"Al final de la Edad Media, en una pequeña localidad del Valle del Rhin, un trabajador del metal jugaba con una prensa, piezas metálicas y tinta de aceite. El resultado de su trabajo fue un invento que hizo la información en el mundo exponencialmente más accesible y útil. Seis siglos después, vemos la misma innovación a la hora de acceder a la información. Todos los días, con unos cuantas entradas en el teclado del ordenador, la gente hace algo más que una simple visita a sus páginas web favoritas. Como Gutenberg, están expandiendo las fronteras del conocimiento humano. La misma filosofía que está detrás de Google Books".
Esta es la definición del proyecto, según Google. Pero su idea de digitalizar millones de libros, y no sólo en Estados Unidos, ha estado rodeada de polémica desde sus comienzos. Polémica porque sobrepasa los límites de la propiedad intelectual. Polémica porque se adueña de los derechos de millones de autores. Y polémica porque el poder de esta empresa en la web hace que ese proyecto le sitúe muy cerca del monopolio de búsqueda de libros en internet.
Sin embargo, Google ha hecho algo que resulta ya imprescindible. El hecho de que decidiera digitalizar millones de libros hace siete años, cuando todavía no habíamos oído hablar de lectores electrónicos, tabletas y las pantallas de ordenador seguían muy lejos de la calidad actual, demuestra su adelanto y capacidad de innovación. Ahora ya es obvio que necesitamos una biblioteca digital y que los legisladores deberán crear nuevas leyes que protejan la propiedad intelectual en el mundo digital. El proceso es lento.Y Google Print Project, la iniciativa del buscador, hace que sea cada vez más urgente.
La versión del conflicto, en palabras del buscador, es que “algunos editores y escritores cuestionan que cualquiera pueda copiar y clasificar libros protegidos por derecho de copia para que los usuarios puedan buscarlos, incluso si todo lo que el usuario llega a ver es la información bibliográfica y unos cuantos párrafos”. Sin embargo, esta visión resulta superficial. Los opositores argumentan que el derecho de Google a archivar los libros y a explotarlos después le da ventaja al buscador. Y es verdad.
Editores y autores contra Google
Este es uno de los argumentos empleados por el Juez Chin para rechazar el acuerdo alcanzado entre Google y los editores norteamericanos hace tres años. ”Aunque la digitalización de libros y la creación de una biblioteca universal beneficiaría a muchos, el acuerdo da a Google demasiada ventaja sobre sus competidores y le recompensa por iniciar la digitalización masiva y sin permiso de obras protegidas”, escribió Chin en una sentencia de 48 folios (PDF).
La Asociación de Editores Americanos y la de los autores, Authors Guild, habían llegado a un pacto por el que Google les pagaría 125 millones de dólares a modo de indemnización. El buscador reconocía además que había escaneado libros protegidos por derechos de copia, pero conservaba el derecho a explotarlos. Si un autor de las doce millones de obras digitalizadas reclamaba su propiedad intelectual, el buscador les compensaría económicamente. Los autores también conservaban el derecho a retirar sus obras de esta biblioteca digital.
Aunque Google tiene razón al responder que tanto autores como editores se beneficiarán de la distribución de sus obras en internet. El buscador argumenta en su página oficial que “la consecuencia es que sea más fácil encontrar todos esos trabajos y ayudar a que los autores y editores vendan más ejemplares”.
Según Robert Darnton, director de la Biblioteca de la Universidad de Harvard, la lucha entre Google y los editores y dueños de derechos de copia ”empezó por un choque de intereses. Encontraron una manera de reconciliarse gracias al pacto al que llegaron, pero el juez lo acaba de arruinar”.
Nadie quita la razón a Google en cuanto a que la digitalización de libros, ya sea por esta empresa o por cualquier otro organismo, aumentará el poder de difusión del libro. El verdadero dilema no ha sido el qué, sino el cómo. Aunque Google fue el primero en llegar a esta revolución, defensores y detractores coinciden en que no por eso debe ser esta compañía la que establezca las reglas del juego.
“Lo que hemos aprendido del acuerdo entre Google y los editores es que el buscador quería utilizarlos en los resultados de búsqueda, como una respuesta más a las preguntas de los usuarios, así que el caso tiene más que ver con Google como buscador que con la publicación de libros”, comenta el abogado Gary Reback, abogado especializado en propiedad intelectual.
Rozando el monopolio
Reback cree que la anulación del acuerdo responde a las preocupaciones del mundo editorial ante la posibilidad de que Google convierta la búsqueda de libros en su monopolio. ”El conflicto es que según aumenta el control de Google sobre las búsquedas en internet, hace que sea muy difícil para otras empresas competir contra él, y más si consigue acceso exclusivo a millones de libros al utilizarlos como resultados de búsqueda”.
El experto fundador de la Open Book Alliance, una organización creada para garantizar una digitalización adecuada de obras y luchar contra Google, lideró la denuncia contra el monopolio de Microsoft en 1998. Aunque Reback y el juez Chin coincidan en que el único peligro radica en el monopolio de las búsquedas online, hay quien basó su denuncia en la protección de la privacidad o los derechos de autor.
Y ¿qué gana el gigante informático con las copias electrónicas de estos libros? Por un lado, Google se queda con el 37 por ciento del precio de cada copia electrónica y el resto es para el propietario de la obra. Por otro, vende publicidad en las páginas de resultados de búsqueda, un mercado que controla en Estados Unidos hasta el límite legal anti monopolio, el 70 por ciento -en Europa domina el 95 por ciento de las búsquedas–. El mercado de publicidad online brindó a Google 28.000 millones de dólares en 2010.
Google necesitó de varias universidades estadounidenses para digitalizar sus ejemplares. Se estima que ha escaneado unos doce millones de libros de Harvard, Oxford, Stanford, Michigan y la Biblioteca Pública de Nueva York. Los centros cedieron al buscador obras sobre las que tampoco tienen derechos de copia ni de propiedad intelectual. Pero Google supo a quién preguntar. Las bibliotecas de estos centros, muchas veces financiadas con recursos estatales, están exentas de responsabilidad legal al ceder la obra.
Microsoft, Amazon o Yahoo! empezaron a digitalizar copias al mismo tiempo que Google, pero la denuncia de los editores les hizo detenerse. Mientras avanzaba el litigio, sólo Google continuó recabando copias digitales. Para el momento en que llegó el acuerdo con los editores “ya nadie podía ponerse al mismo nivel, no merecía la pena”, dice Reback. A Microsoft se le ocurrió reclamar acceso a la base de datos propiedad de Google, para romper el monopolio de los libros digitales. Ya le ha denunciado ante la Unión Europea y pronto sabremos si el buscador con sede en California tiene que abrir sus “puertas”.
Las obras “huérfanas”
Gran parte del conflicto radica en la digitalización de libros “huérfanos”, protegidos por derechos de copia pero sin que éstos hayan sido reclamados por nadie. El acuerdo con los editores suponía que Google, sólo por haber escaneado el libro, se convertía en dueño de esos derechos. También se acordó la creación de un fondo de 125 millones de dólares para indemnizar a esos autores en caso de que reclamaran un derecho que ya era suyo. El hecho de que los autores tuvieran que dirigirse a Google y no al revés tampoco gustó al juez. Unos 6.800, según la sentencia, ya lo han hecho.
“El mecanismo por el que debamos explotar las obras “huérfanas”, quién debería guardar esos libros, en qué condiciones y con qué garantías son temas pertenecientes al Congreso [de EEUU] no a un acuerdo entre dos empresas privadas y con intereses propios”, dicta la sentencia.
El buscador se adelantó a su tiempo y arriesgó. Según Darnton, también cometió varios errores importantes: el plan original era ofrecer el contenido de los libros como resultados de búsqueda, sin que el usuario pudiera en ningún momento descargar la copia entera ni fragmentos largos del texto, pero Google optó por venderlos; obligaba a los autores a rechazar la digitalización, en vez de pedirles permiso -algo casi imposible por el coste económico y logístico que supondría encontrarles; eliminaba cualquier opción de sus competidores en el caso de los libros “huérfanos”; violaba los derechos de los autores de obras en el extranjero; firmó un acuerdo con dos asociaciones de autores que no representan a todos los escritores y editores del país y, finalmente, incurría en la controvertida recolección de datos personales de aquellos usuarios que compren copias electrónicas a través de Google Books.
La decisión del juez hará que editores y responsables de Google se vuelvan a sentar frente a frente para encontrar un nuevo acuerdo. Parece poco probable que sigan adelante con el caso legal y el juicio contra el buscador por digitalizar millones de libros sin permiso. Y tampoco parece que quieran abandonar el caso por completo.
Alternativa para el futuro
Al tiempo que Google se peleaba con los autores, Darnton impulsaba desde Harvard una solución “mejor que la de Google“. “Sólo una biblioteca pública digital aportará a los lectores lo que necesitan para superar los desafíos del siglo XXI: una amplia colección de recursos que pueden ser consultados de forma gratuita por cualquiera, donde quiera y cuando quiera”.
Darnton quiere llevar a Estados Unidos lo que Noruega, Holanda, Francia, Finlandia y Corea del Sur ya han hecho. Siempre defiende el ejemplo de Europeana, una base de datos digital pública creada por la Unión Europea y que contiene obras de arte, piezas musicales, películas y libros en formato digital de bibliotecas archivos y museos europeos. Y creada, además, en base a un acuerdo con autores y editores.
Su proyecto para crear una Biblioteca Digital Pública Americana ha hecho grandes avances desde la última reunión en octubre de 2010. Ahora Darnton está concentrado en crear un plan para su creación, financiación y puesta en funcionamiento. Esta primavera se reúne en Washington con diversos fundadores y el próximo verano juntará a las mayores instituciones culturales de la capital, como la Institución Smithsonian, la Biblioteca del Congreso o los Archivos Nacionales. Harvard ya ha creado además un centro de coordinación para celebrar talleres, iniciar investigaciones y analizar desde el soporte técnico que necesitaría la primera biblioteca digital hasta los problemas legales con los que se ha topado Google y ellos quieren evitar.
*Lea el artículo original en Periodismo Humano