En el excelente artículo Pobreza, mala palabra –del periodista Benjamín Torres Gotay y publicado en junio en El Nuevo Día– el autor nos pide “que caiga la venda que no queremos quitarnos para ver lo que preferimos ignorar…”. Coincido con su análisis. El problema de la desigualdad educativa debido a la pobreza es uno de nuestros principales problemas educativos. Ahora bien, entiendo que la venda es aún mayor: nuestros problemas educativos van más allá de atender la desigualdad.
Por años hemos estado desenfocados en atender los verdaderos problemas educativos. Nos hemos entretenido discutiendo los problemas que conlleva la centralización del Departamento de Educación y hemos olvidado lo esencial. ¿Cómo transformamos la enseñanza para que sea una con sentido para el estudiante; para que atienda la diversidad tanto de intereses como de ritmos de aprendizajes y de realidades socioeconómicas; para que apoye al estudiante a descubrir sus talentos y a desarrollarlos al máximo; y para que sea sensible a sus necesidades?
Estas transformaciones son necesarias tanto en el sistema público como en el privado. En lugar de estar discutiendo cuál sistema es mejor –sin tomar en cuenta las diferencias entre los estudiantes que atienden ambos sistemas– debemos enfocarnos en mejorar la enseñanza en ambos. De hecho, en las pruebas del Programa de Valoración Internacional del Estudiante (PISA, por sus siglas en inglés) que se ofrecieron a una muestra de estudiantes de escuela pública y privada, casi todos los estudiantes de ambos sistemas –100% en matemáticas; 97.9% en ciencias; y 96.4% en lectura– mostraban poca interpretación y poca habilidad para trabajar con problemas complejos. Nuestro gran reto es cómo mejoramos ambos sistemas para que nuestros estudiantes mejoren en estas competencias.
El hecho de que en las pruebas PISA los estudiantes tanto del sistema público como el privado tuvieran bajo desempeño muestra que el problema va más allá del Departamento de Educación. Se podría señalar factores que comparten ambos sistemas, como por ejemplo, la preparación universitaria de los maestros. Si el maestro aprendió sin sentido, si no desarrolló sus competencias de interpretación, ni de trabajar con problemas complejos, es natural que no pueda desarrollar estas competencias en los estudiantes. Como bien decía una maestra, “nadie puede dar lo que no tiene”.
Considero urgente una revisión en los programas de preparación de maestros. Para comenzarla, es necesario fortalecer en el futuro maestro el conocimiento de los contenidos que va a enseñar. Esto tiene dos ramificaciones. Por un lado, los programas universitarios de preparación de maestros deben aumentar los créditos en los cursos de contenido. Por el otro, estos cursos –que en su mayoría son ofrecidos por las facultades que enseñan estos temas– los deben ofrecer los mejores profesores, los que enseñen esa disciplina con sentido y sean un ejemplo para el futuro maestro sobre cómo enseñar.
No propongo que se aumente la totalidad de los créditos de la preparación de maestros, sino que se distribuyan de otra forma. Así pues, si aumentamos los cursos de contenidos, tenemos que cortar créditos por algún lado.
Consideremos dos posibilidades para disminuir esos créditos. Una opción es coordinar cursos sobre enseñanza de contenido con cursos sobre métodos de enseñanza. De esta forma, un curso de enseñanza de contenido dictado apropiadamente cumple dos objetivos entrelazados: apoya el aprendizaje con sentido e ilustra los métodos de enseñarla.
Investigaciones muestran precisamente que los maestros enseñan en la escuela conforme al modelo de cómo se les enseñó la información, y no según las teorías pedagógicas sobre el aprendizaje y la enseñanza. Al trabajar en forma coordinada, podemos entonces disminuir los cursos de metodología, ya que a la vez que aprenden contenido están aprendiendo metodología.
Otra manera para combinar recursos –y así disminuir el número de créditos– es uniendo la educación general a los cursos de fundamentos. Los cursos de fundamentos se podrían reorganizar de forma que a la vez cumplan los requisitos de educación general.
Asimismo, hay que repensar la preparación de maestros en relación con la práctica. Si bien se necesita preparar al estudiante para la realidad actual de la escuela, es necesario también desarrollar las herramientas para transformar la institución. Todos coincidimos en que es necesario transformar nuestras escuelas. Las facultades de educación deben estar más ligadas a la realidad escolar y deben promover la investigación de alternativas a los problemas y necesidades de las escuelas. Deben ser comunidades que aprendan constantemente de la práctica, mediante procesos de investigación colaborativa con equipos formados por profesores de diversas áreas de especialización y maestros.
Así, a partir de estas investigaciones surgirán escenarios para que la práctica del futuro maestro ofrezca experiencias en crear e implantar alternativas a la enseñaza. Propongo que, como universitarios, dejemos “que caiga la venda que no queremos quitarnos para ver lo que preferimos ignorar…”, y comencemos a cambiar la forma de preparar a los maestros, de forma que apoye un cambio en los ambientes de enseñanza y aprendizaje en las escuelas.