Aquella mañana en el barrio Felicia del pueblo de Santa Isabel, Eliezer Colón Echevarría —conocido popularmente como Chelo— repasaba en su pequeño estudio de grabación los últimos detalles del velorio de Angélica Olán, una joven de 23 años asesinada por su pareja.
Ella no era parte de la familia de Chelo, ni la conocía. Sin embargo, su trabajo será anunciar la partida de Angélica a todo el pueblo, mediante un gran altoparlante atado a su guagua. Esta misma tarde culminará su labor con la escolta del féretro hasta la última parada, el cementerio.
Cuando todo se acabe, Chelo irá a su casa y, como de costumbre, guardará esa estampa religiosa que suelen regalar en las funerarias como recuerdo del velorio. En ella está escrita el nombre de la fenecida, la fecha de su partida y alguna cita sacada de la Biblia. Ese día, la tarjeta de Angélica se unirá a las casi ocho mil que Chelo ha recolectado a través de los años y que guarda celosamente en los cajones de su cuarto.
Son tantas que podría pegarlas una por una y cubrir toda la fachada de su casa. “Me darían el Premio Guiness”, bromea.
Desde hace catorce años Chelo pregona los muertos del pueblo. Asegura que en un día ajetreado de trabajo puede anunciar entre seis a siete velorios.
Chelo recorre las calles de Santa Isabel en su vieja guagua azul, claramente desgastada por la lluvia y el sol. También visita pueblos aledaños como Coamo, Salinas, Juana Díaz y Villalba.
Lleva puesta una camisa de manga larga, igual a la que usa los domingos para ir a misa. Tiene bigote y cabello crespo, blanquísimo como algodón. El tiempo ha pasado más rápido de lo que pensó. Ha vivido en Santa Isabel desde los cinco años y dentro de unas semanas cumplirá 71.
Habla con mucha pasión sobre su trabajo. A los 10 años comenzó a experimentar con anuncios publicitarios a través de la radio. Seguramente los residentes del área sur reconocen su voz con facilidad, pues ya casi suma 50 años de experiencia. Se considera “el número uno en todo Puerto Rico” cuando de notas mortuorias se trata.
Chelo explica que este particular método de anunciar los fallecimientos surge de la idea de avisar más eficientemente a familiares y amigos sobre el deceso de un ser querido. Dice él que así pueden llegar a la funeraria para despedirse y no enterarse meses después.
“Esto es un servicio que va directamente a la casa. El compromiso que yo tengo con la funeraria es que aparte, yo lo anuncio por la radio, donde lo escuchan los que están en ese momento en sintonía. El anuncio mío [en su guagua] llega directo al 90% de la gente”, explica.
Para Chelo, esta tradición está más viva que nunca. A la gente del pueblo le gusta y lo pide.
Más que un trabajo, un deber
La muerte. La gente no suele hablar sobre la muerte. Algunos dicen que llega como ladrón en la noche, sin hacer mucho ruido.
“Aquí, en este pueblo, yo he sido él que le he quitado el temor y el miedo sobre la muerte a la gente”, asegura.
Anunció el primer muerto hace más de una década. Todo comenzó cuando un amigo le pidió un favor: que le notificara al pueblo sobre la muerte de su esposa. En Santa Isabel no habían funerarias para esa época, por lo que los fenecidos eran velados en sus casas. A él le sorprendió esta petición, pero decidió hacerlo en nombre de su amistad.
A través de los años su trabajo como anunciador de muertos se ha entrelazado con su vida privada, como aquella primera vez. Chelo sabía que sucedería, pero seguramente, nadie está preparado para anunciarle al pueblo el fallecimiento de su papá, su mamá y su tío. Él lo hizo, era su deber. Sin embargo, dice refugiarse en los recuerdos de haberlos disfrutado en vida.
“El cielo o el infierno”
Las notas mortuorias, como todo anuncio publicitario, debe tener una frase distintiva u original. En las suyas, Chelo solía comenzar con la frase: “Ha ido a morar con el Señor”. Luego le seguía el nombre del fenecido y los detalles del velorio.
“Mira el problema que me trajo eso, una vez, anunciando un muerto ahí en Villa Pulga, tan pronto entré al barrio me dicen: ‘mira Chelo, ese con quien fue morar fue con el diablo’”, relata.
A veces anuncia personas que han sido criminales conocidos en el pueblo. Ante esta situación, Chelo decidió cambiar su eslogan por “Ha partido a la eternidad”.
“Ahí no se sabe a cual de las dos, si el cielo o el infierno”.
Manteniendo viva una peculiar tradición popular
La mañana continúo su curso. Luego de retocar la nota de duelo de Angélica, Chelo se asomó y nos invitó a pasar. Dentro del cuarto de grabación, hay decenas de torres de cassettes pregrabados, unos cuantos discos compactos, varias bocinas y un micrófono. Todo está en orden; la música clasificada por religión.
Chelo responde a nuestras curiosidades con mucha naturalidad, pues para él es normal que personas que no son del área sur les resulte extraño esta tradición popular de anunciar los muertos.
“Aquí hay una fonda en la que viene gente del área metropolitana y de diferentes pueblos y, cuando paso por ahí, se sorprenden”, afirma.
Según Chelo, es tanta la curiosidad que se le han acercado a decirle que es “un servicio muy bonito”.
Así funciona la cultura, mientras algunos se despojan de las viejas costumbres para dar paso a la tecnología, otros se aferran por mantenerlas con vida.
Ya era casi mediodía y el sol comenzó a azotar por las ventanas del estudio. Se acercaba la hora de salir a laborar, pero antes de despedirse, Chelo sacó un disco.
“Les voy a poner una grabación, prepárense que le van a parar los pelos”, advirtió solemnemente.
Era un anuncio fúnebre que había inmortalizado hace años en ese pedazo de plástico. Solo unas cuantas personas han tenido la oportunidad de escucharlo. El sonido comienza con una clásica ranchera mexicana.
Era la voz de Chelo anunciando su propia muerte. En la grabación agradece a su familia, amigos y a todo Santa Isabel por el apoyo recibido durante sus años de vida y de carrera. Aunque espera que el día de su partida no llegue pronto, nunca está de más prepararse y, ¿quien mejor que él para despedirse de su gente?