Al hablarse del suicidio –ya sea su ideación, planificación, intento y comisión– debe tenerse en cuenta, desde el saque, que múltiples factores (o más bien, la acumulación de estos) inciden en que una persona opte por una alternativa irremediable –terminar con su vida– como solución para un problema remediable.
En el ámbito estudiantil, las dificultades académicas, la toma de decisiones, problemas familiares, la adaptación a la vida universitaria y la selección vocacional fueron, desde el 2011 hasta el 2015, las primeras cinco causas de estrés entre alumnos del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico que solicitaron ayuda profesional, según datos suministrados por el Departamento de Consejería para el Desarrollo Estudiantil (DCODE) de esa unidad.
Los síntomas –o las distintas formas en que puede manifestarse ese estrés– también se repitieron para el mismo periodo entre esa muestra, que representa cerca de un 10% de la matrícula del campus: ansiedad, tristeza, autoestima baja, fluctuación en el estado de ánimo y dificultad en la toma de decisiones. Un poco más abajo en esa lista estaba la ideación y el intento suicida.
“El estrés lleva a las personas a descompensarse emocionalmente, y las manifestaciones más comunes que vemos son la depresión y la ansiedad. Entre los síntomas de la depresión podemos ver tristeza, llanto, desánimo y problemas para dormir y para comer”, explicó Víctor Avilés, psicólogo y profesor de la Escuela Graduada de Trabajo Social Beatriz Lasalle del campus riopedrense.
Sin embargo, el catedrático auxiliar enfatizó que ninguno está tan relacionado con el suicidio como la desesperanza, otro síntoma de la depresión. Aquellos que presenten este factor, agregó, son más propensos a cometer suicidio.
Junto a la depresión, el trasfondo familiar es otro elemento que puede incidir en la conducta e ideación suicida de los universitarios.
El semestre pasado, en un nuevo formulario que administró el DCODE a 484 estudiantes, 113 (23.3%) señalaron que un familiar inmediato llevaba largo tiempo desempleado; 86 (17.7%), que un familiar inmediato pasó por hospitalización psiquiátrica; y 65 (13.5%), que un familiar inmediato había intentado suicidarse.
“Las relaciones familiares deterioradas y la comunicación deficiente que puedan tener padres e hijos, e incluso con jóvenes que son sus redes de apoyo –porque hay quienes no siempre tienen un profesional de ayuda, sino que dependen de otro joven, de un amigo, que viene a ser el apoyo principal– puede ser otro factor precipitante”, detalló Avilés.
Además, y aunque se extiende a otras poblaciones, una variable que debe considerarse con mayor énfasis en cuanto a la población universitaria, planteó el psicólogo, es el uso de alcohol y drogas, toda vez que se ha identificado como un factor precipitante para la comisión del suicido.
“Un joven que está usando algún tipo de sustancia, ya sea alcohol o drogas, puede estar más vulnerable porque se altera su percepción, su juicio, lo que puede llevar a que cometa el suicidio de una manera más acelerada, sin medir consecuencias”, sostuvo.
Apertura a la conversación y la disposición
Todavía hoy, en pleno siglo XXI, la conversación sobre la salud mental –sobre todo el suicidio– resulta incómoda.
“Siempre hablar del suicidio ha sido un tabú. Muchas veces se piensa que con hablar del tema se incita a que se cometa. Por lo que se ha encontrado [en estudios], eso es un mito o concepto erróneo. Claro, el hecho de que no se habla aplica a todas las personas, incluyendo los universitarios”, apuntó Avilés.
Un problema mayor, notó el también trabajador social, subyace en la falta de discusión pública sobre este asunto: la escasez de estudios que evidencien dónde está la población universitaria en las estadísticas de suicidio, así como cifras que permitan trazar tendencias de aumentos o bajas en las tasas.
A la falta de investigaciones entre la población estudiantil, se le añade, pues, una conversación pública ausente. Y también, una realidad social que cada vez se torna más difícil.
El perfil actual –un promedio de 312 suicidios por año desde el 2000– no es alentador, “y más cuando vemos que los problemas sociales siguen en aumento”, señaló Avilés.
Esa cifra, aunque considera el panorama a nivel nacional, compara con otra que recién comienza a medirse en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico: entre enero y junio de 2016 –seis meses–, 173 estudiantes dijeron haber pensado quitarse la vida entre una y más de diez veces. Dicho de otro modo, casi un caso por día.
“Eso no está muy lejano de los que son las estadísticas del país, donde se habla que cada 28 horas alguien comete suicidio en Puerto Rico. En este caso no es que cometen el suicidio, pero sí está ese pensamiento, lo que es una señal de [pedir] ayuda”, expuso Avilés.
Sea cual sea la población –si la puertorriqueña en general o la universitaria en particular– lo cierto es que los precipitantes de la conducta e ideación suicida están presentes para todos. Un ritmo de vida más acelerado, la pérdida de empleos, de viviendas, de autos, el incremento de costo de vida y de mayores demandas económicas, y mudanzas son varias de las situaciones que, en mayor o menor grado, inciden en la posibilidad suicida, adujo el profesor.
“Son tantas cosas que se están viviendo hoy día que pueden contribuir a la conducta suicida, que nosotros los profesionales de conducta humana tenemos que, de alguna manera, demostrar que estamos aquí para ayudar a esa población, entender el proceso por el que están viviendo y buscarles alternativas”, exhortó Avilés.
El bienestar de su salud mental es importante. Si entiende que necesita ayuda profesional para manejar su situación personal, aquí le dejamos líneas telefónicas disponibles: Línea PAS, 1 (800) 981-0023; y DCODE, (787) 764-0000 extensiones 86500 y 86501. También puede llamar al 911 o visitar la sala de emergencias de su hospital más cercano.
Esta es la segunda historia de una serie sobre el suicidio en universitarios. Aquí la primera.