El pensador político alemán Carl Schmitt definió el acto de identificar al enemigo como el acto político por excelencia. Para este jurista, la soberanía política moderna tenía como su elemento fundamental el determinar la línea que dividía al amigo del enemigo. Una condición necesaria de posibilidad para la efectividad de esta lógica Schmittiana es la entera polarización del terreno discursivo. Uno de los síntomas que nos permiten identificar el momento en que ese proceso está ocurriendo es cuando (usualmente) los líderes del Estado comienzan a demonizar sectores disidentes de la comunidad. A este momento lo suele acompañar la construcción de un “Nosotros” como masa no diferenciada, que se presenta no solo como atacada por la presencia del otro, sino más aún, negada por esta. Esta demonización del que difiere, o de la otredad, no puede partir de la irracionalidad (aunque siempre termina en ella). La lógica política Schmittiana tiene que partir desde lo que Hegel llamaría un momento de verdad. A medida que pasa el tiempo, ese momento va diluyéndose y el enemigo termina siendo aquello cuya mera existencia implica la desaparición de la mía. La temporalidad es central en esta lógica política. Este dispositivo binario requiere explotar los momentos de crisis, o crearlos si es necesario. La urgencia temporal es fundamental, pues esta se opone necesariamente al pensamiento crítico. Surge así una relación antagónica entre el tiempo y la razón crítica: ¡no es tiempo de estar debatiendo, ponderando, criticando pues hay que actuar ya! La acción se apodera de la temporalidad y el pensar se convierte en una pérdida del preciado tiempo. La línea divisoria del amigo y el enemigo se cruza muy fácilmente. En ocasiones se pasa de la amistad a la enemistad inadvertidamente, por el mero hecho de detenerse, mirar el significante “Nosotros” e indagar su significado. El ambiente que estamos viviendo la diversa comunidad universitaria tiene indicios que desafortunadamente se asemejan mucho a la política Schmittiana. El escrito “En defensa de la APPU” en respuesta al ensayo del profesor Carlos Pabón, es representativo de dinámicas que han tomado lugar en el Recinto de Río Piedras.
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En su ensayo “Fungir como docentes,” Pabón toca una multiplicidad de temas que merecen una consideración sería y ponderada. Sólo haré referencia a sus señalamientos respecto a algunos posicionamientos recientes de la APPU, ya que ejemplifica la preocupación que me atañe en estos momentos. Mi preocupación central es la respuesta que estos señalamientos han recibido. Colegas de distintas Facultades y disciplinas (como Érika Fontánez y Malena Rodríguez) han reaccionado con seriedad a varios de los diversos planteamientos que hace Pabón.
El ensayo de Pabón está inscrito en la singularidad de los docentes, en un llamado a que debe surgir un “análisis autónomo en tanto sector universitario singular.” De aquí que el planteamiento principal que el autor hace sobre las acciones recientes de la APPU gira en torno a que la organización ha estado subsumiendo “sus posturas a las de los estudiantes que supuestamente están en huelga.” Pabón cuestiona la representación universal que hace la APPU, el efecto de sus decisiones sobre docentes que no pertenecen a la organización, la legitimidad del paro del 9 de febrero, y la efectividad de la paralización de las labores docentes y de investigación. Estos son los cuestionamientos estrictamente relacionados con la APPU. Lo primero que tenemos que señalar es que el autor no cuestiona en su ensayo la historia de la APPU en las luchas que se han dado históricamente en la Universidad de Puerto Rico. Tampoco sugiere en ningún momento la desaparición de esta organización; ni pone en tela de juicio la administración de sus recursos; ni el trabajo y esfuerzo que invierten sus miembros y dirigentes en la defensa del claustro. Sin embargo, en la respuesta que publican Diane Accaria y Rodolfo Popelnik titulada “En defensa de la APPU,” el profesor Carlos Pabón es acusado de todo lo anterior y mucho más. Las estrategias retóricas de esta respuesta, la desvirtualización del oponente, la hagiografía de la organización, la indignación ante la crítica, el lenguaje moralizante y la intolerancia ante la disidencia son algunos de los síntomas presentes en este escrito y representativos del ambiente que impera en el Recinto de Río Piedras. Varias de estas actitudes que han estado presentes tanto en las líneas de piquete que estableció la APPU el pasado 9 de febrero, como en la alta gerencia de la administración universitaria y las tomas de Facultad que ha orquestrado el CRE. Es por ello que tomo el escrito como sintomático de la lógica Schmittiana que describí al inicio.
El ensayo de Accracia y Popelnik comienza aceptando un momento de verdad en la posición de Pabón. Los autores están de acuerdo y citan que hay que “enfrentar esta crisis en toda su complejidad…y a largo plazo.” Inmediatamente los autores crean una dicotomía entre la acción y el pensamiento crítico, dicotomía que sostienen durante todo el ensayo. Para estos, no solo el momento de actuar es ahora, sino que las acciones a tomar están predeterminadas. Esta urgencia temporal es justificada no solo por la crisis fiscal que atraviesa la UPR, sino más bien por un escenario de catástrofe en el que enmarcan el paro del 9 de febrero. La confrontación que tuvo lugar entre la policía y los estudiantes frente la biblioteca Lázaro (que ciertamente fue seria y abusiva) es presentada como el momento crítico que dio paso al paro unilateral y no consultado con la matrícula de la APPU. Es importante señalar que los acontecimientos se caracterizan, in crescendo, como “el día de mayor violencia,” un escenario de “horror” donde “se desató el infierno.” Es decir, el asunto es de proporciones bíblicas. Una vez construido un entramado catastrófico, se suspende el tiempo para dar cabida a la acción. Pero no es cualquier acción la que se puede ponderar. Lo único que queda por hacer es paralizar las labores. Congregar los estudiantes en el salón de clase es “una falta moral,” “un lapso a la sensatez” y a la “prudencia.” Es decir, aquel que quiera asumir una posición distinta es un inmoral, un imprudente y parecería estar loco. Estas declaraciones hacen claro como se desvirtúa al otro, aquel que se va convirtiendo en el enemigo. La respuesta final de por qué la APPU decretó el paro de 24 horas es que “lo hizo porque tenía que hacerlo.” Según los autores, “por más que se prefiera teorizar y debatir” el momento requería el apoyo de la APPU, y el que Carlos Pabón les cuestione eso lo convierte “cuando menos” en “mezquino.”
Los autores defienden la representatividad que tiene la APPU argumentando que cerca del 50% de los docentes de Río Piedras son miembros de la organización. Mencionan a varios profesores ilustres quienes han sido miembros, para terminar por homologar a la organización con el Colegio de Abogados. Al adoptar el lenguaje del conflicto legal que enfrenta el Colegio de Abogados, los autores presentan una polarización alrededor de los posicionamientos de la APPU. Por ello “ahora hay que decidir si somos de esa clase o no.” Este es el momento clásico del decisionismo Schmittiano. Así que dada la demonización del disidente como inmoral, imprudente y loco; y presentado el campo de batalla como uno polarizado, toca decidir si estás conmigo o en mi contra. Aquí no hay tiempo para matices, aquí el debate no es suficiente, la APPU es heterogénea pero en momentos de crisis hay que alinearse. Esta es la política del amigo y el enemigo, y no viene sola sino acompañada de los logros que la APPU ha alcanzado, de todo el esfuerzo que sus dirigentes y miembros han puesto, de todas las luchas que han dado y de todos los reclamos que atienden. Nada de esto es cuestionado por Pabón, pero se articula como si así hubiese sido. Se le comienzan a atribuir al enemigo elementos ajenos. El momento de verdad comienza a diluirse. Lo que no hacen es contestar la pregunta sobre la legitimidad del paro, el hecho que fue una decisión no consultada, ni el efecto que tiene tanto sobre los miembros como sobre el otro más de 50% del profesorado no afiliado. Se constituye un “Nosotros” heroico, donde “la lista es larga y a veces uno se pregunta cómo pueden enfrentarlo todo, pero lo hacen.” Frente a los héroes, la crítica “es mal intencionada” y “no abona en nada a resolver la crisis.” Otros han tratado de presentar opciones que han resultado infructíferas, la APPU conoce el sentimiento de frustración, pero no se rajan. Y frente a un claustro “completamente impotente,” a la APPU no le queda otra opción que abrogarse representatividad. Sin este cuerpo heroico el claustro anémico es nada. Es una organización que encima de todo, hace “patria.” Finalmente, el coup de grâce, los que critican a la APPU “se alían” al enemigo, aunque sea sin la intención. Porque es muy fácil pasar de la amistad a la enemistad, no tiene que ser ni siquiera un acto de la voluntad. Comienza a criticar la APPU y te verás al otro lado de la batalla, así sea como “EL Chavo-sin querer queriendo.”
Si esta lógica política Schmittiana fuera exclusiva del escrito de Accaria y Popelnik, entonces no presentaría ningún problema político y mi intervención se podría construir como la de un amigo de Carlos Pabón saliendo en su defensa. Pero esta lógica binaria no es exclusiva de estos autores; ella abunda en estos momentos en la UPR (particularmente desde miembros de la APPU y del CRE), y Pabón se puede defender solito. El problema radica en que la constitución de lo político en este momento histórico en el Recinto de Río Piedras se está dando dentro de esta lógica que asume al enemigo como un obstáculo existencial. El problema central aquí es que este tipo de política no está acompañada de una ética del conflicto. Ciertamente no podemos ser ingenuos y pensar que los asuntos controversiales en la UPR se van a resolver al unísono con José Luis Rodríguez “El Puma” cantando “agárrense de las manos, unos a otros conmigo.” Desde Maquiavelo, el conflicto es considerado como un aspecto fundamental de lo político. En todo conflicto se van a producir lógicas binarias. Lo que es fundamental es que el conflicto político tiene que estar acompañado de una ética política. Esta ética, si se desea conservar una comunidad libre, democrática y heterogénea, tiene que asumir al otro como un interlocutor digno de ser escuchado, no como un enemigo a quien hay que destruir. Esta ética debe darse en una temporalidad compartida, no en un estado de excepcionalidad. Esta ética debe reconocer la multiplicidad de polos, aunque no necesariamente su equidad. Esta ética debe partir de la premisa que el pensar es el acto por excelencia, no de un antagonismo entre teoría y praxis. Nada de esto equivale a decir que todos los interlocutores son iguales, ni que todas las posiciones merecen consideración seria. La estupidez y la mediocridad abundan (incluso en la Universidad), y uno no tiene que tomar en serio a cada imbécil que se encuentra en el camino. Pero la disidencia informada, el cuestionamiento inteligente tanto del status quo como de las alternativas, y aquellos que lo llevan a cabo tiene que ser acercados como sujetos éticos. Cuando esto no se lleva a cabo, también tenemos que asumir la responsabilidad del trato que proveemos y no partir de la indignación del inocente. Finalmente, el lenguaje de la discusión también debería estar impregnado de contenido ético y proporcionalidad histórica. En el conflicto universitario se han dado momentos que a juzgar por el lenguaje que se utiliza para describirlos, cualquiera podría pensar que estamos en Auschwitz. La brutalidad policíaca de momento se convirtió en tortura, los administradores intransigentes se equiparan con dictadores, la inaceptable presencia de la policía se homologa con un campo de concentración nazi, los estudiantes en huelga son terroristas financiados por Al Qaeda, y hay una conspiración comunista en la UPR digna de la guerra fría. La situación seria y crítica que atraviesa la UPR y la comunidad universitaria pierde, dentro de este lenguaje, todo tipo de proporcionalidad histórica. Para utilizar mi propia intervención de ejemplo, la necesidad de un sentido serio de proporcionalidad histórica nos deja claro que la APPU no es las Waffen-SS, ni Carlos Pabón lidera el levantamiento del ghetto de Varsovia. De igual manera, Ygrí Rivera no es Himmler, ni Ana Guadalupe su Eichmann.
Lo que quiero decir con esto es que la inscripción de los conflictos universitarios no puede estar enmarcada dentro de lo que el profesor Antonio Vázquez ha llamado la “catastrofización de la política.” Esto es, entre otras cosas, el uso de un lenguaje de la catástrofe que se emplea para legitimar las medidas tomadas en una situación de emergencia sin consultar los sujetos a quien el poder le debe su legitimidad. Este tipo de lenguaje tiene el efecto político inmediato de neutralizar, bajo el manto de la urgencia, la participación y deliberación democrática que amerita la comunidad universitaria. La importancia y complejidad de los asuntos que se nos vienen encima como docentes ciertamente requiere de todos un posicionamiento político, pero si este no viene acompañado de una ética del conflicto, la batalla está perdida desde su inicio.
El autor es profesor de Teoría Política en el Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Rio Piedras.
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