Un hombre recibe la invitación de su escritor favorito para viajar a Cuba y compartir por unos días, metafóricamente esto se convierte en una relación padre e hijo. De esta manera, la serie de eventos con los que se topa lo hacen encontrar su verdadero propósito en la vida.
No cabe duda que suena repetitivo y un poco aburrido, pero esa es la premisa de la película Papa Hemingway in Cuba, dirigida por Bob Yari, y que estrena hoy en cines.
La película cuenta la historia de Ed Myers (Giovanni Ribisi), un reportero del Miami Herald quien visita La Habana, Cuba, para conocer a su ídolo, nada más y nada menos que el escritor Ernest Hemingway (Adrian Sparks).
Cabe destacar que los sucesos se llevan a cabo cerca de la culminación de la revolución cubana en el 1959, mientras los rebeldes y aquellos aferrados al poder tenían enfrentamientos constantes en toda la isla. Como presenta la película, las hostilidades podían ocurrir en cualquier espacio y los cateos eran necesarios para trasladarse de un lugar a otro.
Sin embargo, la película intenta, arduamente, convencernos que la guerra no se encuentra en las calles cubanas, sino en la casa de Hemingway y en él. Durante toda la película recibimos las señales de lo que puede atribuirse a su suicidio, tiempo después de estos eventos (y discretamente mencionado en la película mediante un texto en pantalla).
En una cadena de reacciones, el escritor no puede escribir, lo que supone ser la tragedia más grande y propulsora de las demás. A raíz de eso, el contexto político del país aumenta su frustración, por eso actúa como si cada día fuera el último. Finalmente, como vive atormentado por decisiones tomadas en el pasado, su comportamiento con su esposa (Joely Richardson) también está anclado en el precipicio. Mientras ocurre esta debacle en la vida de Hemingway, el reportero Myers está ahí, sufriéndolas como si fuera su hijo y atormentando su propia vida, ahora dividida entre Cuba y Miami.
Las fallas de esta película no recaen en los actores, pues el material que reciben es el verdadero culpable. El concepto en sí es bastante básico y gastado aunque le cambien los nombres a los personajes. Es por eso que el guión escrito por Denne Bart Petitclerc peca de ser genérico y muy predecible. Por ejemplo, Myers, quien tiene miedo de comprometerse con su novia (Minka Kelly), se topa con un matrimonio en desastre (los Hemingways). Por tanto, estas vivencias le sirven de prueba para cambiar su parecer. Por consiguiente, su novia solo aparece en escena para insistirle que debe dedicarle más tiempo a la relación para eventualmente formalizarla.
No hay emoción ni sorpresas, todo transcurre porque es el orden natural de las cosas.
Ribisi hace de todo para convencer a la audiencia de su amor por Hemingway, mientras que Sparks y Richardson se comprometen en entregarnos un matrimonio de apariencias e inestable. Kelly, por su parte, se limita a ser esa periodista que conocemos más a través de las palabras del protagonista que las suyas, y que está dispuesta a darlo todo por su pareja con tal de provocar un cambio.
La música de la película tampoco llama la atención y, simplemente, falls flat, cuya traducción coherente sería ‘desinflar’, pero eso presupone que lo descrito alguna vez estuvo inflado.
Papa Hemingway in Cuba tiene como moraleja que la vida desastrosa de Hemingway debe replicarse de manera opuesta en la vida de Myers. Aunque insistan en el refrán “nadie aprende por cabeza ajena”, esta película se empeña en lo contrario.
Quién sabe, podríamos afirmar que el afecto a esta película se debe a que es la primera estadounidense, según la promocionan, filmada en suelo cubano en 50 años. Pero más que ese logro, reina una gran decepción: la vida de este venerado autor luce simplona en la pantalla grande.