Como el dibujo familiar de un niño, así es la crónica según el maestro Juan Cruz. En el tercer día del taller “Periodismo que cuenta”, Juan se dedicó a crear una discusión robusta sobre lo que es, a su entender, el género periodístico más esencial.
Reflexionar sobre el género se hizo tema obligado cuando, a primera hora, una de las talleristas exclamó con mente bifurcada, “yo no sé si la crónica es para mí, es indescifrable”. Así las cosas, el pie forzado surgió espontáneamente. “Hablemos de lo que es la crónica”, propuso el maestro. Acto seguido quiso lanzar la pregunta al aire, como las golosinas que salen de una piñata en un cumpleaños.
Cruz planteó que la crónica tiene, o debe tener, la forma de un tronco. En ese cuerpo, la entradilla –que es la copa del tronco-, barrunta lo que será el texto, y el cierre –que se desprende hasta las raíces- cumple con la promesa de las primeras palabras y regresa al eje temático de ese inicio. Si el texto no logra crear esa noción cíclica en la lectura, Cruz aseguró que “pierde sentido y valor”. Sus comentarios se consideran, sin olvidar que la crónica debe reunir entrevistas, la mirada puntual y el reporteo incisivo.
Al redactar la crónica, quien escribe debe deslindarse del protagonismo que afea la historia. “Una crónica es de uno, pero no sobre uno. Uno solo la construye”, afirmó el maestro. Además, concordando con el invitado Javier Rodríguez Marcos, periodista de El País, un trabajo periodístico como ese es “un relato en el que todo es verdad, pero con los mismos filtros que pasa la literatura”. Y es que la crónica se presta para el embellecimiento y la descripción profunda de la realidad. Y para lograr apalabrar, al punto de hacer las cosas tangibles, es muy necesario estar consciente del orden y función de las palabras, comentó Rodríguez Marcos.
Citando a Ryszard Kapuściński, Javier Rodríguez, dijo que la lectura juega un rol fundamental, del cual depende la sana práctica reporteril y cronista. “Por cada página escrita, 100 leídas”, destacó.
La jornada se extendió a una edición vespertina de intenso análisis. Los talleristas, entre el tumulto del séptimo Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), charlaron por poco más de una hora con Juan Luis Cebrián, fundador y presidente de El País- y con Antonio Caño, actual director de El País. En ese tiempo, los colegas hablaron sobre la historia del diario a 40 años de su surgimiento, del perfil arrojado y audaz del nuevo periodista y de la reafirmación del grupo mediático con el acontecer noticioso y cultural de Hispanoamérica.
A su regreso al salón, el escritor y periodista cubano Leonardo Padura, participó del taller. Sus comentarios, acertados y puntuales, fueron acogidos con gracia y admiración. Padura insistió en la función del periodismo en encarar y vencer la inmediatez y hacer del oficio uno informativo y evocador de la reflexión.
Al concluir la sesión, los talleristas calmaron el clamor sinfónico de sus tripas y regresaron al hotel donde se hospedaban para reunirse, uno a uno, con el maestro Cruz y conversar sobre sus adelantos, preocupaciones y dudas. Y sobre las dudas, con la humildad que debe emanar de todo buen periodista el maestro dijo: “Tú me traes tus dudas, y yo te contestaré con las mías”.
Sugirió el arrojo, más enjundia en las crónicas de los muchachos y, eso, mucho arrojo. Porque al fin y al cabo el arrojo y el atrevimiento son las cualidades del dibujo de un niño, que no olvida ni el más ínfimo detalle y hace ver con un crayón, lo que muchos no alcanzan a observar.