
Son sutilezas. Frases o comentarios que quizás hemos dicho desde siempre, sin consecuencias, como si nada. Y así, sin saberlo, mantenemos entendidos sociales que de ordinario no predicaríamos, como el discrimen racial o el menosprecio de la mujer.
Se llaman microagresiones.
Diálogo conversó con Otomie Vale Nieves, profesora de psicología del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR), para abordar este fenómeno, más común de lo que quisiéramos reconocer.
Diálogo: ¿Cómo definir las microagresiones?
Vale Nieves: Las microagresiones son formas sutiles, muchas veces imperceptibles, de un ejercicio de poder sobre otro sujeto por cuestión de lugar, color de piel, preferencia sexual, etnicidad o raza.
La microagresión tiene la particularidad de que puede estar siendo expresada pero no necesariamente quien va a estar siendo interpelado por ella la vive o la experimenta de esa manera ni tampoco quien la emite va a estar siendo consciente de que es una microagresión. En ese sentido, depende del contexto donde se produzca y de quiénes son los sujetos que están involucrados en su enunciación.
La microagresión, además, ayuda a mantener un orden. Por ejemplo, puede ir desde que una pareja te diga “oye, por qué la falda tan corta hoy” o “mira, se te ven las piernas”, hasta un piropo o un halago.
Cuando yo hablo con los estudiantes y les digo “¿en qué se parece un violador a alguien que tira un piropo?”, no quiero decir que el que tira el piropo va a ser un violador, pero los dos comparten una concepción social de que los hombres pueden tener un acceso al cuerpo de las mujeres que en otros contextos –en la calle, en el trabajo– no podrían tener con relación a otro hombre.
No estoy diciendo –ni me lo plantearía como posibilidad– que toda persona que emite una microagresión realizará una agresión física o de otro orden, pero ciertamente las microagresiones son formas pequeñas de mantener un régimen de poder y de control social que no están puestas explícitamente en ningún lugar. Por tanto, en la mayoría de los casos es mucho más difícil detectarlas que otro tipo de agresión más directa.
Los celos, por ejemplo. Para mí el celo es una microagresión, pero en nuestra cultura mucha gente piensa que si la pareja no la cela es porque no la quiere.
Diálogo: Desde el poder, desde espacios normativos, se está permitiendo la discusión del tema de las microagresiones, lo que parece abrir un espacio para actuar ante las sutilezas de este tipo de ataque. Un ejemplo lo vemos en algunas universidades estadounidenses, donde están creando reglamentaciones para evitar que ocurra una microagresión en el campus. ¿Qué puede comentar sobre esto?
Vale Nieves: El que está en el poder nunca da nada, vamos a estar claros de eso. Michel Foucault hablaba de lo que era la microfísica del poder, una instancia que ya no supone regímenes de control como los conocíamos quizás en épocas pretéritas.
Decía el filósofo francés que al final del camino no se trata de ausencia o presencia de poder, sino de grados de poder. En ese sentido, quienes establecen legislación, regulaciones, reglamentos en las universidades, en los países, en las comunidades, ciertamente están en una posición de poder, pero no podemos negar que quienes reclaman y quienes históricamente han hecho que estas plataformas se transformen son los sujetos que constituyen esa sociedad.
Es importante tomar conciencia de cuál es nuestra participación en las transformaciones sociales a las cuales aspiramos como ciudadanos y ciudadanas. Si bien es cierto que hay unos que tienen más poder que otros, eso no quiere decir que yo no tenga poder. Cada uno de nosotros tenemos poder y este –aunque pequeño– cuando lo sumamos es capaz de transformar leyes, normas, regulaciones que han estado vigentes por muchísimos años y que incluso las hemos naturalizado.
Diálogo: ¿Qué medidas se han tomado en la universidad, si alguna, cuando ocurre una microagresión?
Vale Nieves: Entiendo que esto es un tema bastante incipiente. Aquí estamos trabajando con las agresiones –no con las micro– entre estudiantes, entre profesores o estudiantes y profesores, administradores y las estructuras de poder que se reproducen en este microcosmo que habitamos la mayor parte del día.
En la universidad obviamente hay casos de hostigamiento sexual. El caso del semestre pasado, cuando un grupo de organizaciones del recinto denunciaron las agresiones verbales que guardias realizaron contra estudiantes transexuales por el uso de los baños –que todavía están divididos–, pues que venga un guardia a decirte que no puedes entrar al baño porque tú no luces lo suficientemente mujer no es un acto de microagresión, es un acto de agresión, porque le está diciendo explícitamente a la persona “tú no eres para mí suficiente mujer para entrar”, independientemente de cuánto uno mida lo que es ser suficiente mujer o hombre.
Hasta donde mi conocimiento llega, no conozco que la UPR tenga alguna política, plataforma aspirada o en proceso para atender estas situaciones altamente cotidianas de lo que son la microagresiones, y que se pueden manifestar en múltiples escenarios. Sobre todo aquí, que estamos inscritos en relaciones de poder que se manifiestan de distintas maneras, ya sea de profesor o profesora hacia el estudiante, el estudiante hacia otro, o hacia un profesor.
Diálogo: ¿Cómo se podría abordar e investigar este fenómeno, al menos en el recinto?
Vale Nieves: La manera básica por la cual comenzaríamos a indagar este tema, desde mi punto de vista, es identificando ejemplos e instancias donde se dan las microagresiones. Luego, auscultando en distintos sectores de la universidad sobre qué opinan ellos o ellas de esta frase, este comentario, este tema, este chiste, y confrontar a las personas consigo mismas para ver si se dan cuenta de que eso es una microagresión.
También, abrir una discusión que pondere hasta qué punto –y en qué medida– todos y todas participamos cotidianamente de ellas, de su reproducción, aunque no nos demos cuenta, y de su vínculo con la perturbación de unas estructuras sociales que son asimétricas y discriminatorias para ciertos sectores sociales.
Desde mi punto de vista habría que empezar por lo básico, por aquello que haga consciente a la gente de que tal fenómeno existe, porque hemos naturalizado los mismos. Un ejemplo sería que yo no voy a aceptar con facilidad que soy racista aun cuando diga que fulano tiene el “pelo malo”, o que hable de “aguas negras” refiriéndome a que es negro pero guapo. Esas son frases que utilizamos cotidianamente y que nos parecen que no tienen ningún contenido racista, y sin embargo lo es. Así se repite con relación a la edad y el género, y en nuestra sociedad estamos plagados de esas frases.
Lo más difícil de identificar en una sociedad es aquello que es imperceptible hasta para nosotros mismos. Eso supone un proceso de reflexionar por qué pensamos como pensamos y de formularnos preguntas sobre nuestras preguntas y nuestras acciones. Esto último siempre resulta amenazante, y de alguna manera genera cierto nivel de inestabilidad que es importante para nuestras transformaciones sociales. Esa reflexión no es fácil.