Porque leo mucha prosa siempre siento que no leo suficiente poesía. Tal vez es verdad, pero me encuentro corrigiendo esa falta. Cuando leo un poema que atrapa un sentimiento o una idea que solo no lograba precisar, invariablemente pienso: “coño, debería leer más poesía, mira lo mucho que en ella encuentro”.
“¿Quieres entrevistar a Rebollo Gil?,” me pregunta mi editora. “Claro que sí,” contesto con mucho gusto y demasiada confianza. No sé por qué la confianza, si usualmente evito la poesía porque no la conozco lo suficiente. En fin, debería leer más poesía.
Hablando de su más reciente libro, el escritor y poeta puertorriqueño Guillermo Rebollo Gil cuenta cómo buscaba precisar “las diferencias y las distancias y las desigualdades entre los distintos sujetos que coincidimos aquí en este espacio común…”
El aquí al cual se refiere se puede entender como la isla de Puerto Rico o tal vez los espacios que conforman parte del área metropolitana. También, podría ser Santurce o cualquier ciudad como ésta. Al conversar con Diálogo, Rebollo Gil tenía mucho que compartir sobre la relación entre su colección de ensayos, el sujeto urbano y la espacialidad que éste transita.
Con Decirla en pedacitos: estrategias de cercanía, el poeta estrena una crónica en prosa ligera y fugaz. Sus textos cortos van y vienen. Estos vuelan dejando sólo un celaje que notar, unas cuantas palabras que capturan lo más que pueden de encuentros cotidianos para hacerlos indeleble. Definitivamente, prosa escrita por un poeta experimentado.
Su bagaje profesional está en tarima en este texto. Los ensayos que componen Decirla, al igual que sus dos más recientes poemarios, Sobre la destrucción y Sospechar de la euforia, cuentan con una voz narrativa híper-consciente de la realidad social que matiza sus entornos.
Rebollo Gil es egresado de la Universidad de Florida en Gainesville, ciudad universitaria en el norte de ese estado cuasi-tropical (“el norte de Florida quiere decir el sur del sur,” explica, ominoso porque es verdad), con un doctorado en sociología y especialización en raza y género. Esos intereses académicos le dejaron claro cómo funcionaba esa universidad de estudiantado diverso en un espacio geográfico mayormente conservador. Es claro como ahora también le sirven de lente a través del que estudia y describe a Puerto Rico.
Los ensayos que componen Decirla, al igual que sus dos más recientes poemarios, cuentan con una voz narrativa híper-consciente de la realidad social que matiza sus entornos. / Foto por Ricardo Alcaraz
Posición, localización, dónde o cómo ubicarse dentro de la geografía incierta de la vida urbana es la preocupación mayor de Decirla. El texto comienza en el origen de toda perspectiva poética, el yo del autor, para luego moverse a los espacios compartidos, buscando sobrepasar la inicial incomodidad causada por lo que nos separa a unos de otros.
En la pieza titulada Sightseeing se presenta una imagen un tanto patética cuando de camino a Dorado, el protagonista espía a una mujer y a su hija con un cruzacalles frente a la cárcel federal en Guaynabo. Desde la calle, las dos mujeres usan el letrero para felicitar en su cumpleaños a la pareja de la mujer también padre de la niña, una sombra que se asoma por una de las muchas ventanas de la cárcel. Todo mientras el que va de Guaynabo a Dorado, que se siente invasor en esta escena íntima hecha pública por el sistema penal estadounidense, se pregunta “¿dónde me ubico?”.
Los textos en Decirla cubren la gama desde lo privado hasta lo público. Ghosts that we knew, una elegía dolorosamente personal a una figura paternal poco común, el alguacil que trabajaba con y para el padre del escritor, agradece las lecciones de vida que llegan de lugares inesperados. “Me enseñó…cómo mirar a mi viejo a los ojos, aun cuando él no suponía mirarlo nunca a los ojos por cuestiones de trabajo y poder…”, cuenta el texto, sin poder ignorar la molestosa distinción de clases que colorea esa relación triangular entre la voz narrativa, su padre y el alguacil.
Conversando sobre sus más recientes poemarios y cómo se relacionan a esta nueva colección de ensayos, Rebollo Gil se adentra en influencias y procesos. Sus libros son, en gran parte, esfuerzos de auto-edición. Uno o dos textos o poemas le llaman la atención, sugieren un tema, un hilo que hilvanar, aparece un título y ya entonces lo que falta es tan solo escribir para llevar el libro de punto a hasta punto b.
A estos tres textos también los une una ambición temática más universal, que saca inspiración de la obra del novelista y ensayista estadounidense David Foster Wallace y su compatriota, el poeta Frank O’hara. Rebollo Gil aprovecha una nueva comodidad con su estilo y expresión para “trabajar y producir unos sentimientos de incomodidad con lo que se está trabajando en el texto, con lo que se está diciendo en el texto, con las indagaciones que se están haciendo en ese poema”.
Yo debería leer más poesía. Si Guillermo Rebollo Gil tuvo tiempo para revalidar como abogado después de un doctorado, tiene tiempo para participar piquetes y marchas de índole política e universitaria, tiene tiempo para ser profesor a tiempo completo y tiene tiempo para publicar un libro con tanto que ofrecer como lo es Decirla en pedacitos, seguramente yo tengo tiempo para leer más poesía. Para posicionarme mejor, para estar bien parado, para andar armado de esas palabras que algunos pocos dominan pero comparten como para estrecharme la mano, buscando fundar estrategias de cercanía.