En la conferencia que presentó Jon Lee Anderson el martes 4 de septiembre, en el Museo de Arte de Puerto Rico, el cronista de guerra contó anécdotas vividas en los lugares más hostiles e inhóspitos del mundo. Espacios donde se ajustan cuentas que, a primera vista, nada tienen que ver ni con quién las narra ni con quiénes las leen cómodamente a miles de millas de distancia.
Consciente de esa visión general de desapego en cuanto a los sucesos internacionales, y apenas llegado de Siria, país donde se bate una guerra civil de proporciones que ni siquiera los medios más poderosos pueden esbozar, Anderson se hizo una pregunta que es más o menos la misma que se escucha decir a personas frente al televisor a la hora del mini segmento de noticias internacionales:
“¿Para qué saber de un país a donde nunca he ido y en donde no conozco a nadie?”
Entre preguntas y respuestas, guiadas por los periodistas Ana Teresa Toro y Héctor Feliciano, Anderson compartió sus experiencias como corresponsal de guerra en Siria para la revista The New Yorker, sus vivencias reportando desde la América Latina insurrecta de los años 1980, y sobre la biografía de Ernesto Che Guevara que escribió.
Pero siempre volvía de alguna forma la misma pregunta. ¿Por qué y para qué contar? Por ejemplo, para qué contar que un joven -sin nombre y sin rostros- fue secuestrado por militantes del régimen Sirio y entregado a su familia muerto luego de haber sido torturado. Para qué añadir, además, que su familia gritaba encolerizada y que su madre se lanzaba al suelo una y otra vez blasfemando contra su propio dios.
Pues “para inquietar e incomodar”, respondió Anderson. Incluso, añadió que busca hacer que la audiencia se sienta nauseabunda al leer sus crónicas. Pero, ¿por qué? “Porque en este mundo todo está conectado”, dijo.
Pero al fin y al cabo parte de lo que se desprende del discurso de Anderson es que no hay que esperar a que el horror llegue nuestras puertas para horrorizarnos o para sentirnos nauseabundos ante las injusticias que viven los demás. Y para que llegue a importar lo que viven los otros, sea en otro país o aquí, en la guerra del día a día que se vive en muchas partes, hay que contarlo, hay que narrarlo y si es posible vivirlo en carne propia como lo hace el reportero de guerra.
Sin embargo, hay quienes piensan que “contar no es informar”, como dijo recientemente el periodista paraguayo Benjamín Fernández Bogado, invitado a Puerto Rico, igual que Anderson, por el Centro de Periodismo Investigativo (CPI) en el marco de su quinto aniversario. “Informar es transmitir cultura”, dijo Bogado en entrevista con la periodista Karixia Ortiz. Pero la noción de informar versus la de contar hace hincapié en la veracidad del dato, en la imparcialidad y en la objetividad que tanto se le exige al periodismo para poder ser calificado como “serio”.
Entonces, aquí se abre otra pregunta crucial que también abordó Anderson en su conferencia: ¿cómo contar? Y más importante aun, ¿cómo narrar una historia en las condiciones en las que se vive en medio de una guerra?
Ana Teresa Toro comentó en medio de la entrevista que Anderson dijo una vez que él “no hace cuentos sino que cuenta lo que pasó”, “pero sin el error de creerse ser objetivo”, aclaró Anderson. Así narró cómo en todos los conflictos que ha vivido se las ha pasado entre bando y bando, buscando las historias y los rostros detrás del puro dato de la información. Contando, claro está, con el privilegio de ser corresponsal de un medio con el poder para darle el tiempo y los medios que se requieren para ir más allá de la nota informativa.
Anderson explicó que llegó a Siria con un visado provisto por el propio régimen y con un equipo de seguridad. Pero habló también sobre las mañas a las que tuvo que acudir para salir de ese cerco. Hacer contactos con otros colegas, aprender a tomar taxis y llegar a los lugares fuera de la relativa zona de confort periodística de los corresponsales internacionales, conectarse con activistas, cruzar montañas, atravesar verjas de alambres de púas…
Y todo para contar e informar, pero sobre todo, para sacudir al lector frente al monitor con eso que tanto busca y que describió como “la escena vital de muerte”. Vital, pues al ser transmitida no queda ahí, trasciende. No solo para cumplir con su asignación periodística, sino para provocar una reflexión con la esperanza, según dijo Anderson en entrevista con el CPI, “de que esos pensamientos vayan a un cambio positivo”.
Pero para que ese cambio se de “la gente necesita crear criterios”. Y para eso está el periodismo, o al menos el periodismo al que él apuesta, “el periodismo investigativo, independiente y honesto”, sin el que, según Anderson, “estaríamos a expensas de los voceros del gobierno y de las corporaciones”.