»Verde luz de monte y mar,
isla virgen del coral,
si me ausento de tus playas primorosas,
si me alejo de tus palmas silenciosas,
quiero volver, quiero volver.»
Una niña de algunos 10 años agarra un micrófono, entrecierra un poco los ojos y entona Verde Luz frente al Tribunal Federal, en el Campamento contra la Junta de Control Fiscal.
Viste un abrigo azul, queda rodeada por carpas y paletas de madera. Segundos antes, una veintena de personas alzó sus puños al aire en signo de lucha. Pero la chica canta.
Cantar. Otra forma de la resistencia.
Llovizna, pero Sarita -así le llamará su encargada cuando ya no cante más- sigue con sus dedos al micrófono, el aire frío, extiende sus manos al suelo, palmas semiabiertas.
El equipo de sonido se detiene, pero no la energía. Pasa que, cuando varias voces se unen así, emanan otra forma de la electricidad. Sueltan al aire una chispa de tonalidad mucho más brillante que la que a esta hora, poco antes de las diez de la noche, alumbra algunas ventanas del Edificio Federal Federico Degetau.
Hace 35 años, también en una corte, se inculpó al puertorriqueño Oscar López Rivera por conspiración sediciosa, y se le encarceló. Luego, el presidente Bill Clinton le ofreció un indulto, pero Oscar condicionó su salida a que todos sus compañeros de lucha fueran excarcelados. Salieron todos menos él. Y ahora, décadas más tarde, el líder independentista de 74 años saldrá en libertad, y con él la voluntad -demostrada en marchas, protestas, cartas, más- cumplida de miles en el país.
Varias horas atrás el presidente Barack Obama conmutó su sentencia, y ahora Sarita entona un “quiero volver, quiero volver” para celebrarlo, con o sin saber que con sus labios celebra la fuerza de un regreso.
La noche del 17 de enero, a horas de habérsele conmutado la sentencia a Oscar, llovió como si el mar que le espera en casa se descompusiera en gotas y fuerte arribara sobre el suelo.
Los cuerpos que salieron a celebrar también fueron gotas. Y hubo agua desde arriba, pero también desde adentro -en Santurce, en Hato Rey, en Río Piedras, en quién sabe cuántos lugares más. Hubo sudor, lágrima. Formas del agua que a todos nos salvan de algo.
Quizá porque las gotas son otra forma de celebrar las llegadas, y la conmutación de un hombre que lleva tanto tiempo sin sentir la brisa isleña le regala al país la posibilidad de, por algunos instantes, no pensarse desde su crisis, sino desde la imagen de un rostro que vuelve a ver el mar. Una razón para, entre tanto gris, contraer los pulmones y soltar -por fin- un respiro aliviado.
Un dueño de negocio regaló tragos, decenas sonaron plena, entonaron coros, bailaron. Dos vecinos cargaron sus sillas hasta un rincón en Santa Rita y tertuliaron la noticia. Una madre y una hija se miraron a los ojos, y hubo sonrisa.
A veces, las firmas tienen la capacidad de trazar sonrisas ajenas. Ayer, la de Barack Obama lo hizo. Por eso cientos esperan volver a sonreír cuando el 17 de mayo se cumpla con la excarcelación de Oscar López Rivera. Un pueblo esperando volver a sonreír. Quizá desde el comienzo todo haya sido eso.
Quizá ese día llueva, en cualquiera de sus formas. Quizá esa noche Sarita cante. Quizá entre oleajes de alegría y nostalgia cientos vuelvan a sonreír. Pero de seguro, ese día se volverá a celebrar el milagro de ver el mar.