Este escrito es una muestra del trabajo realizado por los y las estudiantes del curso Acercamientos Irreverentes a la Literatura Puertorriqueña Reciente (ESIN 4992/ESPA 4992) en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. En el mismo echamos una mirada crítica a gran parte de la literatura publicada en Puerto Rico durante los últimos cinco años, cruzando los géneros de poesía, cuento, novela, ensayo y novela gráfica. El curso cumplió el propósito de armar, en conjunto, un marco teórico para mejor entender y comentar la literatura local más reciente, y también hizo las veces de taller de creación literaria. Puedo decir, sin riesgo alguno de rayar en hipérboles cursilonas, que como profesor y compañero, tuve la oportunidad de conversar y conspirar con un puñado de los más novísimos y prometedores escritores y escritoras del patio. Ahí vamos. – Guillermo Rebollo Gil
Nunca dudé de mis intenciones, dudé de mi pistola. Llevaba dos años cosechando las semillas de odio, a propósito, por falta de propósito. Me había instalado en la Luvina de mis pesadillas, en donde los recuerdos de un amor distante, se volvían más agrios y más imposibles de tragar. No sé cómo tuve el valor de ir al caserío de mi pueblo, ni cómo hice los contactos que se encontraban encerrados en un espacio tan reducido como lo es una isla. Yo era una isla. Y el que me dio la pistola por 200 dólares, era otra isla. Por diez minutos tendimos un puente.
Había tomado la decisión, past the point of no return. Llegué a la pequeña iglesia en la cuesta. Acaricié la pistola con mis dedos bañados en sudor frío; con esa euforia que arde mientras se respira. Entré por la puerta principal y terminé, en seis pasos, en el medio del pasillo. La iglesia se hacía demasiado pequeña para este acto de redención. Cuando el predicador alzó su mirada, vi mi pistola apuntándolo pero no vi su cara. Y una revelación se coló en mi pecho, y aunque titubeé sabía que debía ser así. La vida que debía arrebatar no era la suya: era la mía.
Apunté la pistola hacia mí. No fue por miedo a la muerte: sólo quería palpar tu histeria y tu dolor mientras se escapaba mi rencor y mi amargura por la autoflagelación suicida. Disparé. Escuché gritos de espanto, niños llorando, bancos de madera que caían al piso y cerré los ojos para poder escuchar tu voz coartada por mi transgresión. Pero no te escuché. Te imaginé en el púlpito, con tu gabán de santo inmaculado mirando desde la distancia. Te imaginé ya que no te podía ver desde el piso; mi cuerpo apenas podía contener el fluir de mi consciencia. “Sodomita”, me decías con tu tono burlón y falsa ternura. Me vendiste a mis miserias, como los hermanos de José lo vendieron y lo hicieron pasar por muerto. Me desterraste de la iglesia, de mi familia y de una vida que llenaste con promesas falsas. Nuestro pecado sólo se menciona seis veces en la biblia. ¿Y cuántas veces se menciona la palabra maricón? No sé cuántas veces mencionan la palabra traición, perdí la cuenta. Sólo sé que Dios y tú se cubren las espaldas mutuamente, mientras se ríen de mí.