Es fruto de la solidaridad y el compromiso. Cada una de sus páginas refleja el desprendimiento, la entereza, la puesta en acción del conocimiento en beneficio de los sectores marginados y la vocación de servicio que siempre ha caracterizado a su autor.
Se trata de la publicación más reciente de Edwin Quiles Rodríguez: El haitiano que hablaba inglés. La escuela que construimos en Haití. El libro documenta la experiencia de este arquitecto puertorriqueño junto a un grupo de 69 voluntarios en la construcción de una escuela primaria en Leogane, el lugar donde ubicó el epicentro del fuerte terremoto que sacudió Haití en enero de 2010.
El texto, escrito en forma de crónica, contiene un relato ágil y fácil de leer. Su diseño combina una impresionante muestra fotográfica sobre el pueblo haitiano, sus edificaciones tras el terremoto y el proceso mismo de la construcción de la escuela con una serie de hermosísimas ilustraciones del conocido artista gráfico y pintor Nelson Sambolín.
“El libro empezó con la ambición de ser un artículo para periódico. El mismo relato se empezó a ir complicando en el sentido de que vi otras cosas… Las fotos y el texto me fueron llevando y viendo que había más que contar y seguí contando hasta que me di cuenta que lo que tenía frente a mí era un libro”, confesó Quiles a Diálogo.
El haitiano que hablaba inglés, describe todo el proceso que permitió regalarle a la comunidad haitiana de Leogane un plantel escolar único, que combina un atractivo y sólido diseño estructural, con prácticas de autosuficiencia y sostenibilidad.
El producto total de la venta del libro irá al fondo del Comité de Solidaridad con el Pueblo de Haití para utilizarse en la construcción de otros proyectos en ese país.
Según Quiles el grupo de voluntarios se propuso construir la mejor escuela posible. “Todo el mundo puso lo que tenía que poner para que fuese resistente a huracanes y terremotos”, indicó. Señaló además que aunque en Haití no existen normas para construir se aplicaron los códigos de construcción de Puerto Rico contra desastres naturales. “O sea, que esto está diseñado para que dure muchos años”, sostuvo.
Quiles incorporó al diseño del edificio bloques ornamentales que fungen como ventanas que facilitan la circulación del viento. Además, los huecos en las paredes permiten que penetre la luz natural a los espacios interiores. “Mucha gente (en Haití) usa bloques ornamentales, así que yo incorporé eso del lugar”, señaló. Esa práctica se debe al alto costo de las ventanas. Explicó que del lado de donde vienen los vientos alisios y por ende las lluvias, los salones tienen ventanas Miami que se pueden cerrar y abrir.
El plantel también fue concebido para que se abasteciese con su propia agua a través de dos vías: un manantial en los predios del convento religioso que cobija la escuela y el agua de la lluvia que se colecta en unos tanques cuando desciende desde el techo.
Quiles destacó que la estructura de ocho salones, una oficina, dos espacios de almacén, un comedor y una cocina con capacidad para 250 estudiantes, fue rebautizada con el nombre de Escuela Santa Teresa, Solidaridad Puerto Rico y Haití.
La solidaridad es precisamente lo que distingue este esfuerzo que gestó desde Puerto Rico el Comité de Solidaridad con el Pueblo de Haití, integrado por la Arquidiócesis de Caguas, la Liga de Cooperativas y la Fundación Pro Misioneras Sor Ileana. “Esa fue la gente que coordinaron todo”, informó Quiles. Esa coordinación implicó la recaudación de fondos mediante múltiples actividades y las aportaciones individuales de muchas personas.
Pero la solidaridad no emergió solo aquí. También se gestó entre los padres de los alumnos y los constructores de la escuela. Quiles procuró que la comunidad participara en el proyecto, reclutando a los jóvenes del lugar como aprendices de construcción. “Parte del esfuerzo de nuestra encomienda fue enseñarles a construir… Tenemos entendido que hay varios que están trabajando con organizaciones no gubernamentales o compañías privadas. Son carpinteros y albañiles”, contó con satisfacción.
Los niños, que fueron la razón de ser de esta iniciativa, también se integraron a este esfuerzo. Con crayones, pinceles y pinturas hicieron sus autorretratos. “Estas pinturas fueron colocadas en dos murales en la entrada de la escuela”, resaltó Quiles.
Dos fueron los retos principales que encontró la brigada de voluntarios boricuas que posibilitó este proyecto: conseguir materiales de calidad y superar la barrera del idioma. Relata Quiles que al principio hasta tuvieron que llevar tuercas, anclajes y otros artefactos en sus propias maletas.
En cuanto al asunto de la comunicación se tuvieron que valer de dos traductores, uno que hablaba español y otro inglés. Este último, quien acompañó a Quiles en su visita antropológica a los barrios de la ciudad, fue precisamente el que inspiró el título y el prólogo del libro, que incluye un relato de ficción de una niña que revisita el proyecto muchos años después.
“Él era ese puente entre las dos culturas. El título tiene que ver con eso, una metáfora que trazamos nosotros los caribeños para podernos conectar, porque somos tan parecidos en muchas cosas… pero esa dificultad de la comunicación es la que nos separa más”, anotó.
Otra mirada
El libro también brinda una mirada sociológica sobre Haití. Durante esos 13 meses de idas y venidas el arquitecto extrajo grandes lecciones del pueblo haitiano: su resiliencia, esa capacidad de sobreponerse a la adversidad, sus deseos de vivir y echar adelante no empece sus circunstancias y su identificación con Latinoamérica gracias al fútbol.
También habla de la tierra fértil haitiana y de sus sembrados de hortalizas y sus mercados agrícolas. Pero, igualmente, denuncia que Haití es un país olvidado, al que subestiman y desvaloran desde el capitalista que exporta hacia allá sus mercancías de tercera calidad hasta aquellos que prometen una ayuda que nunca llega o que se presta con descuido y liviandad.
“Fuimos 13 meses a Haití y fuimos a entregar el corazón”, subraya estableciendo una distinción. “La palabra que unifica todo este esfuerzo es amor, amor de muchos puertorriqueños y puertorriqueñas que fuimos a servir y acabamos siendo beneficiados por el amor de esa gente”, concluyó.