Esta es una historia escrita a dos manos sobre las relaciones amorosas de nuestra generación. Buscamos examinar cómo se están llevando acabo el emparejamiento inicial y la vida hogareña que le sigue.
A tales fines, entrevistamos a tres parejas jóvenes que llevan al menos dos años juntos y que comparten cierto nivel de domesticidad. Aquí presentamos las experiencias de nuestros sujetos, sin tapujos, para narrar los amoríos de los jóvenes puertorriqueños contemporáneos.
Iván: Me reuní con Cristina y Samuel en el apartamento que éste comparte con su padre.
Cristina es la definición misma de la palabra petite (debe caber en la palma de una mano), lleva su cabello marrón fino y lacio amarrado en una cola de caballo y usa lentes para ver de lejos. Samuel es alto como una nevera y tiene los hombros necesarios para ser guardaespaldas. Su cabello, también marrón, le toca las mejillas y lleva la barba de cuatro días sin afeitar.
Se conocieron en un get de despedida para ella que se iba de intercambio por un año a Europa. Tiempo después se volvieron a encontrar en el guateque de un amigo mutuo; mucha gente y mucho alcohol. Como Cristina estaba por comenzar la carrera en Medicina, le recomendaron que se bebiera hasta el Orinoco y así hizo
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El recuerdo de esa noche es borroso pero ambos me aseguran entre risas de complicidad que Samuel se comportó como un caballero, aunque los dos estaban ebrios y que, junto a una amiga de confianza, cuidó a Cristina en el after party en el club gay Circo. Sí, hubo un beso.
Para comenzar la relación no hubo una primera cita sino que se encontraban en la biblioteca para estudiar juntos. El posgrado no dejaba tiempo libre para mucho más que las salidas planificadas a último minuto. “No podía comprometerme a nada [así que] cuando nos podíamos ver nos veíamos y fluíamos. Siempre hemos sido así, como de fluir”, explica Cristina.
Después de un mes de “fluir” juntos, tuvieron una conversación en la cama sobre la exclusividad. “Es que ya lo éramos. Fue confirmar algo que ya estaba pasando”, afirma Samuel.
Me encanta la actitud laissez faire de esta pareja. ¿Qué tal Némesis, alguno de tus entrevistados tuvo una experiencia similar al principio del cortejo?
Némesis: Desde las frías montañas del Polo Norte, Alaska, Camila y Laura comparten sus vidas. A pesar de que no pude reunirme con ellas en persona, los cálidos aires de amor que ventilan las recién casadas parecen anular las bajas temperaturas que las rodean.
Varios álbumes de fotos cuelgan sobre el mismo lugar donde Camila y Laura se conocieron hace cuatro años. Recuerdos congelados de su matrimonio en City Hall en San Francisco, abrazos entre la nieve y varios retratos de Laura con su uniforme del Ejército de los Estados Unidos yacen en el portal de Facebook de cada una. Algo así como conmemorando la vieja frase de “gritar el amor a los cuatro vientos” pero en una era más moderna y contemporánea.
Para el 2011, Laura comenzó su carrera en Alaska con la milicia estadounidense. Mientras, Camila se dedicaba a trabajar en una tienda de ropa en un centro comercial en Barceloneta. A pesar de las diez horas de distancia en vuelo entre Puerto Rico y Alaska, Camila siempre sacaba de su tiempo para ir a visitar a su pareja a la Isla. Cansadas de la relación a larga distancia, Laura decidió un 18 de febrero obsequiarle a Camila un pasaje sin regreso para el Polo Norte.
Iván, sé qué esta historia romántica te revolcará el corazón pero no has conocido el lado de convivencia de estas chicas. Te sorprenderás.
Iván: Ciertamente Némesis, ese nivel de compromiso me parece inesperado, pero mi próxima historia también tiene un elemento de romanticismo moderno similar.
Conversé con Raisa y Lucía sobre las redes sociales de la primera mitad de esta década, de salir mucho a comer con la pareja, de engordar y de por qué Raisa siempre paga las salidas que por suerte ahora son menos.
Para la entrevista, nos sentamos alrededor de la mesa del comedor en el apartamento que conviven. Raisa trabaja en el campo de la publicidad y Lucía en la moda, además de unos proyectos que juntas desean levantar.
Raisa y Lucía se juntaron en una relación romántica exclusiva con bastante seguridad, decisión constatada con la compra de un perro. “Ella quería un perro de Navidad y yo le dije: yo te compro el perro, pero el perro dura como doce años, ¿quieres estar conmigo como doce años?”. Vaya acuerdo.
Después de la primera cita en la que Lucia invitó a Raisa a tomar vino (y Raisa fue aunque estaba en antibióticos y no podía darse ni una copa), las dos cerraron cuentas en otros bancos. “Yo creo que al próximo día las dos tumbamos todo lo que teníamos [con otra gente]”, dice Lucía.
En la semana, como Raisa tiene horas de oficina fijas y Lucía no, la segunda se ocupa de preparar la cena. Aunque recientemente es un foco de discusión frecuente (ya que a Raisa no le gusta comer muy tarde para mantenerse saludable pero a Lucía a veces se le olvida cocinar a tiempo) la verdad es que la manera en que hablan la una de la otra denota que todo se conversa de manera abierta en el interés de llegar a acuerdos domésticos equitativos. En otra palabras, Raisa friega.
La confianza que ambas mostraron al principio de su relación las puso en una buena posición para lidiar con las presiones de la vida compartida. ¿Qué tal la convivencia de tus emigradas?
Némesis: Físicamente, Camila y Laura no comparten parecidos. Laura usa corbatas, tiene pelo largo y nada de maquillaje. Camila usa trajes, luce pelo corto y una bonita selección de cosméticos. Ambas comparten el gusto por la tinta en la piel o así me lo han dejado saber sus brazos.
Cuando llega la hora de la cocina, basta con abrir la nevera para que ambas comiencen a inventar con los productos que tengan a la mano. Laura sale de su trabajo en Fort Wainwright en Bassette Army Community Hospital a las cinco de la tarde. Camila aprovecha que sale más temprano del mismo lugar y se encarga de “textearle” a Laura el plato del día.
Es claro que ninguna tiene un rol en específico asignado para las tareas del hogar. Como pareja, se dividen los quehaceres. “Si ella cocina, yo friego. Depende de lo que cada una haga”, apuntó Camila.
En sus días libres, Laura y Camila comparten tapas con sus amigos, toman un vino para dos o simplemente visualizan su futuro entre hijos y un nuevo hogar.
Iván: Cristina y Samuel tampoco tienen roles específicos en el día a día doméstico pero cada uno asume responsabilidades para mantener un balance natural y espontaneo. Sin embargo, algunas cosas no cambian.
Cuando les pregunté quién paga las salidas en pareja, Cristina contesta con seguridad que las dividen todas en mitades equitativas y Samuel pone cara. “Ese ‘mitad y mitad’ lo podemos cambiar a un 70/30”, corrige con afecto el joven. “70/30 suena bien. 70/30 suena excelente”, confirma Cristina, riéndose de la reacción sincera de su pareja. Pero Samuel aclara rápidamente que él prefiere el desbalance en ese caso porque le gusta poder pagar las salidas y frecuentemente Cristina les compra almuerzo a los dos si están estudiando juntos, por ejemplo.
Ambos evitan asignar roles que van a tono con costumbres atadas al género ya que son conscientes de que pueden ser injustas. Parecen estar contentos con averiguar las preferencias de cada uno caso a caso, como surjanlas situaciones en las que tengan que dividir las cargas, para mantenerse contentos como individuos al igual que como dupla.
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Con estas tres historias no podemos marcar tendencias pero sí abrir un diálogo sobre lo que estamos aceptando o no como la norma en nuestras relaciones amorosas. ¿Importa la manera en se conocieron dos personas cuando le siguen años de placentero compartir? ¿A quién le toca hacer qué y cómo lo decidimos? Las contestaciones a estas preguntas están en un constante cambio que debemos trazar para proveer un sobrio retrato de lo que pueden llegar a ser las expectativas amorosas contemporáneas.
Y si algo es cierto, es que en estas tres entrevistas notamos una disposición a probar nuevas maneras de juntarse, ya que cada pareja tiene muy claro que la felicidad en los apareamientos es un valor fluido que todos medimos de maneras distintas.