Por: Ana Delgia Alvarado
Todo discurso que se convierte en hegemónico tiene latente el poder convertirse en totalitario. El conductismo o como se dice recientemente, lo cognitivo-conductual como discurso hegemónico en la psicología ha durado mucho. Más de lo que muchos pudimos imaginar. Ha sido muy efectivo en la coacción sin el uso de la fuerza como dijo Hannah Arendt. Utiliza unos dispositivos pedagógicos que en lenguaje foucaultiano, son una coacción con el uso de dispositivos curriculares de homogenización conductista. Desde pruebas psicométricas hasta medicamentos para el control de los afectos. Son unos mecanismos reguladores que ya se producen y reproducen solos, sin necesidad de alguien que dirija y cuyo propósito es la normalización, la maquinaria disciplinaria, la producción de ciertas subjetividades, reducir lo complejo a unas cuantas categorías y el control social.
Debe potenciar nuestro pensamiento, lo que ha ocurrido con la reválida de psicólogos. Se les ha ido la mano a las instituciones pertinentes con la regulación. Esta gestión ha ocasionado que no revalide ningún psicólogo en los últimos años. Esto a su vez ha develado un fenómeno parecido al producido por la ley No child left behind que se ha denominado como Teaching for the test. Fenómeno estudiado por Peter Brook, (“Outcomes. Testing, Learning: What’s at stake?”, publicado en Social Research en Octubre de 2012), entre otros.
Escuché a los psicólogos preguntarse: ¿El currículo, debe adaptarse a la prueba o la prueba al currículo? ¿Cómo nos explicamos que no se haya cuestionado antes esta situación de clara injusticia y arbitrariedad? ¿Será porque esas palabras máscara (medición, conducta, resultados, accountability, assessment, value-added testing) se nos quedaron pegadas a la cara? Recuerdo el título de un ensayo de Wayne Au: “No child left untested, closing the door on our kids”, publicado en Rethinking schools en el 2005, en obvia alusión a la ley No child left behind. Como señaló Brooks, se considera al estudiante como un microchip en espera de ser evaluado y procesado por un programa.
El tipo de reválida que se quiere imponer arbitrariamente para reglamentar la práctica de la psicología es una manera de cerrar una puerta que es rito de iniciación para los psicólogos jóvenes más analíticos. Son ellos los que al intentar leer con cuidado las preguntas de la reválida y enfrentar problemas de traducción e interpretación de preguntas engañosas, se les acaba el tiempo y no lo aprueban. La única forma de aprobar un examen simplificador y de corte conductista sería asumirlo de manera afásica y olvidar que todo sistema humano es complejo, polisémico y cambiante.
¿De qué se olvidan los defensores de la psicología canónica? Se olvidan de que sus perspectivas conductistas fueron cuestionadas hace más de un siglo. Recordemos a los filósofos del lenguaje, los del giro lingüístico, aquellos que sugirieron cuestionar de manera irreversible las certezas de que puedan existir identidades sólidas, uniformes, homogéneas. Cuestionaron además unas doxas psicológicas que dicen que es posible medir la conducta humana. Gacira López Louro señaló que la ignorancia no es falta de conocimiento, es un tipo de conocimiento. El conocimiento que se imagina el mundo de forma dualista, segmentada, por partes, como procede el destripador. Por ejemplo, pensemos en las nociones: mente-cuerpo, mujer-hombre, bueno-malo. Divorciadas de sus contextos relacionales, históricos, lingüísticos, socio-políticos y de sus sistemas de significación, constituyen un ancla equívoca para grupos fundamentalistas. Es equívoca porque esta lógica de las categorías intenta reglamentar cuerpos que no necesariamente se sujetan a ellas. Estas doxas pertenecen a una lógica hegemónica que dicta lo que es aceptable para estudiarse y lo que no. En este punto es que las escuelas graduadas tienen que luchar por la libertad sin condiciones que propuso Jacques Derrida y defender esos espacios excepcionales que componen una universidad. Espacios para la interpretación sosegada de textos en el contexto de los textos mismos y no fuera de contexto hacia visiones mercantilistas e instrumentales del conocimiento.
El punto no es si el estado tiene que reglamentar o no una profesión. Aunque la que escribe esta tentada a debatir alrededor de esta aseveración. El asunto es si se va a hacer de forma justa y participativa. El dilema es si el instrumento, la prueba de reválida, presenta en sus preguntas la variedad de conceptos implicados en los distintos programas curriculares de las escuelas graduadas de psicología en Puerto Rico. Recordemos la frase célebre del psicólogo Aleksei Leontiev, quien a principios del siglo xx dijo que las pruebas sólo ofrecían un conocimiento muy superficial de los problemas estudiados. Y es que las pruebas son parte de una definición de conocimiento, instrumental. Es como el intento de hacer un sistema no sistemático para que sea evaluado “adecuadamente”.
Pensemos que una prueba es un rito de exclusión. Se ubica en el contexto del afán psicométrico, de la evaluación y el avalúo, tareas que en Puerto Rico mueven millones de dólares. ¿No es una forma de violencia institucional cerrar la puerta a un psicólogo al final de su larga carrera? Veamos esta biopolítica: Evaluado al entrar a bachillerato, el college, evaluado con pruebas para Estudios Graduados, y al final, después de ocho años de estudio, evaluado con una reválida que le impide ofrecer sus servicios a una población necesitada. Recuerdo un fragmento de Fernando Pessoa donde relataba que estaba frente a un muro, esperando que le abrieran la puerta, pero el muro, no tenía puerta.
Para los defensores del afán de medir: ¿Pueden medir ese momento del encuentro existencial con el otro que llega a la consulta? ¿Se disminuye acaso tu incertidumbre cuando diseñas una prueba de selección múltiple? ¿No son múltiples las dimensiones de un fenómeno psíquico? La parafernalia psicométrica, ¿no es una forma de ocluir nuestra responsabilidad ética frente a otro?
Y en esta dimensión ética pienso que aquellos psicólogos que vamos de salida tenemos la responsabilidad de no ser una piedra incrustada en el muro que no tiene puerta y frente al cual están nuestros compañeros.
La autora es Psicóloga Clínica. Acaba de publicar el libro: Un niño es un rehén: Formas de la a-dicción social.