Este escrito es una especie de contraparte a esta columna por mi amiga Némesis Mora
Para nosotros, la mejor manera de confraternizar es caminando y conversando en espacios públicos. En la calle, movemos las manos animadamente y hablamos en voz alta de tal manera que parece que nos gritamos. Preferiblemente lo hacemos mientras cruzamos una gran avenida sin antes mirar en ambas direcciones. O mejor aún, sentados tomando café y discutiendo una novela que sólo dos de los tres leyeron. Lo mejor es cuando el tercero como quiera se reserva el derecho a proferir opiniones y meter la cuchara con comentarios diseñados para molestar a los otros dos.
“¿Cómo que es racista el tipo si ni siquiera leíste la novela?”
“No se, me dio ese vibe”.
“¿En las primeras veinte páginas?”
El tercero usualmente soy yo.
Ahora que todos trabajan o tienen pareja o no viven en la Isla, ahora que la vida se complica y siento que los necesito más que antes, no nos vemos tanto. Siempre es de prisa y conlleva toda una maquinaria de planificación puesta en marcha con días de anticipación, cuando hasta hace poco con un mensaje de texto al grupo entero antes de salir bastaba.
Ahora todo es con coordinación de calendarios y calibrar de agendas: “Bueno bueno, saquen sus teléfonos a ver cuándo nos podemos volver a ver. ¿A qué hora salen el viernes? ¿Y si esperamos al próximo fin de semana largo?”. Es más difícil. Pero por eso se hace, porque lo difícil es importante.
Todas son recetas diferentes y por lo tanto requieren de diferentes ingredientes. A Luis hay que escucharlo cuando se queja de sus problemas con mujeres y a Sara hay que darle apoyo cuando se siente disgustada con su trabajo. Berto nunca ha llegado a tiempo a nada, así que se lo perdonamos e Ivonne, por razones políticas, se niega a aprender a guiar, así que siempre hay que estar buscándola si la queremos ver. Las conexiones hay que trabajarlas; las que valen la pena, valen el esfuerzo.
“Nuestras conversaciones son relámpagos de cotidianidad, inmediatamente entabladas y abandonadas de pie y con prisa”, escribe el poeta Guillermo Rebollo Gil sobre su relación con un amigo.
Hay una vieja anécdota que cuenta sobre cómo Benjamin Franklin experimentó con una chiringa, una llave de hierro y una tormenta eléctrica para probar la conductividad de un relámpago. La energía que me traen mis compañeros es de la que me recarga como una batería. Ellos son la chiringa, su afecto es el relámpago y mi corazón la llave. Ojalá yo también pueda volar tan alto para cosecharles electricidad a ellos.
“Para complacernos” es un cuento corto escrito por Manuel Abreu Adorno, dicen que escrito para un amigo.