En 1981, Marshall Morris, catedrático en la Universidad de Puerto Rico, publicó un estudio detallado sobre la etnografía de la comunicación en Puerto Rico, Saying and Meaning in Puerto Rico. Su estudio está basado sobre anécdotas de extranjeros viviendo en Puerto Rico, y tratando de entender y de ser entendidos en varias situaciones. Morris constata que, encima de las dificultades puramente lingüísticas, hay problemas de comunicación relacionados con la interpretación de los enunciados, y la comprensión de la intención real del locutor puertorriqueño que es, a veces, ambigua para los norteamericanos o los europeos.
Una de las razones invocadas por Morris, que podría explicar la diferencia entre forma y significado, es una regla tácita de la sociedad puertorriqueña: evitar acusar o confrontar a los demás, lo que exige paciencia, un gran control, y la capacidad de formular críticas o deseos de manera indirecta.
Entonces, según Morris, dado que nadie se atreve acusar ni criticar a los demás directamente, existe cierto laxismo en el cumplimiento de los compromisos, y también cierta irresponsabilidad, del punto de vista norteamericano, incluso en asuntos de civismo (limpieza de los lugares públicos). De hecho, no importa lo que uno haga, nadie se atreve a criticarle abiertamente. Además, si uno se atreve a criticar a alguien, la persona tratará de imputarle la culpa, contra toda lógica, para guardar las apariencias.
La conclusión principal del estudio de Morris es que existe en Puerto Rico una Convención de expresión indirecta que caracteriza las interacciones verbales. Para los puertorriqueños, esa convención es implícita, y uno aprende desde la niñez no cómo entender, sino cómo interpretar las intenciones escondidas del locutor, y a expresarse de manera indirecta para evitar situaciones de conflicto. Para alguien que no esté relacionado con esa dinámica, dicha convención tácita representa un reto considerable, y éste tiene la impresión (¿errónea?) de que las respuestas son sistemáticamente imprecisas.
Un análisis de las interacciones verbales en Puerto Rico
En su libro publicado en 1975, Logic and Conversation, Grice explica que los hablantes que participan en una conversación siguen el Principio de cooperación. Este principio contiene nueve máximas, que los locutores supuestamente respetan y utilizan para facilitar la comprensión. Las máximas de manera describen cómo la contribución debe ser hecha: la expresión tiene que ser clara (M1) y sin ambigüedad (M2). A la luz de las anécdotas vividas por extranjeros viviendo en Puerto Rico (el libro de Morris contiene una mina de oro de anécdotas similares), cabe preguntarse si las máximas M1 y M2 son relevantes en Puerto Rico, donde en lugar de decir “no”, uno dice “quizás” o “a lo mejor”, para preservar el honor de su interlocutor. En muchas ocasiones, la gente expresa no lo que desea, sino lo que piensa que el otro quiere escuchar (por ejemplo, que vendrán con mucho gusto a su fiesta)… y luego hace lo que desea realmente, sin preocuparse con sus compromisos. En algunos casos ambos coinciden (lo que prometen y lo que hacen), pero no es necesariamente la norma.
Una variante de esa regla existe en culturas orientales. Por ejemplo, Goffman (1967: 17) menciona lo siguiente acerca de las interacciones entre Chinos y Occidentales: “The Western traveler used to complain that the Chinese could never be trusted to say what they meant but always said what they felt their Western listener wanted to hear. The Chinese used to complain that the Westerner was brusque, boorish, and unmannered.” Contínua su análisis diciendo que, de esta manera, el hablante está tratanto sobre todo de guardar las aparencias: “He employs circumlocutions and deceptions, phrasing his replies with careful ambiguity so that the others’ face is preserved even if their welfare is not. »
En Puerto Rico, no le toca al locutor hablar claramente, sino al auditor el encontrar el sentido real de las oraciones, la intención escondida detrás de un consentimiento aparente, por ejemplo, un “sí” ambiguo o un movimiento de la cabeza. En muchos casos, la máxima de la conversación está violada en apariencia solamente: está violada al nivel de lo que se dijo, pero no al nivel del “decir”, porque la información y la intención de comunicación se pueden conseguir con un cálculo a partir del contenido del enunciado y del contexto.
Expresarse directamente, claramente, rechazar una invitación, criticar abiertamente, todo eso forma parte de una falta de cortesía, es grosero. Es tan importante guardar las apariencias, que toda crítica directa puede ser interpretada como una tentativa de humillar a su interlocutor. Las personas demasiado directas reciben varios epítetos en Puerto Rico: “presenta’o”, “averigua’o”, atrevido, abusador, entrometido, o irrespetuoso.
Consecuencias de la “comunicación indirecta” en la sociedad puertorriqueña
Al principio de los años 80’, una huelga estudiantil de una duración sin precedente causó la intervención de la Policía en el recinto de Río Piedras. Después de la huelga, la administración universitaria y las asociaciones estudiantiles se reunieron para redactar una política con el objetivo de prevenir ese de tragedia en el futuro a causa de las manifestaciones. Esa Política de no confrontación, en vigor hasta el 2010, dice que en ningún caso se puede permitir a la Policía municipal o estatal el acceso al recinto universitario. Además, cada vez que los estudiantes tienen una asamblea o decretan una huelga, la Rectora ordena una suspensión de los cursos, según la voluntad de los estudiantes.
La política de no confrontación tiene el mérito de ser conciliadora hacía los estudiantes y de permitirles expresarse, pero también tiene sus límites. En la primavera de 2005, una huelga de más de un mes, a pesar de algunos logros, causó no solamente el cierre de la universidad y el bloqueo del acceso a los investigadores (incluso en Ciencias naturales, donde profesores perdieron meses de trabajo), pero también hubo casos de daño a los salones por algunos estudiantes. La pasividad o la ausencia de guardias de seguridad fue sorprendente frente a la importancia de los daños. La política de no confrontación permitió también el cierre del teatro universitario durante varias semanas en el otoño de 2006, porque los estudiantes estaban insatisfechos con el modo de gestión del teatro que acababa de abrir después de 10 años de cierre.
Recientemente, en el otoño de 2010, el gobierno estatal decidió abrogar la Política de no confrontación, por primera vez después de 30 años, y autorizó la entrada de la Policía, incluso la fuerza de choque, en el Recinto de Río Piedras. Estudiantes fueron arrestados por la policía, muchas veces sin cargo, en el recinto universitario, y también fuera del Recinto, incluso frente al Capitolio de Puerto Rico. Al final de 2010, la frustración de los estudiantes se debe al hecho que el acuerdo firmado con la junta de síndicos de la Universidad en noviembre de 2010 fue ignorado por el gobierno del Estado Libre Asociado. Aunque la administración universitaria se comprometió en honrar el acuerdo, al final la victoria de los estudiantes fue vacía, aunque habían negociado el acuerdo de buena fe.
Esa frustración, y el sentimiento de traición, explican en gran parte la rabia de los estudiantes. Aparentemente, en algunos casos, la falta de cumplir con un compromiso previo molesta aun a los puertorriqueños. De cierta manera, la política de no confrontación sirve como metáfora de la reglas conversacionales de la sociedad entera, ya que ambas tienen como objetivo evitar todo tipo de enfrentamiento verbal o físico.
Para un observador externo, la política de no confrontación, a pesar de sus méritos, parece, a veces, una forma de capitulación, por miedo a una confrontación directa entre los estudiantes, la administración y la policía. Ese rechazo al conflicto está presente en la sociedad puertorriqueña, hasta en las reglas de la conversación, como lo discutimos en este artículo. Aun así, paradójicamente, en Puerto Rico el número de homicidios llegó a 977 en 2010, con una población de apenas 4 millones de persona. ¿Cómo se puede explicar esta paradoja?
Se han mencionado el problema de las drogas, y la rivalidad entre bandas de narcotraficantes. También se menciona la injusticia social, la corrupción y la frustración de la población ante esos problemas. Pero hay otro factor, lingüístico y cultural, que no se ha mencionado mucho, quizás por rectitud política, aunque es aparente para la gente que visita la isla, es decir, la preocupación constante de guardar las apariencias, de evitar a cualquier costo una confrontación directa, aunque signifique dar respuestas imprecisas.
Pero al evitar la confrontación (que en otras sociedades se llama un dialogo abierto), no se resuelven los problemas, simplemente se pospone la resolución, y cuando la frustración llega a cierto punto, cuando la confrontación se vuelve inevitable, es aun más violenta porque corresponde a una acumulación de pequeñas capitulaciones, de pequeñas frustraciones, que al final pesan mucho, como en el caso del conflicto huelgario en la Universidad de Puerto Rico.
La excusa y el “ay bendito”
Para un puertorriqueño, el carácter voluntariamente impreciso e indirecto de las conversaciones no tiene nada sorprendente, porque se aprende desde la niñez no solamente a entender las oraciones, sino también a buscar las intenciones del hablante, y a reaccionar no a la pregunta, sino a la motivación aparente del otro. La sociedad funciona más o menos en un contexto donde el ciudadano está confrontado al estilo más directo de la sociedad norteamericana. Ese estilo “directo” está percibido como grosero, agresivo; cuando los puertorriqueños dan respuestas imprecisas, no están tratando necesariamente de engañar el interlocutor, sino más bien de evitar conflictos reales o imaginarios.
Para el observador externo, esa máxima de la conversación puede a veces ser bastante frustrante porque la gente está acostumbrada, en otras latitudes, a exigir respuestas claras y precisas, a llegar a la hora “americana” a las citas, a admitir sus errores sin invocar a algún dios omnipotente y misericordioso (el “Ay Bendito” sirve de disculpa en muchas circunstancias). Eso forma parte de la adaptación cultural necesaria, porque una persona que transgrede las reglas de la conversación, en Puerto Rico o en otra sociedad, corre el riesgo de estar excluido, o de vivir en la incomprensión permanente.
El autor es Catedrático Asociado, Departamento de Lenguas Extranjeras, U.P.R. Río Piedras