Nota de la editora: Con esta columna, el periodista y profesor Rafael Matos inicia una serie de artículos dirigidos a los autores digitales de hoy y del futuro. Además, pretende dar una mirada al rumbo que va tomando la industria de las publicaciones en función de los avances tecnológicos del siglo 21.
Cinco siglos hacía que la industria de la publicación de libros no cambiaba sus métodos de producción. Hoy en día, un torbellino sacude los métodos para crear, imprimir, distribuir y promocionar libros. Un torbellino digital.
Gutenberg debe estar espantado. El proceso completo de producción ha ido emigrando paso a paso de manos de las casas editoras y del impresor, hacia el autor propio. Los grandes centros de producción de libros se mudaron de Nueva York, Barcelona, Londres, Buenos Aires o Ciudad México, al plano virtual o a la nube electrónica.
De la casa impresora, al cerebro del autor, donde siempre debió estar y no en la voluntad de un agente literario.
Amazon, la mayor librería del planeta, funciona en el ciberespacio, apenas sin intermediarios entre el creador y el distribuidor.
Durante la última década, tras una serie de falsas salidas de sol, la revolución digital finalmente produjo cambios firmes en los modos de crear y mercadear libros virtuales, siempre por venta al detal. De un insignificante .01 por ciento del mercado de ventas de libros electrónicos (e-libros) en 2006, hoy en día es de un 30 por ciento a escala global. Y, continúa en escalada.
En ocasiones, la venta de e-libros escapistas como de ciencia ficción, romance, misterio y thrillers políticos se han disparado hasta un 60 por ciento de su producción anual. No son cifras para abochornarse en una industria virtual que apenas existía a principios del siglo 21.
La revolución mayor ha sido la puesta en manos de los autores del destino final de su obra. No vale la pena ya recordar las pesadillas, las incógnitas y los tajureos que sufrían los autores de antaño a manos de las casas editoriales en aquella edad oscura de producción de libros tradicionales. El constante rechazo, peor aún el silencio en contestar. Y finalmente, la eventual “vergüenza” profesional de tener que pagar porque le publicaran su libro. Si una casa editorial al fin aceptaba un manuscrito, entonces había que someterse a la larga espera para publicación, los escasos por cientos de regalías, las prácticas fallidas de distribución física o la mala promoción.
Al comenzar la transmigración hacia la producción electrónica a través de múltiples plataformas de creación y distribución literaria –a manos de los autores– el estigma de publicación propia comenzó a tomar un giro hacia un mayor prestigio personal. Hace ya un lustro, publicar un libro propio no es asunto de vanidad, sino de obligación.
Esto, de inmediato desencadenó dos efectos formidables. Primero, arrancó de las manos de las editoriales el férreo agarre que por siglos mantuvo sobre la industria del libro. Segundo, democratizó la accesibilidad de todo autor al mercado internacional de la literatura. Es decir, se alteró el viejo orden literario y de textos académicos a una escala global a causa de la masividad del espacio cibernético. Por tanto, celebremos todos esos avances tecnológicos. Rompieron los grilletes que imponían a los autores las grandes casas publicadoras por su conservadurismo mercante, mientras las pequeñas casas progresistas se adaptaron de inmediato a los nuevos sistemas más ágiles y virtuales y todos los autores ganamos. Inclusive, vemos ahora otra nueva tendencia. Las grandes casas publicadoras crearon pequeños imprimátur digitales para ir buscando un hueco dentro del nuevo orden de las cosas.
Urgencias
Pero, todo nuevo orden tiene sus reveses, equívocos y complicaciones. En próximas columnas hablaremos sobre cómo manejarse con destreza en este novel ecosistema de producción literaria virtual. Antes, en estos primeros escritos, veremos algunas tendencias del nuevo orden. Así, sabemos por dónde es que van los tiros y cuáles son las rutas que siguen los autores más exitosos. Primero las propensiones.
No me atrevo a vaticinar aquí que el libro impreso en tinta y encuadernado al lomo va a ser una reliquia del pasado. A todos todavía nos fascina tocar, hojear y oler el vaho a tinta fresca que emana de un libro recién impreso y pegado o cosido al espinazo. Tras cinco siglos, esa predilección está demasiado insertada en nuestro ácido ribonucleico. No obstante, cambios firmes en el modelo de negocios de la industria del libro van por un rumbo irreversible.
Lo primero es que el tipo de mercado de ventas de libros al detal y en línea, al estilo de Amazon, se ha propagado por la la Red como un virus y su principal atractivo es su sistema liberal de regalías para los autores.
Debe haber ya al menos unas 250 plataformas de primer orden. En ese caos multiplicador, surgieron al menos dos docenas de formatos distintos para publicación de libros digitales. Un agravante, sin duda para los propios autores. En otra columna también examinaremos esos formatos y los más viables, por no decir universales.
Continuando con las tendencias. Entonces, ocurrió lo indecible. Las amadas librerías de vecindario, e incluso las grandes cadenas como la difunta Borders, Barnes and Noble de Estados Unidos, o Altair y Hachette, Thalia y Blackwells en Europa, están en precario y van cerrando o disminuyendo su inventario.
Tinta digital
En cambio, en la Web proliferan las librerías virtuales para distintos tipos de mercados estilo nicho. Es decir, especializadas por temas, géneros o categorías de autor. Eso va seguido de la mano de la “descomplicación” en la cadena de intermediarios que antes existía para producir un libro.
Y es que el alud de cambio se hace más intenso toda vez que se vaya abaratando el costo de producir un nuevo libro. Menos gente, menos costos, más innovación y creatividad literaria.
Por supuesto, todos rezamos que estos cambios de propagación de autores de tecnología digital traigan consigo nuevos lectores. De nuevo, eso será tema para otro escrito, pues los lectores de la era digital hay que irlos a buscar y cultivarlos como socios de la empresa digital y peor medio de esa otra novedad de la comunicación ciberespacial: las redes sociales.
Todo este vistazo a la revuelta dentro de la industria del libro, es a corto plazo. A largo plazo, la visión se nubla. Lo que se ve en el horizonte simple es que publicar libros será una tendencia de cada vez menos volúmenes impresos y más libros virtuales. Hace una década un libro nacía impreso y luego mutaba a la virtualidad.
Hoy en día, el proceso se invierte. Lo propicia de manera vertiginosa el surgimiento de nuevas y más simples plataformas de producción digital. Los productores más exitosos, serán los que se adapten rápido a estos cambios y se pulan bien en las nuevas tecnologías para que puedan ser creativos, tanto durante el lento ocaso del libro impreso como en el nuevo horizonte de la virtualidad literaria.