Si en este momento, hiciéramos una encuesta de cuántos espectáculos de teatro hay, listos para presentarse y hacer temporada, sin exagerar, pasaríamos de los veinte. Cada uno de diferente género, duración y énfasis artístico. ¿Dónde están? ¡Guardados! Como suele ocurrir. Cada vez que un grupo estrena una obra, se hacen diez funciones y luego, se termina la temporada. ¿Por qué? ¿Qué sucede con la programación teatral? ¿Qué problemas enfrenta cada grupo de teatro, que anualmente produce uno o dos espectáculos? ¿Cuántas funciones hacen al año? ¿Por qué?
Los grupos de teatro se reúnen, establecen un horario de trabajo, ensayan durante varios meses, unos más que otros según sus énfasis artísticos, cubren los costos de producción del espectáculo: vestuario, escenografía, utilería, música, banda sonora, diseño, publicidad, etc. Cada grupo cuenta con, aproximadamente, cinco miembros activos, entre actores, técnicos y producción. Hay quienes tienen más. Mientras ellos se reúnen a trabajar, aproximadamente veinte horas a la semana, ninguno cobra un sueldo, ensayan sin ganar un dólar, ad honorem para su trabajo. Ensayar significa, cumplir un horario, como cualquier otro trabajo.
Además de vaciar en ese tiempo un nivel de energía física, emocional e intelectual inusual, donde los cuerpos se ponen a prueba. ¿Por qué un actor ensaya, invierte ese tiempo, se encierra, juega a crear una historia, convertirla en espectáculo; por voluntad y con decisión y no recibe a cambio, ningún honorario, ningún sueldo? Digamos que esto es el misterio existencial del teatro: Los actores hacen el trabajo porque les gusta, porque si no lo hacen se enfermarían del alma, porque no saben hacer otra cosa, no importa. Pero ¿Por qué una vez obtenido el resultado de tanto tiempo de trabajo, su producto, la obra, solo sobrevive apenas un mes y luego se le cierran todas las oportunidades para que la obra, pueda hacer la mayor cantidad de funciones?
Una vez estrenada la obra, se supone que su destino es el público.
¿Qué pasa con el público? Este está ahí, esperando que aparezcan obras en cartelera para acudir. Entre el público existen diferentes rangos. Los hay quienes creen que el teatro es importante verlo, para su gusto y estímulo intelectual, y pagan por ello (este es la minoría). Otros que creen lo mismo pero que no tienen dinero suficiente para pagar la entrada al teatro. También están aquellos que les da igual ir o no ir al teatro, incluso los hay que nunca han ido. (Estos son la mayoría).
La Caravana Nacional de Teatro, evento que funcionó en El Salvador durante varios años y que ahora por desidia ha dejado de realizarse, contribuyó enormemente a develar que, en el interior del país, existe un enorme interés de parte de la población estudiantil y del público en general, por ver teatro. Lo mismo ha demostrado los diferentes festivales que se han institucionalizado en el país, a lo largo de los años. El Centroamericano Sin Fronteras, Los Universitarios, El Internacional Infantil y las Muestras Nacionales. Además del esfuerzo privado que ha hecho la sala Luis Poma. El público ha crecido en los últimos quince años en un 300%, sino más. En 1995 era mucho menor la cantidad de público que consumía teatro, que ahora. Vale decir que también era menor la cantidad de grupos existentes. A lo largo de estos diecinueve años de post guerra, el movimiento teatral ha logrado diversificar sus niveles de capacitación, producción, creación y difusión del teatro. Esto lo ha hecho por iniciativa propia y a través de conseguir algunos niveles de apoyo a través del Estado, organismos no gubernamentales y la empresa privada. Sin embargo, todavía no se ha resuelto el dilema de que una obra de teatro, cualquiera que sea, luego de hacer diez funciones, corre el riesgo de engavetarse o desaparecer.
¿Dónde está el problema?
Entre todos los grupos de teatro se producen alrededor de veinte espectáculos anuales. ¿Cuántas salas de teatro hay en el país? ¿Qué nivel de programación existe? ¿Cuáles son las políticas de promoción teatral que se están ejecutando para potenciar el consumo del teatro entre la población? El gremio de teatro no puede responder solo estas interrogantes. La Secretaría de Cultura está en la obligación de responderlas también. Los funcionarios de cultura, se supone trabajan para elaborar estas políticas.
La Dirección Nacional de Artes y las demás Direcciones y Coordinaciones que a través de las líneas transversales, se vinculan con el fenómeno teatro y público, deben diseñar políticas que vayan en la búsqueda de proponer mecanismos que solucionen este problema. La comunidad teatral espera, un año y medio después de haberse generado el cambio en el gobierno, que este sea ya, tiempo suficiente para empezar a generar las primeras señales, que apunten a debatir los problemas que enfrenta el movimiento teatral, ya no digamos artístico.
Hay un inmenso público que espera y gusta ver teatro. Contamos a la vez, con una buena producción teatral. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué en El Salvador, habiendo la cantidad de obras que hay, no se puede hacer teatro como se debería?
Imaginemos que cada grupo pudiera hacer al año, cien funciones con cada espectáculo. Esta cifra para los pelos porque, en El Salvador, ningún espectáculo alcanza esta cantidad de funciones. Yo no conozco ninguna obra que en los últimos diez años haya hecho, sólo ella, cien funciones en doce meses. Habrá grupos que seguramente hacen cien funciones al año, pero no de una obra, sino que montan varias obras al año y, con todas ellas hacen las cien funciones. Esto es respetable y optativo. Lo que es claro, es que con el afán de tener la mayor cantidad de funciones en el año, al montar cuatro y hasta cinco obras se pone en riesgo la calidad. Entonces las obras pasan de ser propuestas artísticas a productos comerciables o encargadas. Se impone el negocio en el arte y esto tampoco es solución al problema. Pero de esto escribiré en otro momento. No es el tema que ocupa este artículo.
En El Salvador nadie ha logrado hacer cien funciones en un año con un solo espectáculo, ni cincuenta. En otros países para celebrar el éxito de una obra, se develan placas cada cincuenta y cien funciones por espectáculo. Después de esto, las obras pueden guardarse satisfactoriamente. ¿Por qué en El Salvador es imposible hacerlo? Porque los grupos de teatro no saben administrarse, no tienen noción de mercado, no se la rebuscan, creen que el Estado debe resolverles el problema, son unos locos, soñadores e incomprendidos, etc. Nos han nombrado con todos estos calificativos, de todas partes, especialmente los funcionarios de gobierno y algunos empresarios exitosos que ven en el arte algo menos que una buena mercancía.
Hay alrededor de veinte obras disponibles en este momento. Todas con un nivel aceptable, entre ellas infantiles y para adultos. Comedias, tragedias, dramas, experimentales, divertimentos, etc. Si cada una de ellas hiciera cien funciones al año, significa que se podrían hacer en el país, dos mil funciones de teatro en doce meses.
Imaginemos que a cada función asista un aproximado de trescientas personas, podríamos presumir que más de medio millón de salvadoreños verían teatro anualmente. ¿Qué país de Centro América hace esto en este momento? Supongamos que la mitad de estas presentaciones, se hicieran en los lugares donde el teatro no llega con frecuencia, es más, dónde nunca ha llegado un grupo de teatro (existen muchos). Podríamos cambiar la historia. ¿Cómo se podría, en El Salvador, cambiar la historia?. ¿Cuál ha sido la historia en El Salvador? “Que no se puede, que no hay presupuesto, que no está en los planes de la institución, que tenemos otras prioridades, etc”. Esta ha sido la historia de siempre, la indiferencia hacia la actividad teatral y artística. A los grupos, siempre nos ha tocado hacer este trabajo por nuestra cuenta. Los únicos eventos teatrales en donde el Estado invierte decididamente en la promoción teatral, han sido la Caravana Nacional de Teatro, que como dije antes, ya no se hace; la Muestra Nacional de Teatro y el Centroamericano Sin Fronteras. Todos estos proyectos fueron invención de grupos independientes, no una política del Estado. A fuerza de lucha y convencimiento se logró el apoyo estatal.
¿Será que habrá que seguir con la cancioncita de siempre, la cual dice que el Estado es nada más un posibilitador, un intermediario? ¿Será posible que nuestros funcionarios de la cultura sigan creyendo ese cuento? ¿Y la obligación constitucional?
Vamos a seguir imaginando. Supongamos que la Secretaría de Cultura diga: Vamos a desarrollar un circuito nacional en todos aquellos lugares donde existan espacios aptos para hacer una función de teatro, es decir, algún auditorio, teatro, salón comunal, casa de la cultura, etc. Un espacio apto para presentar teatro. Lo aclaro porque nosotros nos hemos presentado hasta en iglesias, canchas de futbol, muelles, etc. Si el Estado decidiera hacer este circuito, estaríamos hablando de aproximadamente ¿Unos cien municipios? Perfecto, tendríamos una nueva programación, la cual abriría una nueve relación entre público – estado – teatro. Esto produciría dos beneficios:
Trabajo para los artistas que siempre están desempleados.
Consumo de teatro para el público, lo cual ya significa bastante en una realidad tan cargada de violencia y miedo entre la población.
Aparte de esto, en los teatros más importantes del país, el Teatro Nacional de San Salvador, el Teatro de Santa Ana y el Teatro Gavidia de San Miguel, se podrían mantener temporadas permanentes. Se comenzaría a ver el supuesto cambio que tanto se ha divulgado.
¿No se puede hacer? ¿En serio? ¿No se puede, o no se quiere, o no interesa, o no está en la visión de los funcionarios? ¿O es por asuntos de dinero, como siempre se ha dicho?
La extinta CONCULTURA, disponía de un presupuesto anual de veinticinco mil dólares para la Caravana Nacional. Hoy ya no se hace. Perfecto. ¿Qué evento la va a sustituir o simplemente desapareció y punto? Que conste, originalmente la Caravana contó con un presupuesto de noventa mil dólares (año 2004). Luego se redujo hasta la cantidad ya mencionada. ¿Qué presupuesto tiene asignado la Secretaría de Cultura en el 2011, para la cartera “Promoción y programación teatral”? Espero que los que ahora dirigen las coordinaciones, no nos vayan a responder como nos respondió la ex Directora Nacional de Artes, en la presidencia de Federico Hernández: “Eso vayan a averiguarlo al Ministerio de Hacienda”.
Espero también que, por el afán de montar el espectáculo basado en la obra “Júpiter”, de Francisco Gavidia, bajo la dirección del Coordinador de Artes Escénicas de la Secretaría de Cultura, no se vayan a dejar de apoyar un determinado números de propuestas independientes, las cuales son más importantes y necesarias para el gremio, desde cualquier punto de vista, que la sola idea de montar un espectáculo, en honor al Bicentenario. Esto sería catastrófico porque significaría la absoluta indiferencia por parte del Estado, en la toma de decisiones, las cuales en ningún momento han sido ni siquiera consultadas al gremio teatral. ¿Es este el novedoso plan para el área de teatro de la Secretaría de Cultura? ¿De cuánto va ser el presupuesto? ¿Es más importante montar un pomposo espectáculo que apoyar las demandas del gremio? Pido reflexión desde esta tribuna.
Las demandas del gremio no son inventos coyunturales, son la suma de inmensos esfuerzos que más de veinte grupos de teatro hemos venido realizando a lo largo de los años. Ojalá no nos vayamos a traicionar nosotros mismos. Habrá que tener cuidado con que el montaje de Júpiter no vaya ser el ensayo discreto y coyuntural, que se esté haciendo para la creación de una futura Compañía Nacional de Teatro. Ojalá no se les olvide a nuestros colegas representantes gremiales, que el tema Compañía Nacional de Teatro debe ser no una antojadiza decisión gubernamental, sino una amplia y seria discusión gremial. Vale mencionar que la mayoría de compañías nacionales de teatro de América Latina, son una especie de cadáveres museográficos que solo sirven para gastar enormes presupuestos que perfectamente podrían servir para apoyar al movimiento de teatro independiente.
Pero dejemos un momento en paz a la Secretaría de Cultura y sigamos con el imaginario anterior. Que los grupos de teatro puedan hacer muchas funciones al año.
Supongamos también que, el Ministerio de Educación le dijera al gremio de teatro: Se va implementar un plan de Teatro Estudiantil que consiste en que, en cada Instituto Nacional se va a presentar una obra de teatro. El único problema, va decir seguramente el Ministro, es que no hay dinero. Muy bien. Entonces implementemos un plan en el que cada estudiante paga un dólar para ver la función. Es probable que digan que eso es ilegal, pero más adelante explicaré por qué no. ¿Cuántos Institutos Nacionales hay en el país? Más de mil. Se imaginan. Llevar las obras de teatro a los colegios de todo el país. Autorizado por el señor Ministro: ¡Un plan oficial de teatro Estudiantil! Un dólar no está fuera del alcance de un estudiante.
Depende, hay lugares donde la extrema pobreza impide cobrar esa cantidad. Bueno, aquellos lugares registrados en el mapa de extrema pobreza, podrían gozar de un plan especial, en donde el teatro será gratuito. Se pueden buscar los mecanismos para que otras instituciones puedan apoyar la campaña de teatro estudiantil, como la Secretaría de Inclusión Social, las municipalidades, ONG´S, incluso la empresa privada. ¿Quién le va a decir que no, a una iniciativa que a los ojos de todos es de beneficio para la cultura de paz? ¿Acaso no es esta una de las principales apuestas?
“El caso es que todo este plan se le carga únicamente al Estado”, van a decir algunos funcionarios. “Y el Estado no le puede resolver el problema a los artistas, no es su papel”. Y sigue la misma cancioncita. Por si acaso dicen esto y para que se enteren de una buena vez: Nosotros hemos venido haciendo esto durante muchos años. Nosotros no dependemos del Estado, nunca hemos dependido de él. Esto es un compromiso cívico con la nación, no solamente con los grupos de teatro que merecen mayor atención. El problema es que nos existen políticas que establezcan los compromisos entre el Estado, la persona y la cultura.
El artículo primero de la constitución de la República dice: “El Salvador reconoce a la persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado, que está organizado para la consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común. En consecuencia, es obligación del Estado asegurar a los habitantes de la República, el goce de la libertad, la salud, la cultura, el bienestar económico y la justicia social.
La Constitución es clara: “Es obligación del Estado que cada persona goce de la cultura”. ¿Se está haciendo? Nunca se ha hecho de forma responsable. Ni siquiera contamos con una Ley Nacional de Cultura.
*El autor es Teatrólogo y colaborador de contrACultura. El texto original fue publicado en http://www.contracultura.contrapunto.com.sv/teatro/los-nudos-ciegos-del-teatro