escritor
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