En los últimos veinticinco años, la tecnología ha evolucionado rápidamente con la intención de facilitar un sinnúmero de tareas al humano. Las computadoras tienen la capacidad de reconocer a sus usuarios al punto que pueden instaurar en su memoria los usos más recientes de su dueño. Este avance tecnológico es lo que se conoce como inteligencia artificial, es decir, cuando un aparato tiene la capacidad de inferir y actuar con autonomía sin recibir una “orden” directa.
Me parece que se ejemplifica mediante los “TiVo”, cuyo nombre se ha apropiado para verbalizar el acto de grabar programación de preferencia. Y es que estos aparatos no requieren de programación computadorizada específica para grabar programas televisivos que usualmente ve quien los posee. Sorprendentemente, el TiVo -o cualquier otra grabadora digital con un sistema operativo similar- es capaz de recordar las tendencias de programación que el usuario frecuenta y los graba automáticamente. Incluso, es capaz de inferir qué programación podría interesarle al televidente, basándose en los géneros de su predilección.
Este tipo de avances puede parecerle fantástico para algunos. A otros, por el contrario, podría asemejarse a una situación sacada de una película de horror. Esta extraña fascinación o perplejidad por lo tecnológico se evidencia en la gran gama de productos culturales realizados en televisión y cine que giran en torno al asunto. En el año 2001, el cineasta Steven Spielberg dirigió el filme A.I.: Artificial Intelligence que trata sobre un futuro donde los robots casi sustituyen a los humanos hasta en aquello que nos separa de las máquinas: los sentimientos. Inolvidable es la imagen del niño robot, interpretado por Haley Joel Osment, llorando por el abandono de su madre humana.
Otro ejemplo es la película I, Robot (2004), protagonizada por el actor estadounidense Will Smith, y dirigida por Alex Proyas. Su narrativa se desarrolla en el año 2035, donde robots antropomorfos (o humanoides) intentan esclavizar a los humanos, o al menos, controlarlos. Pero muy al estilo de Hollywood, uno de ellos -el personaje de Sonny- prueba su fidelidad hacia los humanos al ayudarlos a destruir la computadora madre que incita a los demás robots. Trata entonces el tema del desarrollo de la inteligencia artificial con la expectativa de que el avance se nos “salga de las manos”. Las máquinas tienen intención de apoderarse de la Tierra y utilizar a los humanos, tal y como las hemos utilizado a ellas.
El tema es recurrente ya que I, Robot no es la primera película que explora las consecuencias que el desarrollo de lo tecnológico pudiese traer a la sociedad. Mucho antes, el director estadounidense James Cameron construyó al Terminator.
Estelarizada por Arnorld Schwarzenegger, Terminator (1984) logró trascender el género de las películas de acción con una premisa innovadora. Un hombre del futuro (Kyle Reese, interpretado por el actor estadounidense Michael Biehn) viaja al presente para salvar a Sarah Connor (interpretada por la incomparable Linda Hamilton) dado que un cyborg del futuro (Schwarzenegger) fue enviado para matarla, pues ella sería la madre de John Connor, el futuro líder de la resistencia contra Skynet, una red de inteligencia artificial que cobra conciencia de sí misma.
Así nace la que considero una de las franquicias más inteligentes en la historia del cine y televisión con sus tres secuelas (Terminator 2: Judgement Day, Terminator 3: Rise of the Machines y Terminator Salvation) y una serie televisiva (Terminator: The Sarah Connor Chronicles). Más allá del entretenimiento, la franquicia presenta un discurso que invita al espectador a debatir lo que es conciencia a nivel social, a preocuparse por el uso desmedido de la tecnología y a pensar los límites del control.
Por la misma línea se desarrolla la serie televisiva Battlestar Galactica, de la cadena Sci Fi. En este caso, no sólo los robots cobran conciencia de sí mismos, sino que tras años de evolución se convierten en una civilización aparte, con creencias propias. En un mundo politeísta, ellos creen en un solo dios. Con el intento de erradicar todo aquello que amenace sus creencias, se da una guerra entre humanos y máquinas, la cual culmina con robots androides semi-biológicos, quienes tienen la capacidad de reproducirse como el ser humano -siempre y cuando la pareja se ame- y como contrapunto, la lucha de una raza humana casi extinta buscando un nuevo planeta en el cual habitar, aun cuando esto signifique comenzar una civilización desde cero.
En fin, la inteligencia artificial seguirá presente en la cultura popular. A pesar de que ha sido utilizada de diversos modos en lo visual, todos poseen una cualidad en común: levantan a discusión las mismas interrogantes. ¿Cuán peligrosos pueden llegar a ser los avances tecnológicos que tanto admiramos hoy día? ¿Se nos podría salir de las manos algo que parecería ser beneficioso? Ciertamente, cada uno de los objetos culturales antes mencionados lleva la respuesta a estas preguntas al extremo. Hiperbolizan los supuestos para entretener y crear conciencia… O, ¿quizás no?
La autora es cineasta, guionista y crítica de cine