Dos equívocos no sintetizan un correcto.
Esto lo menciono a la luz de un artículo de opinión publicado por el Dr. Angel Rosa, profesor de ciencia política, titulado “Biculturalismo y la realidad puertorriqueña”, en el que el catedrático de la Universidad de Puerto Rico en Mayagüez alude a las palabras enunciadas por el gobernador de Puerto Rico, Luis Fortuño, con las que manifestó que en Puerto Rico éramos “estadounidenses y biculturales”. Lo que nos lleva al primer equívoco; el segundo viene, sin malas intenciones, de parte del Dr. Rosa, quien refuta al Primer Mandatario al decir que “Los puertorriqueños no somos biculturales”. El problema, entonces, me parece, se fatiga por la matemática.
Por un lado, Fortuño, en la respuesta que proveyó a la periodista española de El País durante la entrevista que origina el conflicto, define como “biculturalidad” el hecho de que, para él, somos ““boricuas, hispanos y americanos”. Ya aquí hay un problema: se mencionan tres pertenencias étnicas, o tres culturas, si así se entiende mejor, asunto que desproporciona al pensar que ser boricua es una mezcla de culturas, como lo es ser hispano y ser estadounidense (pues americanos somos todos). Pero el Dr. Rosa alude a que somos monoculturares, quizá un destilado “de más de quinientos años de historia, luego de la colonización española”, pues, como nos ilustra el profesor, “nos tomó casi trescientos años definir los rasgos de nuestro carácter cultural que vino a cuajarse en el siglo XIX, mucho antes del tan señalado 1898”. Entonces, surge otro obstáculo, lejos de los errores de cálculo del gobernador, en donde el mero hecho de que haya pasado tanto tiempo para conformarnos como pueblo deja sin sustancia el hecho de que somos monoculturales.
Y más aún, nos surge un nuevo cuestionamiento: ¿la identidad cultural puertorriqueña ha cesado de definirse? ¿Acaso está muerta? ¿Se quedó en siglo XIX cuando todavía no se reconocía la aportación del negro a nuestra cultura? (Ver Foro del Ateneo sobre los Problemas de la Cultura en Puerto Rico, 1940. Río Piedras: Editorial UPR, 1976). ¿Y acaso la salsa no fue una contribución al acervo cultural de la segunda mitad del siglo XX, nuestra mayor exportación cultural, como bien ha dicho Lilliana Ramos Collado? ¿Y el reggaetón? Mucho más burdo, pero no menos glorioso en nuestra discusión, ¿qué es el pavochón o el pincho, sino manifestaciones culinarias de una hibridez cultural en constante formulación?
El punto colisiona en el inevitable choque de dos narrativas establecidas y que obedecen a fundamentos políticos incompatibles.
No, no somos monoculturales ni biculturales; somos multiculturales, interculturales, una nación que no dista de ser la suma de muchas cosas, y en constante añadidura, como lo dejan ver las proximidades que tenemos, cada día más, con cubanos, dominicanos, venezolanos, colombianos y, aunque moleste decirlo, con los estadounidenses, entre otros, aunque sea a manera de reversión.
La complejidad que comporta el querer definir lo que es cultura en base a lo “local” y “popular” es uno de los objetivos de interés estudiados por Nelson García Canclini en su libro “Culturas híbridas”, donde define como hibridación el proceso por el cual ciertas prácticas o estructuras culturales concretas se combinan en nuevas formas. Como una matruska rusa, el problema con las estructuras culturales “concretas” es que ya en sí misma son también híbridas, según plantea García Canclini.
Este último aspecto contradice a Rosa, quien, al defenderse, dice que los puertorriqueños “somos un pueblo caribeño de rasgos eminentemente latinoamericanos. Compartimos con el resto de Iberoamérica una historia, un idioma, unas costumbres y una fe religiosa”.
Pero ser caribeño es, en sí mismo, plantearse en pluralidad. El criterio de exclusion, sin duda, invade el plantemiento del profesor, puesto que, ¿no son St. Marteen, Antigua, Barbados, Santa Lucía, Jamaica parte del Caribe y no son como nosotros, ni hablan el mismo idioma? ¿Es todo el Caribe latinoamericano?
Es más: ¿es todo Latinoamérica caribeño? La respuesta obvia a esta pregunta nos dice que, aún dentro de una aparente uniformidad, hay diversidad.
Y en todo caso, ¿qué es el Caribe?
¿Acaso no son Nueva Orleans, Belice y Guyana parte del Caribe?
Y, ¿acaso no fue el idioma y la fe religiosa producto de uno de los más horribles genocidios de la historia de la humanidad? ¿No fueron impostura? Y, en su defecto, ¿hablamos en realidad el mismo idioma en Santiago, Bogotá, Managua o San Juan?
La idea de homogeneizar la cultura no necesariamente implica reconocernos cómo somos, sino como nos dicen que somos.
La cultura puertorriqueña es amplia, profunda, compleja; irreducible; es un secante que lo absorbe todo y desperdicia nada; es una confluencia de historias en constante modulación, nunca estancada, y eso nos hace, tal vez, inasibles, indefinibles, difíciles de encasillar, hasta para nosotros mismos. En fin: somos pluriverso.
Los puertorriqueños, con presunción martiana (que a su vez llega cortesía de Whitman), somos todo y todo el mundo.
Estas cosas no son fáciles de digerir porque muchas veces contradicen todo aquello que nos han enseñado a pensar. Pero, claro, no intento convencer a nadie de que mi razón sea la única razón.
De la manera en que se manifiesta nuestra diversidad cultural más allá de la narrativa imperante, ya escribiré más adelante.
El autor es profesor y escritor. Puedes acceder al texto original en su blog, Minuicias desde Genérika: http://latorre-lagares.blogspot.com/2011/01/mono-bi-multi-los-prefijos-nefastos-de.html