Valga la creencia popular de que el cielo reclama ángeles en los niños que justo en el amanecer de su vida, abandonan el amparo terrenal de vuelta al origen de la esencia de la vida. Y es que ya se ha vuelto cotidiano la imagen del baquiné, del funeral infantil en la explanada mediática puertorriqueña, cuando una imagen de portada nos anuncia la muerte de un niño. Sin embargo, cuan preocupante resulta que el reclamo de la vida de estos infantes es a causa de una violencia rampante y desproporcionada. Durante las últimas semanas, Puerto Rico ha sido testigo fiel, casi silente, del incremento de los actos delictivos que van marcando familias que ven como de manera impotente, cae abatido una familiar a causa de una bala. La violencia en la isla ya ha llegado a puntos inmisericordes cuando sicarios ya no miden ni respetan el espacio del otro, la otredad ajena a las guerras callejeras, la otredad exenta de la capacidad de entender los sucesos de un sub-mundo olvidado y abandonado a su suerte. Ya los excesos de los sicarios han cobrado más de 600 vidas en lo que va de año, y tan sólo en un lapso de dos semanas, tres niños han pagado las consecuencias. Una niña de tres años murió cuando trataron de asesinar a su padre, un chiquillo de apenas ocho años fue herido en el costado esta semana pasada y recién otra pequeña de tan sólo dos años, anda en condición crítica cuando recibió un impacto de bala frente a su casa. Estas son las tristes consecuencias de la realidad borincana que se hunde en la sinrazón y el desquicio. Ya la inocencia no es justa y necesaria para campear por la calle, eres blanco fácil, un “casualtie”, por que estabas en el medio, como en los mejores tiempos de las guerras. Porque esto es guerra, y claro que lo es, porque tu “punto” debe ser mío, y tu dinero fácil también. Pero ya las balas no tienen nombres, todos somos dueños del próximo “plomazo” que a mansalva es lanzado sin miras ni precisiones. Así, el país se ahoga en su lecho lúgubre, con la vista larga y con la resignación a cuestas, mientras, jóvenes se matan porque ya no hay alternativas, solo el callejón fácil que les brinda la esquina. No hay responsables porque la culpa siempre es de nadie, es el problema de los de “allá”, de los del caserío y la barriada que no tienen cultura y civismo, porque eso dicen los “pilatos” del más allá. Pero, ¿cuándo ya es suficiente de lavarse las manos y seguir la ruta larga para no toparse con los problemas que crecen y que al fin de cuentas, terminan coincidiendo en el camino de cada cual? Pero el “mea culpa” no la acarrean los que matan, pues son estos el producto putrefacto del olvido de una plataforma social que trabaja en respuesta a los intereses de los “auténticos” dueños de lo que no son sobras. Los “such is life” que prefieren mandar al pobre a chuparse un límber que darle la mano para caminar paralelos de un justo porvenir general. Allá van los politiqueros de cada cuatro años, con sus campañas de autoparlantes en modo de gritar que recogen el voto como el camión que limpia la basura por las mañanas. Luego, viene el adiós de cuatrienio completo, y tras eso, el –arréglatelas como puedas, que es tu culpa que estés así-. La policía ya no persigue delincuentes, persigue estudiantes. El sistema educativo ya no prepara jóvenes para un nuevo mañana que los aleje de la violencia, si no que adoctrina y censura, porque eso es la prioridad. Las prioridades absolutas de la sociedad puertorriqueña deben replantearse. Las oportunidades de un discurso cónsono con las acciones urgen de efectos certeros que lleven al país hacia la estabilidad. La conciencia y el sentido común son características inherentes a la capacidad humana y no hay nivel social ni limitación física o mental que pueda evadirlas. El pensar no es un lujo de escaparate y la violencia no engendra soluciones, acarrea mayores problemas que justo se pagan, en la justicia terrenal o bajo la conveniencia metafísica de cada cual. Y esto aplica a todos por igual, porque violencia es la que mata, pero también la que genera indiferencia.