Mauro quiere ser paleontólogo. Sorprende a su corta edad de cuatro años la seguridad y precisión con que lo afirma cada vez que algún adulto le pregunta sobre qué quiere ser cuando grande. Le encantan los dinosaurios, explica, le interesa estudiarlos. Su curiosidad contagia y su agudeza y determinación sorprenden. Fue en el Centro de Desarrollo Preescolar de la Administración Central de la Universidad de Puerto Rico (CDPAC) –donde el niño estudia- que despertó en Mauro este interés. La educación, como dijo una vez Einstein, “consiste en despertar el goce de la expresión creativa y del conocimiento”. Son precisamente estas palabras las que definen la filosofía educativa del CDPAC, que cumple diez años de fundación y servicio a las unidades de AC y el Recinto de Ciencias Médicas; y que celebra la huella que ha dejado en Mauro y en tantos otros niños que han iniciado su vida educativa allí.
“Es un centro constructivista, queremos promover a través de su interés el aprendizaje”, explica Dora Hernández, directora del Centro que se ubica en el Jardín Botánico Norte, en Río Piedras, y quien junto a Diálogo realizó un recorrido por la institución.
Según Hernández, el Centro Preescolar se distingue de otros centros de cuidado pues utiliza un currículo emergente, es decir “va exportando a través de los intereses de los mismos niños aquellos elementos de los cuales ellos quieran aprender”. Para esto, las maestras realizan una pequeña asamblea por cada salón: el amarillo, el rojo y el azul. Allí, los niños votan por las destrezas que desean aprender. Esto crea en los niños un sentido de pertenencia y despierta en ellos el interés por conocer más sobre los temas que estudian.
“Cuando queremos que mejore algo, pues le presentas algo que lo motive a trabajarlo. Así la dinámica es más emocionante. Se trabaja con lenguaje, se trabaja con lectura, pero se da dentro de unas actividades que les fascinan”, explicó la Directora.
Los niños que participan del programa tienen entre tres y cinco años, cuyos padres son empleados de las unidades adscritas al Recinto de Ciencias Médicas y la Administración Central, ya que éste nació como consecuencia de las negociaciones sindicales entre la UPR y la Hermandad de Empleados Exentos No Docentes (HEEND).
Los padres no están fuera de la toma de decisiones, explica Hernández. Con ellos también se realizan asambleas en las que tienen voz y voto sobre los temas que se presentarán en el salón de clases. Además, están involucrados en cada unas de las actividades que el Centro realiza, en las que se promueve que los padres y niños se integren y compartan juntos lo aprendido en el salón de clases.
Casualmente, Luis Vicenty, empleado del Recinto de Ciencias Médicas compartía con Alejandro, su hijo y sus compañeritos de clase quienes celebraran su cumpleaños. Para Vicenty, la participación de su niño en el preescolar ha sido clave en el desarrollo de su hijo, pero también en el crecimiento emocional de su familia.
“Ha sido una grata experiencia. Aquí aprenden sobre la vida, es una experiencia completa. Se redescubre junto al niño la alegría de vivir. Lo hemos conocido y nos hemos conocido,” expresó Vicenty junto a su esposa.
En el patio exterior de cada salón los niños disfrutan de actividades al aire libre, sin sacrificar el tiempo de aprendizaje, expresó Hernández, allí los niños “están aprendiendo, no solo las habilidades motora, sino que ellos aprenden a socializar, a trabajar con pintura, bailar, y hasta leer debajo de los arboles”. En el patio también tienen su huerto casero, en donde cultivaron ajíes y otros alimentos de la mano de un horticultor del Jardín Botánico de la UPR. Los alimentos cultivados los llevaron a sus casas donde los consumieron con sus padres. Mediante el huerto, “aprenden de matemáticas, salud y nutrición”, puntualizó la Directora.
Conciencia ética temprana
Mientras compartíamos con los niños, pudimos divisar a tres de ellos que se alejaban del lugar, dirigiéndose al área verde donde recogían algunos objetos de la yerba. Curiosos, le preguntamos al pequeño José, quien liberaba el grupo sobre lo que hacían: “Recogiendo la basura para que el planeta no esté sucio”, nos contestó. Acto seguido, continuó su camino y dispuso de la basura en un zafacón. Los niños que le acompañaban hicieron lo mismo.
Miriam Martínez –o maestra Nani, como los niños cariñosamente le llaman- quien labora en el Centro desde su fundación, explicó a Diálogo que la escuela en sus inicios era más bien, un cuido de niños. Sin embargo, “las maestras se siguieron preparando, pues queríamos darle a los niños lo mejor, lo que hemos aprendido en la universidad”. Así que cambiaron el concepto, argumentó, convirtiendo el Centro en un lugar donde los niños reciben cuidado pero también se desarrollan, donde reciben una educación libertaria.
“Al salir de aquí están muy preparados para enfrentar el kínder donde sea. Es una satisfacción grande para nosotros”, puntualizó orgullosamente, con una sonrisa.
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