Al principio, hermético quizá por timidez o temeridad, Silvio Rodríguez comenzó su concierto en un abarrotado Coliseo José Miguel Agrelot. No es para menos, ya que no pisaba un escenario en la Isla desde hace trece años. ¿Cómo flanquear entonces, tanta distancia? Con magia y música; que en él, vienen a ser una misma cosa. El público –en su mayoría heterogéneo– no tuvo que esperar mucho por la aparición del cantautor, quien lo hizo apenas media hora más tarde de lo pautado. La primera ovación no se hizo esperar. Ataviado con una chaqueta oscura, una gorra, sentado en un taburete con su guitarra, Silvio estuvo acompañado por cinco músicos que hicieron un trabajo memorable. En especial su esposa, la flautista Niurka González, quien tuvo una inmejorable participación. “¿Hay muchos cubanos? Que levanten la mano a ver. Bienvenida la gente de mi tierra”, dijo en una de sus primeras interacciones. Pero no fue hasta la “Canción del elegido” que el público le acompañó al unísono en una sola voz y luego de pie. Intermitentemente varios asistentes gritaban a todo pulmón: “! Que vivan los estudiantes!, ¡Silvio te amo!, ¡Viva Puerto Rico Libre!”, gritos que eran respondidos a su vez, con más gritos y aplausos. Un total de veintitrés canciones completaron un repertorio que, aunque en un principio no moduló ni sostuvo en su totalidad las emociones de la concurrencia, se regeneró a mitad de concierto. “Como es de esperar quiero invitar a dos grandes amigos, dos grandes cantores: Roy Brown y Zoraida Santiago”, declaró Silvio antes de cederles un lugar en la tarima. Este gesto hizo que la gente se volcara en muestras de afecto. De pie corearon “Boricua en la luna” y “Oubao moín”. Ambas interpretaciones estuvieron dedicadas a Carlos Muñiz Varela, Santiago Mari Pesquera y Filiberto Ojeda. Otro momento esperado fue una canción en particular que les dedicó a los estudiantes en huelga. “Ayer pude darme una vuelta por allí, por el Morro y pude ver la acampada. Un cartel me llamó la atención. Decía que la educación no es un negocio. Entonces, esta canción se la quiero dedicar a esos jóvenes que se están sacrificando”, dijo antes de cantar “Escaramujo” y arrancar la euforia y una que otra lágrima de los asistentes. Luego, los ánimos ascendieron y se mantuvieron en su punto más álgido hasta la finalización del concierto y esto no es sorpresa, máxime cuando tocó: “Óleo de una mujer con sombrero”, “Quien fuera”, “Días y flores”, “La maza” “Ojalá” y “La era está pariendo un corazón”. Esta última se la dedicó al actor Benicio del Toro. “Esta es la primera canción que le hice a Che, la escribí a los veinte años y se la quiero dedicar a mi amigo Benicio del Toro que está aquí”. Acto seguido se dio uno de las ovaciones más fuertes de la tarde. La famosa retirada del escenario tuvo lugar en dos ocasiones. Pero esta vez, sólo con su guitarra. “Te doy una canción” y “Unicornio” fueron las escogidas para sellar una tarde que se hacía noche. La multitudinaria concurrencia intentó en vano un tercer acto de aparición, mientras varios estudiantes de la UPR cantaban consignas huelguistas, pero no pudo ser. Al fin y al cabo así es la magia, o la música; que en Silvio son la misma cosa.